Recién
llegado de Córdoba se me abría todo un abanico de posibilidades. Las
circunstancias de un trabajo profesional con serias limitaciones salariales me
daba como contrapartida una amplia discrecionalidad en mi horario de trabajo. Era
el año 1963; ya estábamos en Agosto y yo cursaba las materias correspondientes
a un "Certificado de Sociología para Graduados" en Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires. No recuerdo cómo me enteré de estos cursos; pero me entusiasmó saber
que eran dictados en la Cátedra de Gino Germani. Para entonces, yo me
encontraba en los tramos finales de mi carrera de Ingeniero Agrimensor en la
Universidad de Córdoba y esto me obligaba a un constante ir y venir entre la
Capi y la Docta; lo que complicaba seriamente mi participación regular en los
cursos y sobre todo en los exámenes parciales. En una oportunidad tuve que
pedir de rendir uno de dichos parciales en una fecha posterior a la señalada; afortunadamente,
la informalidad que existía en la Cátedra me permitió postergar dicho exámen.
La Asistente de Cátedra en la materia que cursaba se mostró sumamente amable y
me ofreció rendirlo la semana siguiente. El exámen tendría lugar en su
domicilio particular. En la fecha convenida me encontré tocando el timbre en su departamento. Confieso que
no me extrañó mucho esta forma extemporánea de actividad académica ya que en
mis estudios en Córdoba, en más de una oportunidad, llegábamos a terminar
clases o prácticas en confiterías de los alrededores de la facultad. Volviendo
a mi encuentro con la amable asistente, luego de un cordial saludo me hizo
pasar al comedor de su amplio y muy bien amueblado piso; allí tendría lugar el
exámen. De inmediato comencé a trabajar siempre en presencia de la asistente,
una socióloga del equipo de Germani quien me instruía sobre los temas a
desarrollar. No tardé mucho en percibir, en el amplio comedor, un sable que
colgaba de la pared que tenía en frente. Estuve a punto de preguntar si el
mismo pertenecía a su padre; afortunadamente, ella que seguía mi mirada, se
adelantó y me dijo que pertenecía a su marido, el General Rosas. En el momento,
la figura del General era bastante conocida. No
olvidemos que se trata del año 1963, época que nuestra democracia se reducía a
seguir los designios de quienes se declaraban salvadores de la patria; es decir
los militares. Pero que una asistente de la cátedra de Gino Germani estuviera
casada con un General de la Nación; esto me parecía una paradoja demasiado fantasiosa.
Hasta que años después, siguiendo la carrera de este activo militar, comencé a
sospechar que la socióloga, jóven y
atractiva esposa, tuvo una gran influencia en la constante deriva del General
Rosas hacia posiciones de izquierda[1].
[1] Luego de pasar a retiro en 1966, el
General Rosas "..preside el Movimiento de Defensa del Patrimonio Nacional
(MODEPA), constituído por el Partido Comunista y sectores de izquierda del
peronismo y radicalismo. Sobre el MODEPA se constituye el Encuentro Nacional de
los Argentinos (ENA) durante el gobierno de Levingston. Rosas hubiera sido el
candidato a presidente de esta coalición de iquierda, de no haber muerto en
1971". Esto explicaría que quien "..apoya un memorándum como el
presentado por Toranzo Montero en octubre de 1960, de corte
"maccarhtista""; llegue a estar "..adscripto a ideas que
podríamos denominar de "izquierda nacional"".
Lo
entre comillas lo obtuve de: EL EJERCITO Y FRONDIZI, 1958-1962, por Rosendo
Fraga, Editorial Emecé, página 174. Libro que podriamos llamar de
"memorias de padre/hijo" y además, de pésima y vergonzosa
encuadernación.