Cuando uno estudia un idioma, su más ferviente deseo es poner en práctica los resultados de sus esfuerzos.
Hablar el alemán fue siempre una aspiración. Desde los primeros cursos en el Instituto Goethe en Córdoba y Buenos Aires, hasta más recientemente, un par de semestres en la Goethe de México. Apenas terminado el curso en su segundo semestre, partimos hacia Alemania.
Con gran alegría veíamos nuestros avances; leíamos carteles y menús con menor dificultad que en el pasado. Hablábamos por teléfono haciendo reservaciones o solicitando indicaciones. ¡Y hasta logramos cierto entendimiento con la dueña de una pensión!
Finalmente nos encontrábamos en la ciudad de Colonia; último día en la patria de Goethe.
Terminábamos de visitar el Rӧmisch-Germanisches Museum Kӧln; tomamos un helado en una tienda de Häagen-Dazs y caminamos hacia el Río Rhin. Desde esa orilla uno tiene una hermosa vista del puente y si se cruza el río, se ve en todo su esplendor la Catedral y la ciudad. El día se prestaba para sacar fotos. Yo practicaba el arte de múltiples tomas en el mínimo tiempo perfeccionado por los turistas japoneses. Concentrado en mi fervor de consumidor de productos Kodak, olvidé el entorno.
"¿-Gute….., tank…..,tamm..dank?"
Escuché sin poder entender. Alguien en apremios me dirigía la palabra en alemán. Alcancé a bajar la cámara y rápida e instintivamente pensé en practicar mis lecciones; contesté a mi interlocutor con un claro:
"¿Sprechen Sie Deutsch?"
La persona, un local, que me había dirigido la pregunta en alemán, quedó paralizado.
Me sorprendió la parálisis facial del pobre tipo sin comprender a qué se debía….. hasta que intervinieron otros alemanes del grupo, quienes ahora en inglés me pedían un pañuelo de papel o servilleta para su aún sorprendido amigo.
Recién entonces comprendí mi error y salí de mi propia parálisis. Ya el grupo de alemanes se alejaba a las risotadas y Mery venía en mi auxilio.
Leopoldo Rodríguez, 2001
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