domingo, 18 de abril de 2010

"RINCON"

Casi por casualidad o por que no nos gustó la playa programada, la cosa es que caímos a este Rincón de la Isla de Puerto Rico.
Nos quedamos en el hotel recomendado y como de costumbre nuestra primera actividad fue visitar la playa. El Hotel daba frente al mar y tenía una gran palapa de reuniones con mesas y sillas estratégicamente colocadas.
Luego de una corta caminata nos sentamos a tomar sol y disfrutar del sol caribeño. Apenas alcanzamos a ver pasar algunos pelícanos cuando se nos acercó alguien que era evidente ya tenía varios días de sol. Después nos enteraríamos que más que días, tenía varias semanas en la isla.
Era un hombre que ya hacía mucho ejercía su tercera edad. Luego de presentarse comenzó a darnos sus impresiones sobre el hotel, sus facilidades, la playa, los restaurantes, etc. Así nos enteramos que esa tarde a la hora del té tendría lugar el “open house” de los Jueves. El último de la temporada.
Allí estuvimos luego de darnos tiempo para desempacar. Y allí volvimos a encontrar a nuestro primer interlocutor. Tan pronto nos vió nos saludó y nos presentó al grupo que lo acompañaba. A poco nos contaron que en realidad eran parte de un grupo mayor que ocupaba una tercera parte del hotel. Que desde hacía años pasaban el invierno en Rincón. Que casi todos ellos provenían de New Jersey o New York. Tuve entonces la oportunidad de tomarnos una foto con alguno de ellos.

Esa noche invitamos al bar de un hotel vecino a la pareja formada por nuestro nuevo amigo y su esposa. Conversamos sobre Rincón, Puerto Rico, y las vacaciones. Cuando cambiamos el tema y comenzamos a hablar de nuestras respectivas ciudades, la señora recordó la necesidad de regresar a su habitación para hacer una llamada telefónica.
Al día siguiente, luego del desayuno, fuimos nuevamente a la playa y como me imaginé allí estaba mi locuaz amigo. Esta vez solo, sin mujer ni grupo.
De inmediato, sin casi darme lugar a saludarlo, siguió la conversación del día anterior. Me contó sobre su casa, sus vacaciones, sus hijos y el considerable grupo que formaban con sus amistades y parientes cercanos.
Por mi parte le relaté que en los Estados Unidos solamente contabamos con una pequeña parte de la familia. Que teníamos algunos amigos, entre ellos algunos de muy antigua data, con quienes nos habíamos reencontrado por casualidad. Allí, mi amigo tomó la palabra para contarme el siguiente episodio:

-“A fines de la II Guerra Mundial yo formaba parte de un grupo comando de avanzada que se dedicaba a obtener información sobre archivos y refugios de nazis. Nos encontrabamos cerca de Viena, detras de las líneas alemanas ya totalmente desorganizadas. Fue entonces que nos dimos con un grupo similar del ejército Soviético. De inmediato intercambiamos la información que podíamos y luego festejamos el encuentro con whisky y vodka. A poco me encontré conversando con un jóven moscovita de nombre Anton Vasiliev. Tomé un par de fotos pensando que podrían ser de utilidad a inteligencia.
Luego de un par de días de camaradería y de borrachera, cada uno siguió con su tarea.
Después de la guerra ingresé al servicio de inteligencia y poco antes de mi retiro, cuando ya no tenía misiones que cumplir, sino escritorios que llenar, me pidieron que asista a un congreso internacional de Filología y Linguística en el vecino Canadá.
Mi tarea se concentraría en vigilar a la delegación de la Unión Soviética, buscar de iniciar contactos amistosos, etc. En una palabra, buscar algun potencial desertor.
La delegación soviética, como toda delegación soviética, tenía su “comisario político”. Este señor, a quien por primera vez ví a la distancia, era miembro de la delegación de la Unión Soviética ante las Naciones Unidas.
Luego de fracasar en mis primeras aproximaciones amistosas, intenté seducir a una jóven bibliotecaria del Kremlin. Cuando con todo entusiasmo trataba de convencerla para que me acompañara a cenar, apareció de pronto el hombre de levita, el comisario político.
Me preparaba a contestar la segura demanda de que no siguiera molestando a los miembros de la delegación, cuando con gran sorpresa ví una sonrisa en una cara conocida y que el comisario me abrazaba y me llamaba por mi nombre de pila.
Era Anton, el moscovita del 45. Ya sacaba de su bolsillo una foto arrugada y comenzaba a contarme apresuradamente su infructuosa búsqueda; su alegría de por fin haberme encontrado; su necesidad urgente de hablar conmigo.
Anton Vasiliev había recibido la foto que le enviara allá por comienzos de la década del 50. Había contestado a mi carta y nunca recibido respuesta. Como intérprete y traductor pudo conseguir un puesto en delegaciones que viajaban al extranjero y hacía poco un lugar en la delegación ante Naciones Unidas. Desde que llegó trató en vano de dar conmigo. Y ahora me encontraba de pura casualidad.
Luego de asegurarme con Langley que era de “pura casualidad” y solicitar el visto bueno, le ofrecí toda mi colaboración para desertar.
Hoy, Anton Vasiliev es un muy respetado traductor independiente a quien veo tantas veces como puedo.”

Luego de semejante historia me quedé mudo mirándo a mi nuevo y locuaz amigo. Considerando de que debía decir algo le pregunté si durante su trabajo había tenido que vivir en Langley.

-"Todos los que vé aquí hemos en algún momento vivido en el área de Washington. Es un grupo del que no nos separamos desde hace años".

Cuando comenzaba a relatar una nueva historia en que se vinculaba al Centro Simon Wiesenthal, apareció de la nada su señora que le pidió lo acompañara a la habitación.
Perplejo ante tantas confidencias y preocupado por la abrupta aparición de su compañera, me dirigí a la palapa, ocupé una mesa y me distraje haciendo unos bosquejos.
Luego del almuerzo, de nuevo en la playa, apareció un miembro del grupo quien refiriéndose a lo conversado con mi amigo, comenzó a preguntarme sobre mis dibujos y pinturas. El había traído algunos de su propia cosecha y me pedía ver los mios. Lo ví tan entusiasmado que fui a la habitación y los traje. Luego de intercambiar impresiones e ideas sobre lo mis bosquejos, insistió en ver mis pinturas. Como lo noté decepcionado por no poder mostrarle ninguna, le ofrecí verlas en la hoja que tengo en internet.

-"Es parte de la hoja de familia por lo que sólo tengo algunas".

Me agradeció vivamente y me invitó a ir a las oficinas del hotel, adonde él tenía acceso a una computadora con conexión a internet.
Me dirigió a una pequeña oficina, en los fondos de la recepción.
Sacó su llavero y abrió la puerta.
Esta circunstancia y el recuerdo de que ésta era la persona que daba la impresión de liderar el grupo, me puso nervioso. Molesto.
Tan pronto entramos en la página de la familia, noté que su interés pasaba de la pintura a mis antepasados. De allí a mis viajes y a mi profesión. Como todo aparecía en la hoja, con fotos y fechas, poco a poco el interrogatorio perdió sustancia y sin casi ver las pinturas el “comisario político” del grupo perdió interés y se despidió sin disimulo.

Leopoldo Rodríguez, Diciembre 2004