Con total
concentración bajaba las cajas de libros siguiendo las instrucciones de la
terapeuta. Si bien todavía faltaba para que el sol se pudiera llamar
primaveral, ya se sentía su presencia. Menos abrigos, sin guantes, no más
hielo.
El baúl del
auto quedaba vacío. Silver Spring, su parte de la avenida Georgia, posaba
tranquilo para que lo transiten los miles de vehículos que parecían no ir a
ninguna parte. Puse la última caja sobre el carrito, suspiré profundo, trabajo concluido,
al menos el pesado. Extraje las llaves del auto; para asegurarme que no estaban
en el baúl. Recuerdo verlas con cuidado, como con nostalgia.
Estaba
estacionado de tal forma que me encontraba trabajando en la vereda. Entre el
auto y la avenida. Esto me permitía cargar directamente en el carrito y
transportar las cajas de libros a la oficina, a unos veinte metros en línea
recta. Ya eran varios los viajes. Este sería el último.
Me di
vuelta para cerrar la tapa del baúl. En frente, cerrándome el camino, estaba
una figura de mayor estatura, color oscuro subido, sombrero e impermeable.
Mirándome fijo me hizo una pregunta en inglés. Si bien hacía cuatro años que
estaba en USA, el inglés de la cultura de gente de color de Washington no me
era accesible.
Le pregunté
con mi mejor sonrisa sobre lo que quería. Generalmente, al no entender, me
salgo con esa sonrisa. Como pidiendo disculpas.
El morocho[1]
me miró con cara de pocos amigos y levantando el brazo me puso una pistola a
dos centímetros de mi nariz. La vi de tamaño descomunal.
“G’ve me
the keys”.
En ese
momento el agujero negro del caño me pareció mayor que el del aljibe en que me
caí en San Marcos Sierra.
Siguiendo la línea del caño alcancé a ver que el
gatillo ya estaba subido. Creo que mi mano fue más rápida que su dedo. Con gran
presencia de ánimo y aún mayor terror le puse las llaves entre mi nariz y la
pistola.
Pienso qué
hubiera pasado si dudo un milisegundo. El tipo en realidad parecía un
caballero. Los autos pasaban a nuestro costado y nadie se paraba, ni tocaba bocina,
ni parecían darse cuenta. Lo mismo los comerciantes vecinos. Éramos invisibles.
Tan elegante en su impermeable; definitivamente era un sujeto capaz de matar a
sangre fría.
Con las
llaves en la mano el morocho cerró el baúl y sin prestarme atención se dirigió
a la puerta frente al volante.
Como un
zombi me di vuelta, tomé el carrito (que me roben el auto pero no los libros) y
comencé lentamente a caminar hacia la oficina. No actuar en forma precipitada,
había escuchado decir.
La vereda
estaba vacía. Hacía unos minutos había gente esperando el ómnibus, otros
paseando. Ahora, justo ahora, nadie. Caminé unos pasos. Los autos pasaban a mi
lado y nadie notaba el incidente. Después de unos segundos me di vuelta y vi
que el auto seguía con el asaltante adentro, sin moverse.
Salí corriendo como un resorte. Entre los
autos estacionados a mi izquierda alcancé a ver un policía, el custodio del
Banco allí existente. Sin dejar de correr empecé a gritarle en mi más que
regular inglés. Le pedía ayuda porque me robaban el auto; simultáneamente
señalaba el lugar del hecho y además le advertía que el ladrón estaba armado.
Si hubiera preparado con tiempo lo que tenía que decir no lo hubiera hecho tan
bien.
Creo que di
justo con un agente nuevo en el oficio. Listo para su primera acción.
Demostraría por qué estaba allí!
Se lanzó
con gran impulso hacia adelante, desenfundó su revólver y en un par de saltos
estuvo frente al auto, con el morocho todavía adentro. Y ahí se armó.
El ladrón,
sin inmutarse, sacó la mano con su pistola y le hizo un par de disparo a mi
héroe. Este le contestó sintiéndose explosiones y el ruido de los rebotes.
Yo, como un
idiota, estaba parado, como viendo filmar una película. De pronto el auto
arrancó e intentó atropellar al policía. Este seguía disparando.
Recién
entonces me tiré al suelo. Desde esa posición alcancé a ver al auto
prácticamente saltando a la calle, pasando sobre cordones, un banco y volteando
un cartel. El policía corría detrás pero ya no efectuaba disparos.
Me
sorprendí pensando cómo podía hacerle eso a un auto nuevo. Hacía justo treinta
días que lo habíamos comprado.
Cuando
finalmente me levanté, el policía regresaba con una sonrisa; alardeando de
haberle pegado varios tiros… a mi auto. Seguíamos siendo los únicos en el
estacionamiento. A poco apareció una cabeza atemorizada en la puerta del banco.
Preguntaba qué habían sido esos tiros.
Que ya habían llamado a la policía. Que entremos para nuestra seguridad.
Que si quería un café. Que si me encontraba bien. Que tomara el teléfono que la
policía quería saber sobre el auto.
El del
teléfono era muy profesional. Me hizo tres preguntas secas sobre la patente, la
marca y el color. Luego me dirigió a llamar a mi seguro. Lo hice de inmediato y
allí me prometieron que en un par de horas debía recoger un auto de repuesto y
me dieron la dirección.
No había
podido terminar el café cuando arribaron los policías. En una media docena de
autos. Recién entonces me di cuenta del gentío en el estacionamiento. ¿Dónde
estaba esa gente cuando todo ocurrió?
Cuando
finalmente los policías entraron al banco, lo que primero preguntaron fue
"- ¿Dónde
está el que efectuó los disparos?"
Allí me
enteré que mi héroe se llamaba Shaw y que reglamentariamente no le estaba
permitido usar su arma fuera del perímetro del Banco. ¡Se había excedido!
El pobre
Shaw me miraba con gran pena. Como pidiéndome ayuda. Le quitaron el arma. Lo
esposaron y se lo llevaron.
Recién
entonces se acordaron de la víctima.
Me pidieron
mi filiación, que muestre documentos, datos más precisos sobre el auto, que
diera un informe por escrito sobre lo ocurrido, etc. Con gran esfuerzo escribí
el informe solicitado; lo entregué pidiendo disculpas por las faltas de
ortografía que podía tener y me quedé esperando el próximo paso.
En realidad
no había próximo paso. Ya estaba todo hecho. Los autos policiales se fueron retirando.
El comisario que parecía a cargo se aprestaba a irse. De pronto, como
acordándose que algo le faltaba, se paró un momento y regresó. Se dirigió a mí
en voz alta y medio socarrona.
"-
Usted provocó un peligroso tiroteo. Alguien podría haber muerto. Tantos disparos
que se hicieron por su culpa. Y todo para qué. ¡Si total el seguro le va a
pagar el auto!"
Leopoldo Rodriguez, 2001
Lugar del hecho.