domingo, 29 de noviembre de 2015

¿SPRECHEN SIE DEUTSCH?


Cuando uno estudia un idioma, su más ferviente deseo es poner en práctica los resultados de sus esfuerzos.
Hablar el alemán fue siempre una aspiración. Desde los primeros cursos en el Instituto Goethe en Córdoba y Buenos Aires, hasta más recientemente, un par de semestres en la Goethe de México. Apenas terminado el curso en su segundo semestre, partimos hacia Alemania.
Con gran alegría veíamos nuestros avances; leíamos carteles y menús con menor dificultad que en el pasado. Hablábamos por teléfono haciendo reservaciones o solicitando indicaciones. ¡Y hasta logramos cierto entendimiento con la dueña de una pensión!
Finalmente nos encontrábamos en la ciudad de Colonia; último día en la patria de Goethe.
Terminábamos de visitar el Rӧmisch-Germanisches Museum Kӧln; tomamos un helado en una tienda de Häagen-Dazs y caminamos hacia el Río Rhin. Desde esa orilla uno tiene una hermosa vista del puente y si se cruza el río, se ve en todo su esplendor la Catedral y la ciudad. El día se prestaba para sacar fotos. Yo practicaba el arte de múltiples tomas en el mínimo tiempo perfeccionado por los turistas japoneses. Concentrado en mi fervor de consumidor de productos Kodak, olvidé el entorno.
                               
                                 

"¿-Gute….., tank…..,tamm..dank?"
Escuché sin poder entender. Alguien en apremios me dirigía la palabra en alemán. Alcancé a bajar la cámara y rápida e instintivamente pensé en practicar mis lecciones; contesté a mi interlocutor con un claro:
"¿Sprechen Sie Deutsch?"
 La persona, un local, que me había dirigido la pregunta en alemán, quedó paralizado.
Me sorprendió la parálisis facial del pobre tipo sin comprender a qué se debía….. hasta que intervinieron otros alemanes del grupo, quienes ahora en inglés me pedían un pañuelo de papel o servilleta para su aún sorprendido amigo.
Recién entonces comprendí mi error y salí de mi propia parálisis. Ya el grupo de alemanes se alejaba a las risotadas y Mery venía en mi auxilio.


Leopoldo Rodríguez, 2001

domingo, 1 de noviembre de 2015

VIAJE EN TREN CANNES-BARCELONA 1962


En la Costa Azul, 1962.


Era el primer viaje largo en tren, sin embargo también compré boleto en tercera clase; eso significaba pasar la noche con otras cinco personas en un compartimiento con asientos de madera. Para colmo tomé un tren lechero (el más barato) que recién llegaría a Barcelona al medio día siguiente.
Pero el viaje estuvo lleno de conversaciones, cánticos y emociones; me acompañaban un hombre que pasaba los treinta años; una señorita de una edad tal vez un poco mayor y una abuela de unos sesenta años con dos nietas que apenas si pasaban los quince. El hombre y la abuela y sus nietas eran de Barcelona; la mujer era de Perpignan. Apenas arrancó el tren hubo una presentación espontánea de la abuela y las nietas contando que venían de Roma, de ver al Papa. La de Perpignan se tomaba unas vacaciones de su empleo en Cannes y el barcelonés contó que él era "asistente de torero" y venía de una feria taurina que llamó "turística" realizada en el mismo Cannes.
A poco se entabló una discusión taurina entre el asistente de torero y la abuela. Aquel comenzó a demostrar cómo debía "arreglar" al torero antes de que este entrara al ruedo y algunas técnicas de las que decía conocer de primera mano. Todo terminó en un coro en catalán que hasta la de Perpignan entonó. Yo gozaba de este ambiente popular en que me veía participando; al menos con mis festejos y carcajadas ante los dichos, aclaraciones y traducciones al castellano de lo que no entendía.
Pronto llegó la hora de descansar y allí me di cuenta de que había cambiado el orden de ocupación de los asientos; ahora el barcelonés asistente de torero estaba sentado  entre la nieta mayor y la mujer de Perpignan. Esta estaba sobre la ventana, frente a mí; la abuela, que estaba a mi lado, me había cedido la ventanilla en medio de la discusión taurina.
Se apagó la luz cuando ya estaban apagadas las voces y comenzaba el ronquido de la abuela. Habrá pasado un par de horas cuando de pronto me dieron un golpe en la pierna que me despertó.  Me costó acostumbrarme a la oscuridad del lugar; alguien había bajado ambas cortinas, la de la puerta y la de la ventanilla. Pero un murmullo y movimiento en la zona al frente de mi asiento llamó mi atención; algo estaba sucediendo allí. Noté que ya no había ronquidos y vi a la abuela con los ojos fijos tratando de averiguar lo que sucedía a pocos centímetros de donde ella estaba. Nuevos movimientos y hasta un quejido me hicieron dar cuenta de que en el rincón frente a mí estaban en pleno acto sexual. El asistente de torero había sabido torear y se encontraba en plena función con la mujer de Perpignan.
Desgraciadamente para los malabaristas que apasionadamente se contorsionaban al frente mío, la puerta se abrió repentinamente y el guarda anunció el arribo a Perpignan.  La ahora pareja se levantó silenciosamente mientras el resto se hacían los dormidos y luego de tomar sus bultos se escurrieron fuera del compartimiento.  Muy poco después, ya amaneciendo, llegamos a la frontera con España; al principio nos miramos sabiendo que éramos cómplices de algo. Apenas pasó el gendarme pidiendo la documentación, la abuela fue la primera en atacar al ¡escándalo ocurrido anoche! Que la inmoralidad ya no tenía límites; que ni siquiera los frenó la presencia de estas pobres inocentes. Las nietas intercambiaban miradas furtivas y a poco, avergonzadas de tanto parloteo de su abuela, cambiaron la conversación.  Así es como fui invitado a quedarme en una habitación arriba de la carnicería propiedad del padre de las chicas; participar de los bailes...... y conocer  Barcelona desde abajo hacia arriba.



Leopoldo Rodriguez, 2008

viernes, 23 de octubre de 2015

LA APUESTA

Nos conocimos en Múnich. Yo oficiaba de portero en un restaurante con espectáculo tanguero y ellos trabajaban en la cocina.
El dueño, un porteño con mucho aire de mundo, se desvivía por la Denisse. Así habían conseguido trabajo los tres. Un trío australiano de dos chicas de Perth y un muchacho de Adelaida. Fueron unos pocos días en que intercambiamos saludos de oprimidos.
A la semana partí a mi aventura personal de mochilero viajando a dedo.
Lo había planeado en Córdoba, hablando con el cónsul alemán que me guió en conseguir las becas para el viaje de ADEIA (ver relato en: Beca de la Deutcher Akademischer.).
Estábamos en abril del 1962; si bien ya no era la época de oro de los viajeros a dedo, todavía era popular en el área mediterránea.
Había enviado la valija a Madrid y tenía la mochila como único equipaje. Me sobraba disposición.
Crucé los Alpes parando un par de veces; una de ellas en Trento, buscando sin éxito alguna referencia parroquial de mi abuelo. A puro dedo llegué a las puertas de Venecia a mediados de mayo.  Como en todo el viaje posterior a la beca, me alojé en un Albergue de la Juventud. Mi propósito era quedarme un par de días para recorrer los sitios más destacados de la ciudad de los canales.

 En Plaza San Marcos

Luego de sacar de la mochila todo aquello que podía extraviarse en manos extrañas, bajé a una sala de estar y me dispuse a escribir las postales de ruta para que mi familia supiese dónde estaba. No alcancé a sentarme que los vi; los tres sonriéndome desde la otra mesa. Acababan de llegar. Habían venido en un solo viaje, en un camión. Conocieron al camionero en el bar y sin vacilar aceptaron lo que pidieron con la mirada.
Fue tácito el acuerdo de caminar la ciudad juntos. Y con respecto a una vuelta en góndola, ya sabíamos que alquilar una era inalcanzable para nuestros bolsillos. Luego de algunas preguntas al portero del albergue en mi italiano de "famiglia" y de referirme a mis días en Trento en busca de mis ancestros, iniciamos el recorrido de la ciudad.
No sé si fue por lo de la experiencia en Trento o mi italiano gesticulado o mis referencias a lugares o por algo que no le gustó; la cosa es que a poco el australiano, que si mal no recuerdo se llamaba Bryan, comenzó a chumbarme: preguntas sobre nombres de iglesias, de pintores, de tipo de comidas. Todo parecía servirle para ponerme a prueba. Y llegó el momento en que me proponía jugar por dinero. Insistía en que yo era tímido. Que todos los sudamericanos eran tímidos, etc., etc.
Pasábamos frente a un restaurante de al menos cinco estrellas. El portero guiaba a los pocos clientes que ingresaban por un lujoso hall forrado de telas y con carpeta roja. Por las ventanas se podían ver las mesas en las cuales solamente sentarse costaría caro.
Fue entonces que Bryan propuso pagar una vuelta de góndola si me animaba a ingresar y lograba sentarme en una mesa. Tenía que hacerlo con suficiencia y quedarme al menos un minuto.
Me sentí apurado. Las chicas sonreían sobradoramente.
Recordando mis ancestros peninsulares, la culturalización itálica con las películas de De Sica y Mastroianni y todo mi orgullo herido, me acerqué al portero y en el mejor italiano que pude le expliqué lo que pasaba, comenzando con que era un argentino “figlio” de italianos y que esos que se estaban sonriendo me habían tildado de tímido….. que para demostrarles que los italianos y sus descendientes no lo son, yo tenía que sentarme en alguna mesa del restaurante por lo menos durante un minuto.
La cara del portero, un sesentón fornido, pasó de severa a sorprendida a sonriente a ladina. Se sacó el sombrero, hizo una reverencia y me señaló la entrada. Ingresé dubitativo pero orondo pisando fuerte la alfombra roja. Me dirigió hasta una mesa del fondo, al lado de la caja. Luego de indicarme que me sentara, se ubicó a mi lado y comenzamos una conversación que acompañamos con tallarines y pan con ajo.
Los australianos, allá lejos, al final de la alfombra roja, no salían de su asombro. Al final, mi amigo el portero, me acompañó de vuelta hasta la puerta, adonde luego de una nueva reverencia se colocó la gorra y me dejó frente a mis compañeros.
El australiano se portó como un buen jugador y terminó pagando para todos el cruce del Canal Mayor... en Góndola.

Leopoldo Rodríguez, Marzo 2003

jueves, 6 de agosto de 2015

CUENTOS MACABROS


Era un día muy especial. Me hacía cargo de la Secretaría General del IPGH en México. Era el 14 de mayo de 1982. Sin embargo, eran días de luto para cientos de familias argentinas. La desafortunada aventura de la guerra de las Malvinas estaba en su apogeo. El crucero General Belgrano había sido hundido. Cientos de jóvenes conscriptos  muertos.
Fue en tales circunstancias que un amigo mexicano, en un aparte de la reunión, tuvo la desgraciada y macabra idea de contar un "cuento de argentinos":
"...en un velatorio en Buenos Aires, los féretros estaban llenos de agujeros. La razón de dichos agujeros estaba en que los gusanos los hacían para escaparse.
 - ¿Saben por qué se escapaban? Porque en los féretros enterraban a los argentinos muertos en el hundimiento del Belgrano."
Hubo algunas risas, pero sobretodo asombro. Mi reacción fue de rabia e indignación y a viva voz se lo hice saber al sorprendido mexicano. El grupo se disolvió y nunca pude perdonar a ese amigo que me había jugado tamaña mala pasada en un día tan especial.
Pasaron los años. Una trágica explosión de tanques de gas mató a cientos de habitantes de la ciudad de México, en el barrio de San Juanico. Alejandra, nuestra hija menor, de regreso de la escuela, nos reunió para contarnos cuentos sobre "San Juanico":
      "... saben cómo los entierran a los muertos en la explosión? ¡En ceniceros!".  No hubo risas. Se dio un sermón sobre el respeto a los muertos y una orden de no repetir esos cuentos.
Pasaron los años. Siempre en la capital Azteca. En 1985 tuvo lugar el fuerte terremoto del mes de septiembre. Hubo miles de muertos y gran destrucción. De nuevo nuestra hija (mayorcita, más mexicana que nunca) nos reúne para que escuchemos algunos de los cuentos sobre "…las víctimas del terremoto":
   "...se acuerdan de San Juanico? A los muertos de la explosión los enterraban en ceniceros. Ahora, a los muertos del terremoto ¡los entierran en carpetas!".
No nos reímos, pero no dimos sermón. Después de tantos años en México, finalmente  comprendíamos la relación tan especial que los mexicanos tienen con la muerte.
Busqué a mi amigo mexicano. Quería contarle, explicarle...... pero era demasiado tarde: ¡estaban enterrándolo en una carpeta!



Leopoldo Rodríguez, 1995

martes, 9 de junio de 2015

EL SEÑOR DE LA SOJA O LA USUCAPION

Desde chico le gustaba ir al campo a cazar; pero pronto lo pusieron a trabajar.
Fue apenas terminó el secundario; en realidad ya había comenzado antes. De "aprendiz" le decía el viejo; pero bien que venían los pesos que el Polaco le pasaba.
Recién cuando le tocó la colimba se dieron cuenta de que el taller perdía un buen mecánico; además se había vuelto un especialista en motores grandes. Los que más le gustaban eran los tractores; solía entregarlos él mismo. Se sentía manejando un tanque; iba orondo por la angosta carretera aguantando los bocinazos de los apurados motoristas.
Pasada la colimba lo esperaban varias ofertas; y el Polaco no quiso darle el lugar que él creía merecer. En el regimiento había podido encargarse de los camiones, montacargas y  moto niveladoras; ahora quería asociarse y estar a cargo de un turno o algo parecido.
Lo logró gracias a la plata que esta vez le tocó poner al viejo; no era mucho, pero alcanzó para cerrar el trato. En poco tiempo se encontró al frente del taller y comenzó la compra-venta de partes. Cuando las circunstancias lo llevaron al casamiento tuvo lo suficiente para comprar una casita con mucho lote en Alta Gracia. El taller le quedaba cerca; en el lote construyó un galpón para las partes y así se fue ampliando el espectro de sus actividades.
Su casita en Alta Gracia lo puso en contacto con la realidad de los viejos loteos abandonados en medio de las sierras; y con ello la oportunidad de ocuparlos. Así, de a poquito,  fue aprendiendo esa palabra que luego le serviría tanto: la usucapión.
Sin dejar el taller y sus negocios, comenzó a poner unos pesitos, cada vez más, en la legalización de sus ocupaciones. Ya no eran lotes perdidos en las sierras; ahora picaba más alto, había descubierto que en el norte, había hectáreas de campo que nada sabían de sus propietarios. Pacientemente averiguó sobre quien tenía o había tenido titulo; buscó a sus dispersos herederos o supuestos herederos y así, hectárea aquí, hectárea allá, fue acumulando un patrimonio interesante. En el norte, allá por Mar Chiquita, las tierras tenían poco o ningún valor; pero el impuesto a pagar eran monedas.
No se acuerda bien cómo empezó, pero de a poco comenzó a integrar las propiedades sueltas; al oriente de la laguna acumuló varios cientos de hectáreas en un sólo lote. Y eso fue al principio de los noventa; al final de la década ya pasaban las mil.
Cuando el testaferro de la General Deheza lo contactó él apenas si le sacaba unos pesos a sus hectáreas; cobraba por dejar pastar algunos animales, por algo de leña de la mucha que se llevaban, algunas cabras y pollos que le daban en reconocimiento unos treinta puesteros (alguno de ellos ex-propietarios) que estaban desparramados en el campo. Los pocos intentos de hacer maíz le habían enseñado que eso era tirar la plata en un esfuerzo inútil.
Pero lo que le ofrecía el testaferro era increíble; dudó, consultó a clientes de su taller, visitó a un amigo abogado y cuando meses después volvió el testaferro, ya tenía un escribano que se prestaba a hacer el contrato de alquiler.
Así, eran las cosas ahora y a él le convenía. Leyendo el contrato antes de firmarlo se dio cuenta de que en un año de alquiler le daban el equivalente al total que había gastado en escriturar sus tierras.
Sus hijos se harían cargo del taller; él se dedicaría a controlar que los de la aceitera no lo jodieran.
Su primer trabajo fue rajar a los puesteros ex-propietarios; a unos les tiró unos pesos, a otros los entusiasmó con trabajos en el taller y en el galpón de las representaciones, finalmente a los otros les pidió que se fueran.
Más problemas tuvo cuando a los del desmonte se les fue la mano; allí necesitó coimear fuerte para eludir el pago de un multón por cada hectárea y hasta por cada árbol.
Por fin llegaron los de la siembra. Se emocionó mucho cuando vio llegar las máquinas sembradoras; eran de más de treinta metros de ancho y se movían dirigidas por una luz laser; se sentía por primera vez que había llegado.


Los primeros años le fue muy bien y estaba empezando a juntar plata en serio; cuando el valor del alquiler subía con los precios de la soja. Justo entonces vino el despelote de la 125.
"No hay caso - se decía - cada vez que suben mis ganancias el Gobierno me aumenta los impuestos. ¿Y para qué? Para llenarse los bolsillos de plata; esos políticos son insaciables. Con el pretexto de ayudar a los pobres, nos roban a los que nos rompemos el lomo."
Comentaba que lo había comprobado con uno de los puesteros; lo había encontrado limpiando los parabrisas en una esquina. Según él, era prueba de que no recibían nada, que eso de los planes de trabajo eran puras mentiras; que por eso andaban robando. Pero llegó lo de la crisis internacional, debida a lo que él creía era culpa del Gobierno, cuando cayó el precio de los granos y con eso se enfriaron los alquileres. Entonces pasó momentos de duda y gran rabia; pero por suerte duró poco. El precio del yuyo rebotó y los alquileres también.
Lo que obtuvo el año pasado no sólo le permitió terminar la casa en el nuevo lote, sino que comenzó a hacer planes para viajar a Europa.
Era su sueño desde el comienzo del milagro; porque le parecía un milagro. "Por esas tierras de mierda me pagan un dineral."
Puso a su vieja a preparar el viaje; ella era de familia que había aprovechado los "deme dos" de los 70' y los "uno por uno" de los 90'.
Ahora le tocaba a él. Le dijo a la vieja que se iban por tres meses; equivalía a medio alquiler pero valía la pena, les mostraría a todos que no había sido una locura lo de rejuntar lotes.
Ella se puso a trabajar con una agencia de viajes del centro; la utilizada por  los copetudos.
Y a poco; allí estaban partiendo del aeropuerto en su primera aventura internacional. Sin experiencia, sin saber idiomas, sin conocimientos de adónde iban pero con mucha plata y ganas de pasarla bien. De sentirse parte de los de arriba.
Comenzaron por España; no escatimaban propinas y les gustaba ver lo servicial que eran los gallegos. El tour por España e Italia estaba lleno de argentinos; muchos primerizos como ellos. Lo único malo era que los guías parecían no dar abasto en contestar tantas preguntas y muchas veces les disgustaba quedarse en blanco. Además, toda la vida en la mecánica y el campo no les había dado muchas herramientas para poder ubicarse entre los reyes, las ciudades, los castillos, los museos, los ríos..., se les hacía un menjunje tal que se terminaban riendo a carcajadas. Pero lo que les valía era el estar; sea como sea; el haber podido llegar.
¡Pero todo cambió cuando pasaron al tour de Egipto!
Ya no había tour de argentinos. Apenas parejas sueltas que juntos no hacían más de cuatro a seis personas. Aquí cambió todo, nadie o casi nadie les hablaba en Español. Sólo cuando llegaba la hora de alguna visita guiada le ponían  un guía que apenas si les entendía. Hasta los menús de los restaurantes y en el barco, porque habían tomado un crucero por el Nilo, estaban en cualquier idioma menos en español.

Día de disfraces en el crucero por el Nilo...

Un tipo que los esperó en un aeropuerto con un cartelito, no sabía nada de español; y ellos dudaron en seguirlo. Luego de mucho buscar dieron con alguien que hizo de intérprete.
Pero el colmo de la desgracia fue cuando la visita a las pirámides. Se suponía sería la culminación del viaje a Egipto.
Les tocó sumarse a un grupo brasileño; el grupo era enorme y hablaban entre ellos como cotorras. El guía le explicaba al grupo en Portugués y cuando se acordaba se los traducía.
Para colmo y como figurita repetida, se les hacía un zafarrancho lo de las dinastías, faraones, templos, tumbas y como si fuera poco, les metían reyes griegos y emperadores romanos. Si hasta la Cleopatra de Elizabeth Taylor la metieron en el asunto.
Pero lo peor era cuando ante cualquier necesidad querían preguntar algo; nadie, pero nadie, nadie les entendía. Parecía que lo hacían a propósito; el no entenderlos. Cómo podían ser tan brutos y desconsiderados. No los entendían y no hacían ningún esfuerzo por ayudarlos. Estaban siempre atentos a ver si había alguien que hablara el español; hasta se alegraban si un mozo egipcio intentaba un buen día o un ¿cómo están?
Y pensar que la desgraciada de la agencia de viajes en Córdoba les había dicho que siempre tendrían un guía en Castellano al lado. Ahora, con rabia que le hacía soltar lágrimas, redactaban una nota de reclamo, de protesta, que al menos les hacía sentirse bien.
¡Y lo peor es que todavía les faltaba ir a Jerusalén! Comenzaron a tener miedo a viajar; a tener que hacer preguntas; a depender de todos para todo.
"¿Cuándo terminaría este calvario?"

Leopoldo Rodriguez, Enero 2011

martes, 7 de abril de 2015

EL PROFE Y EL CORDOBAZO

Los miércoles por la noche sabíamos que vendría el profe economista que daba clases sobre rudimentos de economía para profesionales de la ingeniería.
El profe se manejaba bien teniendo en cuenta la hora de su clase, el tipo de audiencia adulta y el ser un economista en medio de ingenieros.
Lo malo estuvo cuando se largó a hacer pronósticos o a opinar sobre el ministro de economía de turno; en este caso Adalberto Krieger Vasena, durante la dictadura de Onganía (el Onganiato).
    
 

                               A.Krieger Vasena, siempre al servicio de las dictaduras….

Krieger Vasena era de los que insistían en que nuestra industria era obsoleta, ineficiente y que exigía inversiones; éstas debían realizarse en aquellos sectores en que tuviéramos "ventajas comparativas". En una palabra, buscar inversión extranjera (vendiendo lo obsoleto); despedir obreros y empleados que sobrarían (eficiencia) y dedicarnos al campo y a la industria dependiente del campo (ventajas comparativas).
En mayo de 1969 hizo un viaje a Córdoba, la Docta, donde un congreso de economistas examinaría los progresos de la ciudad. A su regreso, a principio de junio, nos habló de una ciudad pujante, con casi pleno empleo, de industrias trabajando a todo vapor; era una exaltación de Córdoba en tal forma que a mí, cordobés, me daba calor escuchar tantos elogios. Para el profe, el ministro Krieger Vasena estaba demostrando cómo menos pero más eficientes industrias, era la clave para el progreso del país.
Y llegó el 29 de junio de 1969. ¿Se acuerdan del CORDOBAZO? Gran rebelión obrero-estudiantil en la Docta.  El pronóstico y su sobresaliente ministro de economía se fueron al diablo.              
                                  

          El Cordobazo: enfrentamiento de obreros y estudiantes con la policía y las Fuerzas Armadas.

Pasaron las vacaciones de julio, volvimos a clase y todos estaban esperando la hora del "economista" y sus pronósticos.
Pero el miércoles dio el faltazo; tuvimos que esperar dos semanas para que  el profe apareciera nuevamente. Lo dejamos entrar en un profundo silencio; como esperando una explicación.

-        Me imagino que se habrán dado cuenta cómo el extremismo ideológico de unos pocos pueden destruir el deseo de trabajo y progreso de la mayoría.

Se largó con todo. "La mejor defensa es un buen ataque"; y él se adhirió cien por ciento a este consejo. Se olvidó de los números con que nos explicaba de las ganancias que las empresas obtenían y con ello capitalizaban progresivamente a la ciudad; ahora era evidente que en una ciudad de "leguleyos" era alto el riesgo para cualquier inversión.
Nuestro profe, que nos parecía serio y bien informado en sus anteriores exposiciones, ahora parecía otro extremista más; otro dramatizador de los eventos en su descripción, sin intentar en ningún momento buscar las razones de la explosión social ocurrida.



Leopoldo Rodriguez (diciembre 2009)

jueves, 5 de febrero de 2015

ROMASA

Acabábamos de regresar de Europa[1], y tenía dos temas que me hervían en la cabeza. Uno era terminar la carrera de Ingeniero Agrimensor, lo que significaba el rendir cuatro materias del último año y realizar el Trabajo Final (una especie de examen de competencia). El segundo tema era buscar trabajo dentro de la profesión.
Al comenzar a acelerar el proceso, en reuniones con uno de los jefes de trabajos prácticos, llegamos a la conclusión de que podíamos cubrir ambos temas al mismo tiempo. Conversando con Maders (así se llamaba el jefe de trabajos prácticos de una materia), surgió la circunstancia de que yo tenía la posibilidad de continuar el alquiler de una oficina que había sido de mi padre. La misma estaba muy bien ubicada: en la esquina de Caseros y Obispo Trejo en el centro de Córdoba.
Yo había “reivindicado” el derecho a sucesión de la oficina en una triste acción llevada a cabo un par de años antes[2]. Solamente tendríamos que dar las garantías correspondientes y ya tendríamos el derecho a ocuparla con un nuevo contrato. Para ello decidimos crear una empresa de agrimensura. Maders era ya Agrimensor y ejercía su profesión en forma independiente desde su casa. Debo aclarar que no recuerdo la circunstancia por las que se sumara a la empresa el compañero de estudios Mario Salas. El documento firmado por los tres socios se muestra a continuación.


 

Una vez formada la empresa el próximo paso fue firmar el nuevo contrato de alquiler de la oficina. El mismo se muestra a continuación.


Y ya estábamos en el negocio. Pintamos el cartel en la puerta de entrada: ROMASA (Rodríguez-Maders-Salas); imprimimos tarjetas del negocio y dimos a conocer su formación entre escribamos conocidos. Aclaremos que mi padre era escribano y en la oficina estuvo su escribanía. Es más, un escribano que trabajaba con él todavía tenía su escribanía al lado de la que ocuparíamos con ROMASA. Hasta aquí es un relato más del comienzo de una empresa. Pero lo que siguió no fue tan común. Digamos que surgieron nuevas oportunidades; al menos para mí. También aquí debo confesar que no sé qué paso con el amigo Salas. Así es que al poco tiempo yo ya me había olvidado de ROMASA y me encontraba en Buenos Aires trabajando en el Instituto Geográfico Militar. Pero la oficina seguía funcionando bajo el cuidado de Maders. Y así siguió funcionando por años. En las fotos que siguen, tomadas en el año 2003, se ve aun la puerta con el cartel de 1962.



Detrás de la misma estaba Maders, tomando un mate mientras esperaba la llamada de clientes; asomado a la ventana que da sobre la plazoleta. 



Leopoldo Rodriguez, January 2015




[1] Ver relato BECA EN ALEMANIA

[2] Un Sr Amuchástegui, padre de una señorita a la que yo visitaba, no se le ocurrió mejor idea de que debíamos “reocupar” la parte de la oficina (eran tres locales pegados) que había sido ocupada indebidamente por un procurador. La “reocupación” casi nos lleva a la cárcel. Lo único de interés que logramos fue demostrar a la administración de las oficinas de que todavía estábamos ejerciendo lo que creíamos nuestro derecho.

domingo, 18 de enero de 2015

BECA DE LA DEUTCHER AKADEMISCHER AUSTAUSCH DIENST 1962

Todo comenzó durante una conversación en el pasillo. Los pasillos de la Facultad eran centro de reunión para los vespertinos. Llegábamos al atardecer; empleados bancarios, vendedores en tiendas, ayudantes en negocios familiares, etc.
Esa tarde, de las primeras del año académico de 1961, me encontré con el ecuatoriano. Era el único de esa nacionalidad en toda ingeniería. Este simpático representante andino me contaba de sus actividades veraniegas. Entre ellas, la visita a la ciudad de Santa Fe. Allí había estado en la Facultad de Ingeniería Química. En este punto se detuvo a contarme en detalle sobre la beca obtenida por un grupo de estudiantes de esa facultad. Se trataba de una beca para viajar a Alemania. El tema me entusiasmó. Quedamos en hacer averiguaciones y volver a vernos.
Al día siguiente, luego de salir de la Caja Popular de Ahorros donde trabajaba, me dirigí al consulado Alemán en la ciudad de Córdoba.
La muy buena atención que recibí por parte del Cónsul fue sin duda un gran puntapié inicial. El entusiasmo que prestó el Cónsul desde el comienzo lo acompañó durante todo el trámite.
Tan pronto como lo puse al tanto de lo realizado por los estudiantes de Ingeniería Química en Santa Fé, se propuso ayudarnos a hacer lo mismo con los estudiantes de Agrimensura en Córdoba.
Nos despedimos de esa primera entrevista, seguros de que íbamos a comenzar algo que por primera vez se llevaba a cabo en la Docta.
Ahora me tocaba entusiasmar a los estudiantes. Comencé con un dirigente estudiantil del CEI*, Edgardo Galletti. Edgardo contribuyó acercando ideas de cómo organizarnos, las que fueron sumamente útiles en los pasos siguientes.
La primera reunión adonde se habló de la posibilidad de presentar un pedido al Gobierno Alemán, se realizó en un bar situado frente a la facultad, lugar adonde continuaban las clases del Profesor Racagni después de hora.
Allí conversamos con Edgardo y el ecuatoriano e hicimos una lista de posibles interesados.
Era claro que el grupo debía estar integrado básicamente por estudiantes de agrimensura (Ingeniero Agrimensor).
En poco tiempo se corrió la voz y se comenzó a formar un primer grupo de apoyo; núcleo indispensable para organizar este viaje de becarios a Europa.
Apenas un par de semanas después de estar con el Cónsul, éste me llamó para darme la primera información recibida.
De Buenos Aires, la Embajada Alemana le enviaba la documentación con detalles sobre el tipo de beca que se trataba.
En un par de visitas y algunas llamadas a la embajada quedaron claras las condiciones mínimas para poder optar a la beca.
Básicamente debíamos contar con una organización estudiantil que solicitase la beca. Dicha organización debía tener el respaldo de la institución académica correspondiente.
Con los formularios para el pedido teníamos lo necesario para entusiasmar a los que todavía no creían.
Ya se habían sumado algunos nuevos, entre ellos un estudiante de Ingeniería Civil (el único aceptado fuera de agrimensura) y gran amigo personal, Walter Sanz.
En esa semana surgió la idea de fundar la ASOCIACION DE ESTUDIANTES DE INGENIERO AGRIMENSOR (ADEIA).
Tardamos poco en tener los primeros treinta miembros; era el total de estudiantes anotados en la escuela.
Escudo de ADEIA.

A fines de Junio ya teníamos los formularios listos y los entregamos a nuestro amigo el Cónsul Alemán. Le describimos nuestros planes de recolección de fondos, búsqueda de apoyo económico en instituciones privadas y públicas, etc.
Pero no tardamos en darnos cuenta que recién había comenzado el trabajo.
Dos semanas después recibimos una nota en que se nos solicitaba una serie de datos institucionales, firmas, documentos, etc. Conseguir todo esto nos tomó meses de ajetreo y múltiples reuniones.
-        El nombre y nota de aceptación firmada por el profesor que nos acompañaría.
-        Listado de instituciones alemanas que deseábamos visitar y que aceptaban atendernos.
-        Documentación oficial de la Facultad que nos respaldaba institucionalmente.
En la práctica tuvimos que rehacer los formularios; que los refrendara el Decano de la Facultad; conseguir al profesor que se comprometiera a viajar; listado de los estudiantes a participar del viaje, los que deberían estar en su último año en agrimensura; contactar y recibir invitación de las instituciones a visitar; etc.
Sin embargo nos avisaban que teníamos una media aprobación que estaba pendiente hasta que llenáramos las condiciones requeridas en el pedido.
Comenzamos por entrevistar al Profesor Racagni. De entrada nos dio a entender que él no era el indicado; tenía una familia numerosa y obligaciones profesionales que le impedían aceptar el ofrecimiento. El mismo nos recomendó hablar con el Profesor G.S. Bartaburu.
Afortunadamente esta segunda entrevista fue exitosa y encantado se prestó a acompañarnos en la aventura.
Debidamente satisfechos los respectivos documentos y formularios, la activa participación de Edgardo nos ayudó a obtener la firma del Decano.
Comencé entonces a viajar a Buenos Aires, adonde mis parientes porteños me apoyaron alojándome durante mis innumerables viajes; visitaba las oficinas de empresas alemanas: cartográficas, ópticas, de ingeniería, etc. Quincenales visitas que poco a poco me abrieron las puertas de muchas de ellas. Pelikan, Bayer, Zeiss, etc. Cada una me indicaba otra y hasta hacían de intermediarios con aquellas que no tenían representantes en Argentina.
Paralelamente se cerraba la lista de estudiantes a participar.
A último momento, por pedido especial del Profesor Bartuburu, tuvimos que aceptar a otro profesor acompañante. En total eran catorce nombres que fueron inscriptos. Entre ellos no estaban los dos primeros compañeros: Edgardo y el estudiante ecuatoriano. Ambos habían desistido de integrar el grupo por motivos personales.
ADEIA marchaba viento en popa, generando actividades como una función benéfica en el Teatro Rivera Indarte; bailes; rifas; etc.
Vimos entonces que a los fines de obtener un apoyo directo de la Facultad de Ingeniería, debíamos contar con algo más que la buena voluntad de nuestro amigo Edgardo y su CEI.
Se nos ocurrió la idea de tener un miembro del grupo como consejero estudiantil.
Entrevisté a dirigentes del UDEI para pedirles una tercera ubicación entre cuatro candidatos. Con la elección encima y con una respuesta que nos aseguraba solamente el cuarto lugar, me volví a Edgardo quien volvió a darnos su apoyo en el CEI y conseguir la tercera posición buscada. Nuestro candidato fue el Flaco Scaramuzza. Con el apoyo y voto en masa de nuestros treinta estudiantes y sus amigos conseguimos que triunfe el CEI con suficiente margen como para obtener el tercer lugar. Habíamos dado un paso adelante de gran importancia ya que posteriormente la Facultad nos dio suficientes fondos como para adquirir el pasaje vía marítima de los 14 participantes.
Un aporte de similar magnitud fue concedido por la Caja Popular de Ahorros, mi empleador. Con esto, más lo aportado por Catastro de la Provincia y lo reunido en las múltiples actividades realizadas, teníamos suficientes fondos para sostener a los 14 estudiantes y profesores durante todo el viaje.
No quiero dejar de lado la colaboración recibida de muchos estudiantes que no estaban en el listado pero que nos apoyaron en todo momento; como el caso de aquellos que participaron en el viaje anual que la escuela realizaba a Buenos Aires. Durante el mismo se hicieron ahorros y colectas que se sumaron a los fondos para el viaje.
A fines de Octubre recibimos el visto bueno definitivo y el detalle del viaje según lo había preparado la DEUTCHER AKADEMISCHER AUSTAUSCHDIENST, la institución que nos becaba y se encargaría de nosotros al arribar en Hamburgo. La beca constaría en una comida de bienvenida al arribar, la provisión de un ómnibus con choffer, un guía bilingüe, el alojamiento y la coordinación del recorrido por toda Alemania Occidental, incluido Berlín Occidental.
Finalmente tuve que encarar la tarea de adquisición de los pasajes. Se había elegido viajar en una compañía francesa ** con los barcos LOUIS LUMIERE y CHARLES TELLIER.
Al comprar los pasajes, la agencia no creyó necesario hacer las reservas del regreso con tanta anticipación. En especial porque luego de la beca en Alemania, el grupo se dividía en tres o cuatro subgrupos o individuos que volverían en distintas fecha.
En la última reunión del grupo se decidió que cada uno debería presentarse en el puerto dos horas antes del embarque.
La lista de participantes quedó constituida por los estudiantes Cáceres, Sanz, Vals, Salas, Badaró, Croppi, Alvarez, Scaramuzza, Lucero, Romero, Farber y Rodríguez y los profesores Bartaburu y Garro.  
La partida tuvo lugar el 2 de Enero de 1962 desde el puerto de Buenos Aires***.

Los becados en el Louis Lumiere en viaje a Hamburgo.

* CEI: Centro de Estudiantes de Ingeniería.
Leopoldo Rodríguez
Diciembre 2005