jueves, 9 de diciembre de 2021

GABRIELITA, Víctima dos veces

 El bombardeo de Buenos Aires: 16 de junio de 1955

Saliendo del Jardín de Infantes la pareja y su hija se van para la casa; toman el trolebús que todos los días los lleva al barrio del sur de la ciudad, adonde la familia vive desde que el padre consiguió trabajo en el Club. Fueron a buscar a la nena antes de hora; es que al padre lo han llamado del pueblo y deben viajar esa misma tarde.La nena, Gabrielita, se entretiene viendo por la ventana cómo los porteños se preparan para el almuerzo; muchos comienzan a salir de la oficina para irse a su bar preferido. 

Esa misma mañana, el Piloto Naval Freyre ha ido a la capilla de la Base Naval; desde hace unos meses no falta un solo día. Se siente bien; la paz de la capilla y las charlas con el capellán lo han ido convenciendo de la necesidad de terminar de una vez por todas con el ataque a la Iglesia. El tiranicidio se justifica y es bendecido; no importa cómo se lleve a cabo. ¡El fin justifica los medios! Llegó el momento de pintar la cruz con la V, símbolo de Cristo Vencerá... no importa cómo.

El trole está llegando a Plaza de Mayo; al pasar frente a la confitería Londres en Perú y Avda. de Mayo, Gabrielita le pide a su madre un chocolate caliente con churros. La madre le promete que tan pronto lleguen a casa le hará el chocolate pero que los churros tal vez tengan que esperar hasta la tarde; ahora es hora de llegar y almorzar. La madre alcanza a ver un avión volando bajo sobre la Plaza, es tan bajo el paso que alcanza a ver que tiene una cruz en la cola; es solo un instante ya que al dar la vuelta el trole pierde de vista la Casa Rosada. Está ahora por decirle a Gabrielita sobre el reloj en la municipalidad y la hora; es que Gabrielita está aprendiendo las horas.

El Piloto Naval Freyre, pasa por sobre la CGT y cuando está por dirigirse hacia el edificio ve que otro de los pilotos hace la maniobra de descenso; por ello sigue hacia la Plaza. Le han dicho que allí habrá una manifestación de peronachos; Massera le aseguró que el objetivo es causar el máximo de bajas al enemigo y luego tomar el rumbo a Montevideo. Para eso le han dado las instrucciones precisas para realizar la maniobra de asalto y bombardeo y luego la de la retirada y aterrizaje en Uruguay.Ahora sigue por Alem teniendo al frente al edificio del Correo; sabe que en el monumento a los italianos tiene que girar bruscamente y aprestarse a lanzar la bomba sobre la Casa Rosada y ametrallar a los manifestantes en la Plaza. Pero, al llegar con demasiada altura, el giro y descenso no le permiten lanzar la bomba sobre su blanco y se apresta a lanzarla en la Plaza; sobre los manifestantes. Cuando tiene a la explanada con la estatua de Belgrano y su bandera a la vista no ve manifestación alguna; decide sin embargo lanzar la bomba.



¿Por qué lo hizo? ¿Por qué? Si ya no tenía ninguno de sus blancos en la mira, ni la cueva del dictador, ni sus secuaces. Sus charlas con el capellán y con Massera lo han preparado a todo; hay que empujar al límite de lo tolerable, le han dicho. Provocar el terror de sus seguidores; como las bombas del 53, pero llevando todo a una culminación que tenga como única salida la caída del tirano. Con la seguridad y fe del fanático suelta la bomba de 500kgs que baja veloz hasta encontrarse con el techo de un trolebús y explotar en su interior.

                                

La madre no alcanza a enseñarle a Gabrielita la hora; la bomba la destroza junto a su pareja y a otros sesenta pasajeros. Gabrielita sale disparada por la ventana; la encontraron a más de diez metros del trole totalmente destruido. Los primeros en llegar fueron transeúntes que, por casualidad y mucha suerte, se encontraban en las arcadas de los edificios; esto los salvó del primer asalto. Cuando Cecilia se acuerda de cómo encontró a Gabrielita, se le llenan los ojos de lágrimas. Es que el cuerpito de Gabrielita estaba envuelto en sangre y pedazos de piel; un brazo lo tenía totalmente colgado de una lonja en carne viva.

                                     

Aterrorizada, Cecilia se paralizó ante el terrible espectáculo; en su vida profesional como enfermera no había nunca visto semejante carnicería. El ruido de un avión y de la mortal metralla que escupía, la hizo cubrir con su cuerpo los restos sangrantes de Gabrielita; el olor a muerte y el humo, todo en medio del pánico de los que, con mucho coraje y audacia, trataban de ayudar a las víctimas. Cecilia sólo recuerda de que, en un momento, perdió el conocimiento; luego el caos de urgencias en un Hospital colmado de muertos y heridos. Era la primera vez que se bombardeaba a Buenos Aires; en realidad, era la primera vez que se bombardeaba una ciudad del Continente Americano desde el aire; nadie estaba preparado para la masacre que resultó de este hecho criminal.            
El Piloto Naval Freyre se sorprendió del apoteótico recibimiento en Uruguay; la prensa, los funcionarios y oficiales, todos los calificaban de héroes que habían dado la vida por su patria. Pensó que en realidad no había muerto ninguno; al único derribado lo habían rescatado del río. Pero le gustó su nuevo papel de heroico mártir de la libertad. Recibió todas las atenciones que pueda uno imaginarse y fue llevado a lo que consideró un estupendo alojamiento.

Cuando el 17 de junio Cecilia volvió a tomar conciencia de lo que había pasado, lo que primero hizo fue preguntar por la nena; ojos compungidos le dijeron que su hija se encontraba en terapia intensiva, pero que había posibilidades de salvarla. No pudo, no quiso, vaya a saber por qué, pero Cecilia no aclaró en ese terrible momento de que la nena no era su hija. Así, cuando dos días después, pudo llegarse adonde la tenían enmedio de tubos y vendajes, supo que se llamaba Gabrielita; el nombre lo habían obtenido del guardapolvo.
Los días que siguieron fueron tan tumultuosos y dramáticos que Cecilia no recuerda mucho de los pasos seguidos hasta que se encuentra saliendo del Hospital con Gabrielita en sus brazos. Ella ni Gabrielita estaban en las listas de muertos y heridos que había visto. Nadie sabe quién fue víctima de qué, cuándo y dónde. La tragedia desbordó por completo a los servicios hospitalarios de la ciudad. Ahora se trata de superar al caos con la dispersión más rápida posible de los que se pueden ir a casa.
Y allí le tocó a Cecilia irse a casa.... con Gabrielita.
Ella alquilaba una habitación en una vieja casona que se venía abajo ubicada cerca del centro de Avellaneda; a fin de evitarse problemas y disminuir habladurías, a sus vecinos les contó que se trataba de una hija de su hermana que acababa de fallecer en un accidente.
Ya había pensado que durante su horario de trabajo podría llevarla a la guardería de la clínica ferroviaria adonde se desempeñaba como enfermera. Insistiría en que era la hija de una hermana fallecida. Pero su conciencia no la dejaba dormir; ¿adónde estarían los padres? Tal vez la estaban buscando.
Sin embargo, siguió con su atención por la nena; la inscribió en la guardería tal cual lo había pensado: con su nombre real y el apellido que Cecilia compartía con su hermana. Pasaron las semanas y cuando ya había llegado a un punto en que el cariño por la nena y su conciencia comenzaron a balancearse, fue entonces que encontró la citación. Se trataba de una citación para que concurriera a oficinas del Ministerio de Salud Pública; estaban buscando poner orden al caos y hacer un listado más preciso de las víctimas del 16 de junio, que en total sobrepasaban las dos mil personas. 
Dejó pasar un tiempo; cuando al fin creyó que ya no podría esperar más, se preparó para ir a la cita; era el 16 de septiembre de aquel fatal 1955.


El golpe del 16 de septiembre de 1955.

Cuando Freyre despertó casi a medio día, se encontró con la noticia que todos esperaban; el golpe final se estaba ejecutando. Ahora era cuestión de unos pocos días y estarían de vuelta en Buenos Aires. La noche anterior habían estado discutiendo durante horas sobre las medidas a tomar con aquéllos que los habían traicionado el 16 de junio; el fusilamiento era lo mínimo que merecían.



Durante la mañana de ese día, mientras trabajaba atendiendo a los muchos jubilados ferroviarios que eran sus pacientes, se enteró del golpe de estado. A la tarde ya no fue a las oficinas del Ministerio; y pasaron semanas y meses y años, y nadie volvió a llamarla a los fines de continuar la investigación sobre las víctimas del bombardeo que la propia aviación militar argentina había realizado contra el pueblo, que pacíficamente se desplazaba por la Plaza de Mayo en aquel fatídico 16 de junio de 1955.


El Piloto Naval Freyre regresó en un avión fletado especialmente por el gobierno uruguayo; el nunca olvidaría a quienes tan bien lo habían recibido y cobijado después de su participación en el heroico bombardeo de la ciudad de Buenos Aires. De inmediato gustó de los sabores del triunfo y de un poder ilimitado en cuanto al castigo de sus enemigos. Nadie se preocupaba por lo sucedido el 16 de junio; ahora había que ver el futuro. Se sentía apoyado por la Iglesia: todos sus hermanos cristianos lo felicitaban; también por la cultura: más de un círculo universitario, teatros, cine y la prensa lo sorprendió con un homenaje de algún tipo. Nunca tuvo que hablar sobre su proceder, ni lo que fueron los momentos del bombardeo; nadie preguntaba los detalles, no interesaban. Ellos eran parte de un grupo que había creado las condiciones de terror para que el golpe de estado pudiera tener éxito; eso era la noticia, el hecho heroico, la circunstancia a homenajear.

Y así, cuando Gabrielita llegó a cumplir doce años y en la escuela secundaria en Avellaneda le pidieron su certificado o algún tipo de identificación y no pudo presentarla, Cecilia siguió insistiendo con que era hija de una hermana fallecida. Habían pasado tantos años; ella "había recibido a la nena" de una señora que se la había venido a traer de parte de su hermana". No tenía otra información que dar.
Finalmente, en la comisaria que le tocaba por su domicilio, intentó decir la verdad; un oficial de policía la escuchaba. Alcanzó a decir que fue durante el bombardeo de la aviación el 16 de junio de 1955; que ella iba caminando hacia su trabajo, luego de realizar trámites que ahora no recuerda, que fue cuando lo voltearon a Perón; el uniformado la mandó a callarse de inmediato. Luego de unos segundos el policía se levantó de su asiento y salió de la oficina.
Al rato volvió una persona mayor quien le pidió que no hiciera propaganda política con eso del bombardeo y que no volviera a mencionar al tirano prófugo; que ya bastante mal había causado al país. Que si quería hacer una declaración sobre el origen de la tenencia de la nena que lo hiciera diciendo la verdad.
Fue allí que Cecilia se dio finalmente cuentas de que la única forma de enderezar lo torcido era torcerlo más; con cara de piedra dijo que era madre ilegítima de la nena y que no tenía forma de comprobar su identidad. El funcionario apalancó de inmediato la nueva declaración y firmó el certificado que le permitiría a Cecilia obtener la Cédula de Identidad de Gabrielita, y por mucho tiempo solucionó el problema.

El Oficial de la Fuerza Aérea Naval Freyre tuvo la fortuna de que su amigo Massera lo cobijara bajo sus alas; aunque ambos eran pichones, Massera ya se había ganado fama de duro y eso era muy positivo dentro de la fuerza. Con ese apoyo Freyre pasó rápido por los distintos rangos; fue a cursos en el extranjero; tuvo buenos destinos; su carrera como oficial de Marina era todo un éxito. Ni que decir su casamiento en la Catedral de Córdoba con la chica Echenique; fue un acontecimiento social. Ahora, diez años después del bombardeo se encontraba con dos hijitas, una joven esposa y alguna amante circunstancial, apreciado por la superioridad dado sus antecedentes, tranquilo con su conciencia gracias al apoyo constante del capellán y, sobre todo, por la fidelidad que le había siempre prestado a su amigo Massera.


La noche de los bastones largos.

Cecilia ya estaba tranquila, pronto Gabrielita se graduaría en la Secundaria e iría a la Universidad; o al menos se especializaría como enfermera. Ella seguiría trabajando mientras pudiera; jubilarse no era para ella. Lo único que la preocupaba eran las diferencias que cada día la apartaban más de la nena; ya no era su rebeldía por las heridas que le había dejado el "accidente", sino por sus ideas políticas cada vez más revoltosas. En esos años, no recuerda bien, fue cuando apareció el Molaco; parecía un nene bien de clase media. Era mayor que la nena; pero seguía en el secundario, iba al Nacional. Eso y el que el padre era "no sé qué" en la Policía, lo hacían creído; o al menos era lo que pensaba Cecilia. Con el tiempo Molaco hasta se metía en la pieza de Gabriela; ahora alquilaban dos habitaciones en la misma casona desvencijada. Los choques con la nena tenían lugar cada vez más seguido; y Molaco siempre estaba atrás de todo.... según Cecilia. La hacía llegar tarde a todo con esas "reuniones de compañeros", y Cecilia sospechaba, la empujaba a las manifestaciones.

Así fue como Gabrielita quiso entrar en Filosofía luego del secundario; para Cecilia era una carrera para ricos. ¡Ni para comer le iba dar! Y ese Molaco que era la influencia detrás de todas estas locuras. Y finalmente pasó lo que Cecilia tanto temía; en una noche interminable, en la que ni Gabrielita ni Molaco volvieron de la Facultad, vinieron a la madrugada a avisarle que se los habían llevado en la redada. Había ocurrido, sin que Cecilia lo supiera, "La Noche de los Bastones Largos". El Gobierno del Dictador General Onganía había tomado a bastonazos la universidad de Buenos Aires. 



¡La que desde el 55 gozaba de su época de oro! El preciado trofeo que la clase media había conquistado durante el golpe del 55; ahora estaba en manos de los militares.


El Oficial Naval Freyre terminó de cursar los estudios del Estado Mayor y, siempre cerca de su gran amigo Massera, logró puestos en embajadas importantes como la de Washington. Allí pudo hacer algunos negocios de primera en la intermediación para la compra de repuestos para la Fuerza Aérea Naval. El 66 lo encontró en esa posición; le disgustó mucho que la parte "azul" del ejército hubiera ganado al fin. Pero él se sentía seguro en la Marina. Ellos eran la élite de las Fuerzas Armadas; y aunque ya nadie hablara del bombardeo del 55 (parecía que había un silencio pactado sobre el tema) seguía sintiéndose un héroe; había tenido que exiliarse perseguido por el tirano.


El Cordobazo: 20 de junio de 1969.

Cuando largaron a Gabrielita, Cecilia decidió volverse al interior, de donde había venido hacía tantísimos años. Por suerte al Molaco tardaron más en soltarlo. Cecilia logró, por su antigüedad y antecedentes en el trabajo, que la transfirieran al hospital en Córdoba. Pasaron años en que la única preocupación con la Gabrielita fue que se olvidase del Molaco y sus rebeldías. En Córdoba consiguieron una casita en un barrio humilde de los alrededores de la ciudad y la Gabrielita insistió en inscribirse en la carrera de Letras. Transcurría el año 69 cuando de nuevo el faltazo; Gabrielita volvía de la facultad a altas horas de la noche, siempre acompañada de esos melenudos de los que tanto desconfiaba Cecilia. Y de pronto se repite la historia; una compañera de Gabrielita le avisa que la nena no podría volver a casa esa noche. Era el 20 de junio de 1969, el día conocido como "El Cordobazo". Otra vez Cecilia temblando por lo que le pudiera pasar a Gabrielita. Durante toda esa noche y el día siguiente esperando noticias aferrada a la radio y a la TV de la vecina. Finalmente, acompañada de sus amigos melenudos, llegaron con sones de festejo; según ellos, ¡habían triunfado! Para Cecilia era una cosa de locos; ¿triunfado contra quién? ¿Qué habían ganado? Líos, destrozos, golpizas, muchos presos. Pensó en el origen de lo que para Cecilia era "su vida", su Gabrielita; pensó en la Plaza de Mayo, el trolebús, los aviones, las bombas, la muerte, la sangre, y el encuentro de Gabrielita. Y tembló como en aquella vez; ¿no vendría de nuevo la matanza?



Freyre se sintió amargado y traicionado; él que se había jugado en el 55, tenía que ver cómo esa chusma incendiaba las inversiones extranjeras que tanto había costado traer.
Pero se lo merecía el boludo de Onganía, flojo como todo el ejército. Algún día llegaría la hora de la mano dura; tenía plena confianza en que su amigo Massera iba a ser el líder en ese momento. Y el estaría en eso más que nunca. Sin embargo, lo fastidiaba mucho el temblor de su mano izquierda cada vez que pasaba por la Plaza de Mayo; por suerte lo hacía pocas veces.

Varias reuniones se sucedieron a la del "triunfo" del Cordobazo: por la muerte del dictador General Aramburu (1970); por el triunfo en las elecciones en la facultad; y por otros motivos que Cecilia no llegó a entender. Poco a poco, Gabrielita aparecía con melenudos cada vez más rubiecitos o blanquitos, de manos más delicadas, como que nunca habían tenido que agarrar una pala.
El regreso del tirano: 1973.
La militancia de Gabrielita fue cada vez mayor; en especial a partir de recibirse de Profesora de Letras en 1972. Fue entonces que se enteró de que Gabrielita militaba en una organización peronista. Ella, Cecilia, nunca se había metido en política; si apoyó al innombrable y su esposa, era por eso de las jubilaciones, las vacaciones pagas y otros beneficios que recibió en los cincuenta. Pero política; para qué, ninguno servía para nada. Sin embargo, ahora su Gabrielita militaba en una agrupación clandestina (todo lo peronista era clandestino en ese entonces) y ella no sabía nada de todo eso; se sentía desorientada. Su vecina, que según Cecilia se sentía más porque tenía un hermano médico, comenzó a lanzarle indirectas. Que ya cualquier tilinguito se cree más que un profesional de carrera. Que los amigos melenudos de su hija son unos comunistas; que no van a parar hasta que nos quiten la casa. Claro, pensaba Cecilia, ella era dueña de "su" casa; yo tengo cada vez más problemas en pagar el alquiler.
Pero llegó un día en que su casa (la alquilada) se volvió una unidad básica en favor de Cámpora. Y la vecina lo consideró un insulto sin par; ¡vecina de una Unidad Básica! Lo único que le faltaba.
Pero el triunfo en las elecciones, la designación de Gabrielita en un cargo municipal y el colmo del prestigio barrial: aparecer en un noticioso de TV; todo hizo que la vecina y la vecindad cambiara su actitud y que Cecilia se sintiera por primera vez de vuelta a cuando le dieron su primer aguinaldo; sus primeras vacaciones pagas; sus primeras alegrías de la vida como enfermera en un Hospital Ferroviario.

El Oficial Naval, Contralmirante Freyre, pensó en pegarse un tiro en la cabeza; le parecía imposible que volviese el tirano. Que su sacrificio del 55 hubiera tenido un final tan humillante. Por suerte Massera lo animaba; le decía una frase que sabía utilizar el tirano: "hay que desmontar mientras aclara". Comenzó a sospechar que su amigo, cuando llegara el seguro golpe, tendría pretensiones más allá que un mero ministerio. Pero el golpe debía ocurrir rápido, o el tirano podría querer revolver el pasado; él, que odiaba la historia, comenzó a tener miedo de que la historia del 55 lo alcanzara. Ahora temblaba fuerte la mano izquierda (la que accionaba para dejar caer las bombas) cada vez que se acercaba a la Plaza; o aun cuando a alguien se le ocurría mencionar ese pasado. Ahora se encontraba tratando de disminuir su acto heroico del 55; olvidarlo o desfigurarlo.

Pero todo duró poco; apenas un año y ya todo estaba de vuelta por el suelo. De nuevo Gabrielita envuelta en grandes discusiones y parloteos que duraban hasta altas horas de la noche. Renunció a su trabajo en la Municipalidad; ya no apareció más en los noticiosos.
Y los melenudos eran cada vez más melenudos; o así le pareció a Cecilia.
Y para colmo, el que había sido innombrable y ahora había vuelto a la presidencia, muere de repente; y allí sí, pensó Cecilia, ¡se armó la gorda!
Gabrielita comenzó a llegar a cualquier hora y con tipos y tipas que Cecilia no conocía y que Gabrielita nombraba como si los conociera apenas. Cecilia comenzó a sentir nuevamente ese miedo, ese terror que sintió en el 55, cuando las bombas; en el 66, cuando lo del Molaco y lo de los bastones; en el 69, cuando los melenudos y el Cordobazo. Pero lo que más parecía disgustarle a Cecilia, era que, cuando hablaban, se referían a los obreros como algo a lo que ellos eran ajenos; esto entristecía y al mismo tiempo alegraba a Cecilia. De seguro que Gabrielita, Profesora de Letras, había ya escalado posiciones y se sentía de clase media universitaria. Pero esto la alejaba de ella, de Cecilia, su madre. Y entonces es cuando pensó; ¿y si Gabrielita era en realidad parte de una familia rica? Tal vez famosos profesionales de Buenos Aires. ¡Y ella que la había robado! Porque esa era la verdad; ella se la había apropiado, le había quitado su verdadera identidad.


El golpe de estado del 24 de marzo de 1976.


Freyre por fin se sintió aliviado; los últimos tiempos habían sido de fierro y balas. Le parecía mentira sentir miedo de ser asesinado. ¿Por qué? pensaba. ¡Veía sorprendido que sus aliados de aquel 1955, los revoltosos y gloriosos universitarios que luchaban a su lado y al lado de la Iglesia en contra del tirano, ahora estaban en la vereda del frente!
Pero todo estaba acabando; ya Massera lo había incluido en el estado mayor del golpe. Y él iba a ser la cabeza de las unidades ultra secretas que "desarticularían" a los revoltosos de ideas peronachas. Los autodenominados Montoneros. Pero todavía, a pesar de esta noticia salvadora, le seguía temblando la mano izquierda... en todo momento.
¿Alguna vez podrá olvidarse de las bombas del 55? De las fotos de la carnicería que un uruguayo tarado le había mostrado orgulloso a poco de llegar a Montevideo. 

Y ocurrió lo que más temía Cecilia; una noche Gabrielita no volvió y nadie vino a avisarle de nada. Y esperó en vano durante varios días. Ya jubilada, asistió al Hospital Ferroviario a pedir ayuda; la miraron con desconfianza los pocos que todavía la reconocieron. La vecina ya había comenzado de nuevo con las indirectas; poco a poco su san Benito sería: "por algo será".
Es que el golpe, de nuevo "tan esperado" por la clase media argentina, para restablecer el orden perdido, llegó para destrozar el pequeño orden de Cecilia. Su Gabrielita: "¿dónde estaba?"


El Oficial Freyre no quería ver las sesiones; no tenía por qué presenciar las tareas sucias de sus subordinados. Pero esta vez, viendo el expediente, se interesó por la figura de una presunta subversiva. Su oficina estaba en la sección abierta de la Escuela de Suboficiales de Marina y en poco tiempo la tuvo a "copita" en frente suyo. Por el expediente sabía que el verdadero nombre de copita era Gabriela; una cordobesa que habían traído ese día. Pero unas pocas horas habían sido suficientes para que sus subordinados la hicieran mierda. A la infeliz no le quedaban dientes; sus ojos estaban en compota y tenía quemaduras de cigarrillo por todos lados. Pero Freyre necesitaba esa mercadería, hacía tiempo que soñaba con tirarse una montonera. Y la eligió a Gabrielita.

Cuando Cecilia escuchó el llamado a la puerta sintió acelerar a su corazón tan abatido; es que le habían llegado mensajes de que Gabrielita aparecería en esos días.
Cuando abrió la puerta se encontró con un uniformado; no era de los conocidos, estaba todo de blanco. Le venían a avisar que habían encontrado a la subversiva de su hija; pero también le advertían que quedaría presa en Buenos Aires y que debería dejarse de joder con sus reclamos ante la policía y el ejército. Lo lindo era que le entregaron una carta, o, más bien por lo corta, cartita de Gabrielita. Le decía que estaba bien, que no se preocupara, que ya pronto la soltarían y volvería a Córdoba.

El Oficial Naval Freyre tuvo la idea de ofrecerle a Gabriela una opción imposible de rechazar: la tortura de la picana en la vagina o el pene de Freyre en la vagina. Tal vez si Gabriela hubiera sido una Juana de Arco lo pensaría dos veces; pero ella no era Juana de Arco y comenzó a acostarse con ese vejestorio que se esforzaba para ocultar su panza y tratar de tener una erección.
Pasados algunos meses y ya con pocos montoneros que torturar y tirar al río, la Marina de Massera comenzó a aflojar la disciplina y sus planes de exterminio. En lugar de ello, las viejas aspiraciones presidenciales renacieron y comenzaron a tratar de buscar colaboradores entre los ex-torturados.
Así, de pronto, Gabriela se encontró transitando la Avenida Córdoba, y como sobrina del Almirante Freyre, almorzando en el Círculo Naval. Lo ocurrido en apenas unos pocos meses, desde que Freyre le permitiera escribir a su madre, desde que saliera a recorrer la ciudad en auto al principio y caminando después, habían sido un torrente de acontecimientos que apabullaron a Gabriela dejándola mareada, perdida, sin saber qué pensar o hacer. Cuando luego del almuerzo en el Círculo caminaron por Florida hacia el Sur, ella pensaba solamente en respirar profundo el aire sucio de la ciudad, mirar la gente que tan tranquila y ordenadamente, olvidada de los muertos, las bombas, los desaparecidos, las torturas, transitaba apresuradamente sumida en sus propios y (tal vez, pensaba Gabrielita) mezquinos pensamientos. Poco a poco, cuadra tras cuadras, esta indiferencia comenzó a herir la memoria de tortura y muerte que Gabrielita había vivido hacia tan poco. Y cuando llegaron a Plaza de Mayo, sin saber por qué, soltó de la mano a su tío el Almirante y salió corriendo.

Cuando Cecilia se enteró de que su Gabrielita había muerto en un intento frustrado de atentar contra la vida del Almirante Freyre, héroe de la Marina, amigo cercano de Massera, supo que la historia se movía en círculos.


Fin del proceso:1983.

Lo que no supo Cecilia es que pocos años después, el amante/asesino de su hija, se pegaría un tiro antes de ser arrestado en 1984. Hasta último momento, juraba a sus hijos que él sólo había seguido órdenes; que había tirado las bombas sobre Plaza de Mayo porque así era el plan de vuelo que le habían dado. Que los verdaderos culpables de la masacre eran Massera y Olivieri.

Sus apesadumbrados parientes y amigos no entendían por qué insistía en eso; ya nadie recordaba lo del 55.

Así, Freyre se pegó un tiro sin enterarse de que se lo buscaba por las torturas y desapariciones ocurridas en la Escuela de Suboficiales de la Armada. Los crímenes del 55 podían olvidarse, pero los del 76 en adelante habían castigado fuerte a la clase media; a muchos de los hijos de los golpistas del 55. Esos, no podían olvidarse.
Cuando Cecilia, ya octogenaria en 2007, supo de la inauguración del monumento a las víctimas del 16 de junio de 1955, sabía que allí figuraban seguramente la madre y tal vez hasta el padre y hermanitos de Gabrielita....pero siguió guardando su secreto.



1. 1 Tte. Emilio Eduardo Massera, asistente del ministro de Marina, Almirante Aníbal Olivieri.
2 Bombas terroristas lanzadas contra una manifestación peronista con numerosas víctimas.

viernes, 11 de mayo de 2018

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jueves, 18 de enero de 2018

EL BULTO



La carretera de montaña se desenredaba en medio de un espeso bosque tropical. Cuesta abajo en curvas que no dejaban ver lo que se venía.  La velocidad de la camioneta era más producto de la inercia que del acelerador. Dejando a pocos centímetros una salida rocosa, nos encontramos de pronto con un bulto que cubría el costado derecho de la estrecha cinta de asfalto. La rápida maniobra me puso la cara contra el vidrio de la ventana, y en esos escasos segundos pude ver que el bulto era un cuerpo; estaba vestido de traje oscuro, tenía calcetines y cerca se encontraban un sobrero y los zapatos. Luque, que iba al volante, lanzó un grito de bronca contra el “borracho ese”.
No dije nada; pero la ropa y la posición del cuerpo indicaban otra cosa. Seguimos a toda velocidad bajando entre sombras de árboles y lianas que formaban una pared verde al costado del camino. Cuando parecía que ya no podía ser más espesa, se abrió para dejar ver la ciudad que se estiraba en la meseta próxima.
Comenté el episodio y la respuesta fue siempre la misma: era lunes y es el día en que más abundan los borrachos. ¡Son una peste!
A la mañana siguiente, durante el recorriendo de las oficinas públicas tras perdidos expedientes de eterna gestión, uno de los pocos momentos rescatables es el de tomar un café. No sé si en el tercero o cuarto me encontré en una repartición de las tantas visitadas leyendo un periódico local. Con o sin intención encontré lo que buscaba. En una de las páginas interiores aparecía una breve noticia necrológica de un hombre que “habría sufrido un accidente” en la misma carretera recorrida el día anterior. No se daba filiación alguna del muerto.
Tal vez, si nos hubiéramos detenido...
Años después, revisando la correspondencia, encontré un documento de la OEA. Me extrañó por no ser común que recibiera este tipo de material. Sin embargo, enseguida comprendí por qué se me había enviado; se trataba de un informe de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) sobre los desaparecidos en Argentina.
Allí se publicaba una lista de las denuncias efectuadas por diferentes organizaciones de derechos humanos, políticas y sindicales durante una visita a Buenos Aires de una delegación de la CDH.
Cada denuncia era acompañada por una fecha, nombres y circunstancias de la desaparición. La casi totalidad de las desapariciones habían ocurrido entre el 76 y el 78. Sin embargo había algunas de años anteriores. Se destacaba una del 72. Me detuve en ella. Se denunciaba la desaparición de un dirigente político sindical de una provincia del interior, miembro de la juventud peronista y vinculado al sindicato azucarero.
La desaparición había ocurrido en un viaje entre Tucumán y Salta.
Esa era la carretera de las “curvas que no dejaban ver lo que se venía”. El bulto tirado que “cubría el costado derecho de la estrecha cinta de asfalto”. El informe daba otros detalles: que estaba vestido (al iniciar el viaje) de “traje oscuro y sombrero de fieltro”.
La lectura me llevó ocho años atrás; al país que había dejado; a la imagen de aquel cuerpo inmóvil que Luque había tomado por un borracho. Recordé la necrológica del periódico local que no daba datos sobre el “hombre que habría sufrido un accidente”.
Pensé en coincidencias o quise justificar mi inacción viendo coincidencia donde no la había.
Pasaron varios años hasta que, en una visita a donde atiende Dios (1) , cruzando una avenida, un enorme cartel me hizo levantar la vista. Era un afiche de las Madres de Plaza de Mayo. Aparecían fotos de los desaparecidos, sus nombres, las fechas. Allí vi la cara que no estaba en el documento de la OEA, ni en el periódico local, ni se podía ver en el bulto.


Era un hombre en los treinta años. De pelo oscuro, ojos saltones, nariz respingada sobre una boca carnosa y pera dividida. Era un rostro del interior.
Ahora podía ponerle cara y nombre al bulto y también sabía que aquella vez, “si nos hubiéramos detenido...” hubiera sido tarde para salvarlo.


[1] Referencia a un chiste de la revista Hortensia. “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires.”

martes, 16 de enero de 2018

LINEA RECTA, la carrera política del Flaco Rodriguez


En el cuarto año nocturno del Colegio Deán Funes se encontraba todo tipo de elemento. Los que por trabajar estudiaban de noche eran apenas la mayoría; muchos eran los desplazados de otras escuelas por motivos tan diversos como “contactos carnales indebidos” (ex-cadetes del Liceo Militar General Paz), “expulsión por asalto a mano armada” (uno que venía de las Escuelas Pías), “desnudarse enfrente de la profesora” (nunca pudimos averiguar de dónde venía este), “asalto en pandilla”, etc.
Finalmente estaban los que se “autoexiliaban” por creerse demasiados viejos, demasiado atletas (se dedicaban a los deportes y a la gimnasia durante el día) o simplemente creían que la iban a pasar más fácil.
En ese año turbulento de 1954, el Flaco Rodríguez ingresó al cuarto año con una ya ganada fama de cuchillero. A poco, como para ratificar su renombre, policías uniformados lo buscaron una noche acusado de haber “causado heridas cortantes en el cuerpo de su oponente”.
Lo volvimos a ver al poco tiempo; con una amplia sonrisa y un dejo de importancia tras el cual apenas si nos respondía con un sí o un no a nuestros interrogatorios.
En el curso, poco se hablaba de política. Sin embargo para entonces el enfrentamiento del gobierno con la Iglesia ya había provocado numerosas manifestaciones de radicales, conservadores e izquierdistas.
Al año siguiente, en el 55, cuando era imposible no estar comprometido, en la clase no se daban las discusiones que eran común en bares, clubes y adonde uno se acercara.
Unos pocos decían intervenir en las pitadas de las 20:35, “hora en que Evita pasó a la inmortalidad”.
Pero llegó Septiembre del 1955; el golpe seguido por el exilio de Perón.
Y regresamos a clase una semana después. Para gran sorpresa de muchos, de repente algunos hacían alarde de sus acciones como comandos civiles revolucionarios.
Hasta uno de ellos, un tal Perpetua, se declaró herido por perdigonada. Un grupo fue a visitarlo al hospital y vino con la noticia de que estaba herido en los glúteos. El disparo accidental de una escopeta sobre la cual estaba sentado.
La mayor sorpresa la causó el cambio sustancial de actitud del Flaco Rodríguez, nuestro cuchillero, ahora era un paladín del golpe; un furioso anti-peronista; contaba a todo el que quisiera escucharlo de sus aventuras en las acciones militares.
Terminado el bachillerato dejé de ver al Flaco Rodríguez.
Pasaron un par de años; estudiaba en un boulin de la Cañada y Colón. Era una facilidad que me daba mi padrino Pablo Bracamonte.
Me solía acompañar a estudiar mi amigo y compañero de ingeniería Payo Gayol. Cuando hacíamos un alto en la lectura, nos poníamos a pelotear en una pared lindera de un tercer piso. En uno de esos recreos la pelota cayó en la terraza vecina que correspondía a una casa habilitada como bar-cabaret.
Al ir a buscarla pasé por el bar en tinieblas para subir por una estrecha escalera hasta la terraza. Al regresar me encontré de frente con una sonrisa. Era del Flaco Rodríguez que me saludaba ostentosamente. Estaba acompañado de una mujer que por su vestido, pinturas y otras artes, pensé pertenecía al elenco estable del cabaret.
El Flaco me saludaba como si fuera dueño de casa; un habitué. En el corto intercambio alcanzó a decirme que en sus tiempos libres estudiaba abogacía.
Y llegó el año 1957 y los votos en blanco ganaron las elecciones; y muchos se dieron cuenta de que más allá de los camiones, había algo más que llevaba a las masas a la Plaza de Mayo, y comenzaron a buscar maneras de manejar a la “negrada”; y llegó Frondizi.
Y entonces, en 1958, lo volví a ver al Flaco. Estábamos en una manifestación convocada clandestinamente por el peronismo. La gente cubría varias cuadras de la General Paz. Fue entonces que apareció un enorme cartel.


Era el dibujo de una gigantesca pera; era decir Perón sin mencionarlo (recordemos que estaba prohibido siquiera mencionar el nombre del "tirano-sangriento" o de su "concubina la Eva”); de inmediato buscamos acercarnos a la pera. Ya cerca pudimos ver que arriba tenía un cartel que decía: “Frondizi con …”.
Era un cartel de la denominada UCRI, el partido de Frondizi, que se adhería así a la manifestación.
Mi sorpresa fue reconocer a quien transportaba la pera; el Flaco Rodríguez.
Cuando me le acerqué con una sonrisa, el ex-comando civil, ex-antiperonista furioso, se puso serio y expresó su solidaridad con el pueblo perseguido.
Poco supe del Flaco en los años siguientes. Mi alejamiento de Córdoba y mi asco por las formas de acción política de la época, no me dejaron seguir la fulgurante carrera política de quien entiendo llegó a ser un destacado dirigente y electo diputado provincial por el peronismo.
De cuchillero a comando civil antiperonista; de antiperonista a frondicista; de frondizista a diputado provincial peronista.
Una carrera que muchos activistas de izquierda del 55 supieron pacientemente recorrer…. y si no hubiera sido por sus aliados del 55 (curas y militares) hasta hubiera sido pacífica.

martes, 7 de marzo de 2017

NICOS POULANTZAS

A Carlos, al igual que a la mayoría de los directivos y docentes de la Universidad del Salvador, los echaron y la materia quedó sin profesor. Yo, que hacía poco había recibido el diploma de Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas fungía, junto a dos colegas también recién recibidas, como ayudante de cátedra y encargado de la lectura de textos peronistas y comentarios de las clases de Carlos.
Tal vez haya sido mi entusiasmo en las lecturas del texto de Perón sobre Conducción, o tal vez que solía hacer críticas (confieso que suaves) sobre acciones del gobierno dictatorial de turno (1972-1973), la cosa es que no me echaron; por efecto transitorio tampoco echaron a mis compañeras de cátedra (aún cuando luego juraban que habían renunciado de inmediato).
El nuevo designado profesor por la tan irregular intervención universitaria, era un Senador de clara (en ese entonces ya no era tan claro, pero estando vivo Perón, todavía podía hacerse cierta distinción) tendencia peronista que representaba a la Provincia de Santa Cruz. El mismo confesaba que era la primera vez que se dedicaba a la docencia universitaria y lo hacía sobre todo buscando transmitir su experiencia de lucha. Por ello (o por algo decidido con antelación) el interventor en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador (un sacerdote) había designado un profesor adjunto que hasta la fecha se había desempeñado como periodista en un diario dedicado a informar sobre finanzas. Al recomenzar las clases, el Sacerdote-Interventor, a quien yo ya conocía, nos presentó al Senador-Profesor y a su adjunto, el Periodista-Profesor.
Hasta allí todo parecía propio de una irrupción de un sector del peronismo en el Gobierno sobre este centro católico de enseñanza.
Las primeras clases del Senador confirmaron lo que prometió; se trataba de historias, experiencias y consejos prácticos con un cierto ropaje teórico, todo fruto de su experiencia en la actividad política y con claro deseo de colaborar con la intervención.
La segunda sorpresa (la primera fue la intervención en sí) la tuvimos cuando el Profesor Adjunto anunció que la parte del curso que él dictaría tendría como texto un libro de Nicos Poulantzas sobre el Estado.
Dado que en los cursos tomados en la misma Universidad del Salvador no habíamos leído al autor mencionado, pero teniendo conocimiento de su clara identificación con el pensamiento marxista, de inmediato me fui a adquirir el texto de marras.
La lectura del texto me convenció que aquí había gato encerrado. No podía creer esto de que el texto de un conocido autor marxista sea el que guiara a los alumnos de una cátedra dictada por un Senador Peronista. Claro que había que averiguar ahora si el Senador-Profesor sabia de la elección de este texto. Por las dos clases que le había escuchado, era claro que leía los libros de Perón, pero poco o nada conocía los de Poulantzas.
Señalicé parte del texto y en la tercera clase en que el Senador-Profesor nos ofrecía una charla sobre su experiencia como peronista entre el 55 y el 73, le solicité reunirnos por algunos minutos después de clase. Mi idea era investigar si conocía el texto elegido por el Periodista-Profesor Adjunto y sobre el cual nosotros, sus asistentes, tendríamos que trabajar.
Apenas terminada la clase, a la cual el Periodista-Profesor Adjunto no asistió, el Senador-Profesor me pidió eligiera un lugar adónde hablar.
Fuimos a un café existente a una cuadra de la Facultad.
Allí, luego de darle a conocer mis antecedentes (que el desconocía) le presenté el libro de Poulantzas como si supiera de qué se trataba.
Abrió el libro y alcanzó a leer unas pocas líneas introductorias sobre la lucha de clases y las visiones revolucionario-teóricas de Lenin y Gramsci; su cara comenzó a ponerse lívida. Entonces ante el estupor que lo embargaba le pregunté si había sido informado del texto elegido para “complementar” sus clases sobre peronismo y política.
Mordiéndose los labios me contestó que había sido sorprendido en su buena fe.
Le ofrecí quedarse con el ejemplar del libro que había puesto en sus manos; me agradeció y aceptó la oferta sin titubear.

 
                             
Molesto, inquieto, me dijo que leería con más cuidado el contenido del texto y luego hablaría con el Sacerdote-Interventor sobre lo ocurrido.
Me volvió a agradecer el libro y la circunstancia de que me acercara a comentar el texto con él. Nos despedimos; no volvimos a vernos. Renuncié al día siguiente; luego me enteré que el Senador-Profesor lo hizo poco más tarde con un portazo en la cara del Sacerdote-Interventor... quien  luego supe se exiliaría en Perú.
En el 1976, nuevamente un golpe de estado derrocaría a un gobierno popular electo, acorralado por los factores de poder de siempre: FFAA, Iglesia, los grupos armados (ERP, Montoneros, etc.) y algunos sectores de la clase media.
Elegían el caos y la violencia de una nueva intervención militar y de la gran burguesía, antes que las urnas. Nadie parecía acordarse de que en pocos meses habría elecciones.
Como siempre, el temor a ser derrotados o quedar demostrado que eran minorías, volvía a unir al espectro ideológico de los privilegiados y sus compañeros de ruta, la izquierda pequeño burguesa.
Pero no termina aquí esta historia, que es solamente una más en el largo proceso en que la militancia de izquierda hizo maravillas disfrazando sus ideas con tal de “ganarse” los votos con que contaba el movimiento popular.
Años después (1981) trabajando en mi tesis de Maestro de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México, Atilio Borón, el director de la misma, me hizo notar de que el autor de uno de los textos que yo utilizaba estaba exiliado en México y que sería conveniente de que lo entrevistara.
Munido del teléfono del susodicho intelectual argentino, me comuniqué con él y quedamos en reunirnos en la taquería Taco-Teca.
Una noche, bastante después del atardecer, concurrí a la reunión cuyo lugar y hora había elegido mi entrevistado cuyo apellido era Carranza.
Nos saludamos y nos sentamos en una mesa arrinconada y a media luz; apenas pasado el primer minuto, noté que Carranza me miraba fijamente.
De pronto me preguntó si yo había estado alguna vez en la Universidad del Salvador; le respondí que si, a comienzos de los setenta.
"- Vos sos entonces el que me jodió!"
Me sorprendió enormemente lo dicho y la forma en que lo dijo; pero no caía en identificar a qué se refería.
Entonces agregó:
"- Vos y tus dos asistentes, la japonecita y la otra, me pudrieron la vida."
Recién entonces me di cuenta de que tenía en frente al Periodista-Profesor Adjunto del Senador-Profesor de 1973.
Nos olvidamos de su libro y de mi tesis y comenzamos a discutir civilizadamente el tema de la relación de la izquierda con el movimiento popular.
No insistió en eso de hacerse el peronista, y en eso lo vi sincero; para él era lo de menos. Tampoco creía que había engaño en lo referente a la falta de conocimiento que el Senador-Profesor tenia del texto elegido; pero insistió en lo que él consideraba “trabajo de zapa” que le habían hecho las dos compañeras de la cátedra y lo que llamaba mi traición por haber hablado con el Senador-Profesor “a sus espaldas”.
La reunión no duró mucho pero finalizó en buenos términos; nunca más me volví a cruzar con él, ni supe del destino de Carranza.

N. Poulantzas

Leopoldo Rodriguez
Febrero 2009




domingo, 17 de julio de 2016

UNA PECULIAR MANERA DE CAMINAR; VOLUMEN 2 DE LA SERIE RELATOS CASI BIOGRAFICOS

Acaba de publicarse el Volumen 2 de la Serie de Relatos Casi Biográficos, titulado:  UNA PECULIAR MANERA DE CAMINAR.
En venta en Amazon, tanto en papel como en forma e-book.
104 paginas.
ISBN-13: 978-1533391506
ISBN-10: 1533391505

Tapa.

Contratapa.

Indice.


domingo, 29 de noviembre de 2015

¿SPRECHEN SIE DEUTSCH?


Cuando uno estudia un idioma, su más ferviente deseo es poner en práctica los resultados de sus esfuerzos.
Hablar el alemán fue siempre una aspiración. Desde los primeros cursos en el Instituto Goethe en Córdoba y Buenos Aires, hasta más recientemente, un par de semestres en la Goethe de México. Apenas terminado el curso en su segundo semestre, partimos hacia Alemania.
Con gran alegría veíamos nuestros avances; leíamos carteles y menús con menor dificultad que en el pasado. Hablábamos por teléfono haciendo reservaciones o solicitando indicaciones. ¡Y hasta logramos cierto entendimiento con la dueña de una pensión!
Finalmente nos encontrábamos en la ciudad de Colonia; último día en la patria de Goethe.
Terminábamos de visitar el Rӧmisch-Germanisches Museum Kӧln; tomamos un helado en una tienda de Häagen-Dazs y caminamos hacia el Río Rhin. Desde esa orilla uno tiene una hermosa vista del puente y si se cruza el río, se ve en todo su esplendor la Catedral y la ciudad. El día se prestaba para sacar fotos. Yo practicaba el arte de múltiples tomas en el mínimo tiempo perfeccionado por los turistas japoneses. Concentrado en mi fervor de consumidor de productos Kodak, olvidé el entorno.
                               
                                 

"¿-Gute….., tank…..,tamm..dank?"
Escuché sin poder entender. Alguien en apremios me dirigía la palabra en alemán. Alcancé a bajar la cámara y rápida e instintivamente pensé en practicar mis lecciones; contesté a mi interlocutor con un claro:
"¿Sprechen Sie Deutsch?"
 La persona, un local, que me había dirigido la pregunta en alemán, quedó paralizado.
Me sorprendió la parálisis facial del pobre tipo sin comprender a qué se debía….. hasta que intervinieron otros alemanes del grupo, quienes ahora en inglés me pedían un pañuelo de papel o servilleta para su aún sorprendido amigo.
Recién entonces comprendí mi error y salí de mi propia parálisis. Ya el grupo de alemanes se alejaba a las risotadas y Mery venía en mi auxilio.


Leopoldo Rodríguez, 2001