Acabábamos de regresar de Europa[1],
y tenía dos temas que me hervían en la cabeza. Uno era terminar la carrera de
Ingeniero Agrimensor, lo que significaba el rendir cuatro materias del último
año y realizar el Trabajo Final (una especie de examen de competencia). El
segundo tema era buscar trabajo dentro de la profesión.
Al comenzar a acelerar el proceso, en
reuniones con uno de los jefes de trabajos prácticos, llegamos a la conclusión
de que podíamos cubrir ambos temas al mismo tiempo. Conversando con Maders (así
se llamaba el jefe de trabajos prácticos de una materia), surgió la
circunstancia de que yo tenía la posibilidad de continuar el alquiler de una
oficina que había sido de mi padre. La misma estaba muy bien ubicada: en la
esquina de Caseros y Obispo Trejo en el centro de Córdoba.
Yo había “reivindicado” el derecho a
sucesión de la oficina en una triste acción llevada a cabo un par de años antes[2].
Solamente tendríamos que dar las garantías correspondientes y ya tendríamos el
derecho a ocuparla con un nuevo contrato. Para ello decidimos crear una empresa
de agrimensura. Maders era ya Agrimensor y ejercía su profesión en forma
independiente desde su casa. Debo aclarar que no recuerdo la circunstancia por
las que se sumara a la empresa el compañero de estudios Mario Salas. El
documento firmado por los tres socios se muestra a continuación.
Una vez formada la empresa el próximo paso
fue firmar el nuevo contrato de alquiler de la oficina. El mismo se muestra a
continuación.
Y ya estábamos en el negocio. Pintamos el
cartel en la puerta de entrada: ROMASA (Rodríguez-Maders-Salas); imprimimos
tarjetas del negocio y dimos a conocer su formación entre escribamos conocidos.
Aclaremos que mi padre era escribano y en la oficina estuvo su escribanía. Es
más, un escribano que trabajaba con él todavía tenía su escribanía al lado de
la que ocuparíamos con ROMASA. Hasta aquí es un relato más del comienzo de una
empresa. Pero lo que siguió no fue tan común. Digamos que surgieron nuevas
oportunidades; al menos para mí. También aquí debo confesar que no sé qué paso
con el amigo Salas. Así es que al poco tiempo yo ya me había olvidado de ROMASA
y me encontraba en Buenos Aires trabajando en el Instituto Geográfico Militar.
Pero la oficina seguía funcionando bajo el cuidado de Maders. Y así siguió
funcionando por años. En las fotos que siguen, tomadas en el año 2003, se ve
aun la puerta con el cartel de 1962.
Detrás de la misma estaba Maders, tomando un mate mientras
esperaba la llamada de clientes; asomado a la ventana que da sobre la plazoleta.
[2] Un Sr Amuchástegui, padre de una señorita a la que yo visitaba, no
se le ocurrió mejor idea de que debíamos “reocupar” la parte de la oficina
(eran tres locales pegados) que había sido ocupada indebidamente por un
procurador. La “reocupación” casi nos lleva a la cárcel. Lo único de interés
que logramos fue demostrar a la administración de las oficinas de que todavía
estábamos ejerciendo lo que creíamos nuestro derecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario