Es sabido que el encuentro Boca-River despierta pasiones. Pocos pueden eludir las repercusiones del enfrentamiento futbolero. Un clásico que tenía lugar dos veces al año en los tiempos de un deporte menos comercializado. Desde temprano, el domingo del partido, comenzaba el encuentro a nivel familiar. Mi hermano mayor, boquense por adopción, daba inicio desde las primeras horas, aún antes de ir a misa, a sus consabidos gritos de victoria anticipada. Lo que yo, de River por oposición fraternal, tomaba como un insulto desde no sé que tierna edad. A los cantos del mayor, el menor contestaba con lamentaciones y finalmente lloros. Allí, al primer moco, aparecía la parcialidad afectiva evidente de la tía Adelita.
Quien nos daba alojamiento desde mi primer año de vida, salía a defender a su "Polito" y para ello no paraba en alentarme y gritar conmigo, sino que llegaba a extremos sacrílegos. En un altar ad-hoc colocaba un retrato del goleador de la época, el "feo" Labruna y le prendía una vela…. para que haga goles!
Leopoldo Rodríguez, 1996