¿Por qué lo hizo? ¿Por qué? Si ya no tenía ninguno de sus blancos en la mira, ni la cueva del dictador, ni sus secuaces. Sus charlas con el capellán y con Massera lo han preparado a todo; hay que empujar al límite de lo tolerable, le han dicho. Provocar el terror de sus seguidores; como las bombas del 53, pero llevando todo a una culminación que tenga como única salida la caída del tirano. Con la seguridad y fe del fanático suelta la bomba de 500kgs que baja veloz hasta encontrarse con el techo de un trolebús y explotar en su interior.
La madre no alcanza a enseñarle a Gabrielita la hora; la bomba la destroza junto a su pareja y a otros sesenta pasajeros. Gabrielita sale disparada por la ventana; la encontraron a más de diez metros del trole totalmente destruido. Los primeros en llegar fueron transeúntes que, por casualidad y mucha suerte, se encontraban en las arcadas de los edificios; esto los salvó del primer asalto. Cuando Cecilia se acuerda de cómo encontró a Gabrielita, se le llenan los ojos de lágrimas. Es que el cuerpito de Gabrielita estaba envuelto en sangre y pedazos de piel; un brazo lo tenía totalmente colgado de una lonja en carne viva.
Aterrorizada, Cecilia se paralizó ante el terrible espectáculo; en su vida profesional como enfermera no había nunca visto semejante carnicería. El ruido de un avión y de la mortal metralla que escupía, la hizo cubrir con su cuerpo los restos sangrantes de Gabrielita; el olor a muerte y el humo, todo en medio del pánico de los que, con mucho coraje y audacia, trataban de ayudar a las víctimas. Cecilia sólo recuerda de que, en un momento, perdió el conocimiento; luego el caos de urgencias en un Hospital colmado de muertos y heridos. Era la primera vez que se bombardeaba a Buenos Aires; en realidad, era la primera vez que se bombardeaba una ciudad del Continente Americano desde el aire; nadie estaba preparado para la masacre que resultó de este hecho criminal.
El Piloto Naval Freyre se sorprendió del apoteótico recibimiento en Uruguay; la prensa, los funcionarios y oficiales, todos los calificaban de héroes que habían dado la vida por su patria. Pensó que en realidad no había muerto ninguno; al único derribado lo habían rescatado del río. Pero le gustó su nuevo papel de heroico mártir de la libertad. Recibió todas las atenciones que pueda uno imaginarse y fue llevado a lo que consideró un estupendo alojamiento.
Cuando el 17 de junio Cecilia volvió a tomar conciencia de lo que había pasado, lo que primero hizo fue preguntar por la nena; ojos compungidos le dijeron que su hija se encontraba en terapia intensiva, pero que había posibilidades de salvarla. No pudo, no quiso, vaya a saber por qué, pero Cecilia no aclaró en ese terrible momento de que la nena no era su hija. Así, cuando dos días después, pudo llegarse adonde la tenían enmedio de tubos y vendajes, supo que se llamaba Gabrielita; el nombre lo habían obtenido del guardapolvo.
Los días que siguieron fueron tan tumultuosos y dramáticos que Cecilia no recuerda mucho de los pasos seguidos hasta que se encuentra saliendo del Hospital con Gabrielita en sus brazos. Ella ni Gabrielita estaban en las listas de muertos y heridos que había visto. Nadie sabe quién fue víctima de qué, cuándo y dónde. La tragedia desbordó por completo a los servicios hospitalarios de la ciudad. Ahora se trata de superar al caos con la dispersión más rápida posible de los que se pueden ir a casa.
Y allí le tocó a Cecilia irse a casa.... con Gabrielita.
Ella alquilaba una habitación en una vieja casona que se venía abajo ubicada cerca del centro de Avellaneda; a fin de evitarse problemas y disminuir habladurías, a sus vecinos les contó que se trataba de una hija de su hermana que acababa de fallecer en un accidente.
Ya había pensado que durante su horario de trabajo podría llevarla a la guardería de la clínica ferroviaria adonde se desempeñaba como enfermera. Insistiría en que era la hija de una hermana fallecida. Pero su conciencia no la dejaba dormir; ¿adónde estarían los padres? Tal vez la estaban buscando.
Sin embargo, siguió con su atención por la nena; la inscribió en la guardería tal cual lo había pensado: con su nombre real y el apellido que Cecilia compartía con su hermana. Pasaron las semanas y cuando ya había llegado a un punto en que el cariño por la nena y su conciencia comenzaron a balancearse, fue entonces que encontró la citación. Se trataba de una citación para que concurriera a oficinas del Ministerio de Salud Pública; estaban buscando poner orden al caos y hacer un listado más preciso de las víctimas del 16 de junio, que en total sobrepasaban las dos mil personas.
Dejó pasar un tiempo; cuando al fin creyó que ya no podría esperar más, se preparó para ir a la cita; era el 16 de septiembre de aquel fatal 1955.
El golpe del 16 de septiembre de 1955.
Cuando Freyre despertó casi a medio día, se encontró con la noticia que todos esperaban; el golpe final se estaba ejecutando. Ahora era cuestión de unos pocos días y estarían de vuelta en Buenos Aires. La noche anterior habían estado discutiendo durante horas sobre las medidas a tomar con aquéllos que los habían traicionado el 16 de junio; el fusilamiento era lo mínimo que merecían.
Durante la mañana de ese día, mientras trabajaba atendiendo a los muchos jubilados ferroviarios que eran sus pacientes, se enteró del golpe de estado. A la tarde ya no fue a las oficinas del Ministerio; y pasaron semanas y meses y años, y nadie volvió a llamarla a los fines de continuar la investigación sobre las víctimas del bombardeo que la propia aviación militar argentina había realizado contra el pueblo, que pacíficamente se desplazaba por la Plaza de Mayo en aquel fatídico 16 de junio de 1955.
El Piloto Naval Freyre regresó en un avión fletado especialmente por el gobierno uruguayo; el nunca olvidaría a quienes tan bien lo habían recibido y cobijado después de su participación en el heroico bombardeo de la ciudad de Buenos Aires. De inmediato gustó de los sabores del triunfo y de un poder ilimitado en cuanto al castigo de sus enemigos. Nadie se preocupaba por lo sucedido el 16 de junio; ahora había que ver el futuro. Se sentía apoyado por la Iglesia: todos sus hermanos cristianos lo felicitaban; también por la cultura: más de un círculo universitario, teatros, cine y la prensa lo sorprendió con un homenaje de algún tipo. Nunca tuvo que hablar sobre su proceder, ni lo que fueron los momentos del bombardeo; nadie preguntaba los detalles, no interesaban. Ellos eran parte de un grupo que había creado las condiciones de terror para que el golpe de estado pudiera tener éxito; eso era la noticia, el hecho heroico, la circunstancia a homenajear.
Y así, cuando Gabrielita llegó a cumplir doce años y en la escuela secundaria en Avellaneda le pidieron su certificado o algún tipo de identificación y no pudo presentarla, Cecilia siguió insistiendo con que era hija de una hermana fallecida. Habían pasado tantos años; ella "había recibido a la nena" de una señora que se la había venido a traer de parte de su hermana". No tenía otra información que dar.
Finalmente, en la comisaria que le tocaba por su domicilio, intentó decir la verdad; un oficial de policía la escuchaba. Alcanzó a decir que fue durante el bombardeo de la aviación el 16 de junio de 1955; que ella iba caminando hacia su trabajo, luego de realizar trámites que ahora no recuerda, que fue cuando lo voltearon a Perón; el uniformado la mandó a callarse de inmediato. Luego de unos segundos el policía se levantó de su asiento y salió de la oficina.
Al rato volvió una persona mayor quien le pidió que no hiciera propaganda política con eso del bombardeo y que no volviera a mencionar al tirano prófugo; que ya bastante mal había causado al país. Que si quería hacer una declaración sobre el origen de la tenencia de la nena que lo hiciera diciendo la verdad.
Fue allí que Cecilia se dio finalmente cuentas de que la única forma de enderezar lo torcido era torcerlo más; con cara de piedra dijo que era madre ilegítima de la nena y que no tenía forma de comprobar su identidad. El funcionario apalancó de inmediato la nueva declaración y firmó el certificado que le permitiría a Cecilia obtener la Cédula de Identidad de Gabrielita, y por mucho tiempo solucionó el problema.
El Oficial de la Fuerza Aérea Naval Freyre tuvo la fortuna de que su amigo Massera lo cobijara bajo sus alas; aunque ambos eran pichones, Massera ya se había ganado fama de duro y eso era muy positivo dentro de la fuerza. Con ese apoyo Freyre pasó rápido por los distintos rangos; fue a cursos en el extranjero; tuvo buenos destinos; su carrera como oficial de Marina era todo un éxito. Ni que decir su casamiento en la Catedral de Córdoba con la chica Echenique; fue un acontecimiento social. Ahora, diez años después del bombardeo se encontraba con dos hijitas, una joven esposa y alguna amante circunstancial, apreciado por la superioridad dado sus antecedentes, tranquilo con su conciencia gracias al apoyo constante del capellán y, sobre todo, por la fidelidad que le había siempre prestado a su amigo Massera.
La noche de los bastones largos.
Cecilia ya estaba tranquila, pronto Gabrielita se graduaría en la Secundaria e iría a la Universidad; o al menos se especializaría como enfermera. Ella seguiría trabajando mientras pudiera; jubilarse no era para ella. Lo único que la preocupaba eran las diferencias que cada día la apartaban más de la nena; ya no era su rebeldía por las heridas que le había dejado el "accidente", sino por sus ideas políticas cada vez más revoltosas. En esos años, no recuerda bien, fue cuando apareció el Molaco; parecía un nene bien de clase media. Era mayor que la nena; pero seguía en el secundario, iba al Nacional. Eso y el que el padre era "no sé qué" en la Policía, lo hacían creído; o al menos era lo que pensaba Cecilia. Con el tiempo Molaco hasta se metía en la pieza de Gabriela; ahora alquilaban dos habitaciones en la misma casona desvencijada. Los choques con la nena tenían lugar cada vez más seguido; y Molaco siempre estaba atrás de todo.... según Cecilia. La hacía llegar tarde a todo con esas "reuniones de compañeros", y Cecilia sospechaba, la empujaba a las manifestaciones.
Así fue como Gabrielita quiso entrar en Filosofía luego del secundario; para Cecilia era una carrera para ricos. ¡Ni para comer le iba dar! Y ese Molaco que era la influencia detrás de todas estas locuras. Y finalmente pasó lo que Cecilia tanto temía; en una noche interminable, en la que ni Gabrielita ni Molaco volvieron de la Facultad, vinieron a la madrugada a avisarle que se los habían llevado en la redada. Había ocurrido, sin que Cecilia lo supiera, "La Noche de los Bastones Largos". El Gobierno del Dictador General Onganía había tomado a bastonazos la universidad de Buenos Aires.
¡La que desde el 55 gozaba de su época de oro! El preciado trofeo que la clase media había conquistado durante el golpe del 55; ahora estaba en manos de los militares.
El Oficial Naval Freyre terminó de cursar los estudios del Estado Mayor y, siempre cerca de su gran amigo Massera, logró puestos en embajadas importantes como la de Washington. Allí pudo hacer algunos negocios de primera en la intermediación para la compra de repuestos para la Fuerza Aérea Naval. El 66 lo encontró en esa posición; le disgustó mucho que la parte "azul" del ejército hubiera ganado al fin. Pero él se sentía seguro en la Marina. Ellos eran la élite de las Fuerzas Armadas; y aunque ya nadie hablara del bombardeo del 55 (parecía que había un silencio pactado sobre el tema) seguía sintiéndose un héroe; había tenido que exiliarse perseguido por el tirano.
El Cordobazo: 20 de junio de 1969.
Cuando largaron a Gabrielita, Cecilia decidió volverse al interior, de donde había venido hacía tantísimos años. Por suerte al Molaco tardaron más en soltarlo. Cecilia logró, por su antigüedad y antecedentes en el trabajo, que la transfirieran al hospital en Córdoba. Pasaron años en que la única preocupación con la Gabrielita fue que se olvidase del Molaco y sus rebeldías. En Córdoba consiguieron una casita en un barrio humilde de los alrededores de la ciudad y la Gabrielita insistió en inscribirse en la carrera de Letras. Transcurría el año 69 cuando de nuevo el faltazo; Gabrielita volvía de la facultad a altas horas de la noche, siempre acompañada de esos melenudos de los que tanto desconfiaba Cecilia. Y de pronto se repite la historia; una compañera de Gabrielita le avisa que la nena no podría volver a casa esa noche. Era el 20 de junio de 1969, el día conocido como "El Cordobazo". Otra vez Cecilia temblando por lo que le pudiera pasar a Gabrielita. Durante toda esa noche y el día siguiente esperando noticias aferrada a la radio y a la TV de la vecina. Finalmente, acompañada de sus amigos melenudos, llegaron con sones de festejo; según ellos, ¡habían triunfado! Para Cecilia era una cosa de locos; ¿triunfado contra quién? ¿Qué habían ganado? Líos, destrozos, golpizas, muchos presos. Pensó en el origen de lo que para Cecilia era "su vida", su Gabrielita; pensó en la Plaza de Mayo, el trolebús, los aviones, las bombas, la muerte, la sangre, y el encuentro de Gabrielita. Y tembló como en aquella vez; ¿no vendría de nuevo la matanza?
Freyre se sintió amargado y traicionado; él que se había jugado en el 55, tenía que ver cómo esa chusma incendiaba las inversiones extranjeras que tanto había costado traer.
Pero se lo merecía el boludo de Onganía, flojo como todo el ejército. Algún día llegaría la hora de la mano dura; tenía plena confianza en que su amigo Massera iba a ser el líder en ese momento. Y el estaría en eso más que nunca. Sin embargo, lo fastidiaba mucho el temblor de su mano izquierda cada vez que pasaba por la Plaza de Mayo; por suerte lo hacía pocas veces.
Varias reuniones se sucedieron a la del "triunfo" del Cordobazo: por la muerte del dictador General Aramburu (1970); por el triunfo en las elecciones en la facultad; y por otros motivos que Cecilia no llegó a entender. Poco a poco, Gabrielita aparecía con melenudos cada vez más rubiecitos o blanquitos, de manos más delicadas, como que nunca habían tenido que agarrar una pala.
El regreso del tirano: 1973.
La militancia de Gabrielita fue cada vez mayor; en especial a partir de recibirse de Profesora de Letras en 1972. Fue entonces que se enteró de que Gabrielita militaba en una organización peronista. Ella, Cecilia, nunca se había metido en política; si apoyó al innombrable y su esposa, era por eso de las jubilaciones, las vacaciones pagas y otros beneficios que recibió en los cincuenta. Pero política; para qué, ninguno servía para nada. Sin embargo, ahora su Gabrielita militaba en una agrupación clandestina (todo lo peronista era clandestino en ese entonces) y ella no sabía nada de todo eso; se sentía desorientada. Su vecina, que según Cecilia se sentía más porque tenía un hermano médico, comenzó a lanzarle indirectas. Que ya cualquier tilinguito se cree más que un profesional de carrera. Que los amigos melenudos de su hija son unos comunistas; que no van a parar hasta que nos quiten la casa. Claro, pensaba Cecilia, ella era dueña de "su" casa; yo tengo cada vez más problemas en pagar el alquiler.
Pero llegó un día en que su casa (la alquilada) se volvió una unidad básica en favor de Cámpora. Y la vecina lo consideró un insulto sin par; ¡vecina de una Unidad Básica! Lo único que le faltaba.
Pero el triunfo en las elecciones, la designación de Gabrielita en un cargo municipal y el colmo del prestigio barrial: aparecer en un noticioso de TV; todo hizo que la vecina y la vecindad cambiara su actitud y que Cecilia se sintiera por primera vez de vuelta a cuando le dieron su primer aguinaldo; sus primeras vacaciones pagas; sus primeras alegrías de la vida como enfermera en un Hospital Ferroviario.
El Oficial Naval, Contralmirante Freyre, pensó en pegarse un tiro en la cabeza; le parecía imposible que volviese el tirano. Que su sacrificio del 55 hubiera tenido un final tan humillante. Por suerte Massera lo animaba; le decía una frase que sabía utilizar el tirano: "hay que desmontar mientras aclara". Comenzó a sospechar que su amigo, cuando llegara el seguro golpe, tendría pretensiones más allá que un mero ministerio. Pero el golpe debía ocurrir rápido, o el tirano podría querer revolver el pasado; él, que odiaba la historia, comenzó a tener miedo de que la historia del 55 lo alcanzara. Ahora temblaba fuerte la mano izquierda (la que accionaba para dejar caer las bombas) cada vez que se acercaba a la Plaza; o aun cuando a alguien se le ocurría mencionar ese pasado. Ahora se encontraba tratando de disminuir su acto heroico del 55; olvidarlo o desfigurarlo.
Pero todo duró poco; apenas un año y ya todo estaba de vuelta por el suelo. De nuevo Gabrielita envuelta en grandes discusiones y parloteos que duraban hasta altas horas de la noche. Renunció a su trabajo en la Municipalidad; ya no apareció más en los noticiosos.
Y los melenudos eran cada vez más melenudos; o así le pareció a Cecilia.
Y para colmo, el que había sido innombrable y ahora había vuelto a la presidencia, muere de repente; y allí sí, pensó Cecilia, ¡se armó la gorda!
Gabrielita comenzó a llegar a cualquier hora y con tipos y tipas que Cecilia no conocía y que Gabrielita nombraba como si los conociera apenas. Cecilia comenzó a sentir nuevamente ese miedo, ese terror que sintió en el 55, cuando las bombas; en el 66, cuando lo del Molaco y lo de los bastones; en el 69, cuando los melenudos y el Cordobazo. Pero lo que más parecía disgustarle a Cecilia, era que, cuando hablaban, se referían a los obreros como algo a lo que ellos eran ajenos; esto entristecía y al mismo tiempo alegraba a Cecilia. De seguro que Gabrielita, Profesora de Letras, había ya escalado posiciones y se sentía de clase media universitaria. Pero esto la alejaba de ella, de Cecilia, su madre. Y entonces es cuando pensó; ¿y si Gabrielita era en realidad parte de una familia rica? Tal vez famosos profesionales de Buenos Aires. ¡Y ella que la había robado! Porque esa era la verdad; ella se la había apropiado, le había quitado su verdadera identidad.
El golpe de estado del 24 de marzo de 1976.
Freyre por fin se sintió aliviado; los últimos tiempos habían sido de fierro y balas. Le parecía mentira sentir miedo de ser asesinado. ¿Por qué? pensaba. ¡Veía sorprendido que sus aliados de aquel 1955, los revoltosos y gloriosos universitarios que luchaban a su lado y al lado de la Iglesia en contra del tirano, ahora estaban en la vereda del frente!
Pero todo estaba acabando; ya Massera lo había incluido en el estado mayor del golpe. Y él iba a ser la cabeza de las unidades ultra secretas que "desarticularían" a los revoltosos de ideas peronachas. Los autodenominados Montoneros. Pero todavía, a pesar de esta noticia salvadora, le seguía temblando la mano izquierda... en todo momento.
¿Alguna vez podrá olvidarse de las bombas del 55? De las fotos de la carnicería que un uruguayo tarado le había mostrado orgulloso a poco de llegar a Montevideo.
Y ocurrió lo que más temía Cecilia; una noche Gabrielita no volvió y nadie vino a avisarle de nada. Y esperó en vano durante varios días. Ya jubilada, asistió al Hospital Ferroviario a pedir ayuda; la miraron con desconfianza los pocos que todavía la reconocieron. La vecina ya había comenzado de nuevo con las indirectas; poco a poco su san Benito sería: "por algo será".
Es que el golpe, de nuevo "tan esperado" por la clase media argentina, para restablecer el orden perdido, llegó para destrozar el pequeño orden de Cecilia. Su Gabrielita: "¿dónde estaba?"
El Oficial Freyre no quería ver las sesiones; no tenía por qué presenciar las tareas sucias de sus subordinados. Pero esta vez, viendo el expediente, se interesó por la figura de una presunta subversiva. Su oficina estaba en la sección abierta de la Escuela de Suboficiales de Marina y en poco tiempo la tuvo a "copita" en frente suyo. Por el expediente sabía que el verdadero nombre de copita era Gabriela; una cordobesa que habían traído ese día. Pero unas pocas horas habían sido suficientes para que sus subordinados la hicieran mierda. A la infeliz no le quedaban dientes; sus ojos estaban en compota y tenía quemaduras de cigarrillo por todos lados. Pero Freyre necesitaba esa mercadería, hacía tiempo que soñaba con tirarse una montonera. Y la eligió a Gabrielita.
Cuando Cecilia escuchó el llamado a la puerta sintió acelerar a su corazón tan abatido; es que le habían llegado mensajes de que Gabrielita aparecería en esos días.
Cuando abrió la puerta se encontró con un uniformado; no era de los conocidos, estaba todo de blanco. Le venían a avisar que habían encontrado a la subversiva de su hija; pero también le advertían que quedaría presa en Buenos Aires y que debería dejarse de joder con sus reclamos ante la policía y el ejército. Lo lindo era que le entregaron una carta, o, más bien por lo corta, cartita de Gabrielita. Le decía que estaba bien, que no se preocupara, que ya pronto la soltarían y volvería a Córdoba.
El Oficial Naval Freyre tuvo la idea de ofrecerle a Gabriela una opción imposible de rechazar: la tortura de la picana en la vagina o el pene de Freyre en la vagina. Tal vez si Gabriela hubiera sido una Juana de Arco lo pensaría dos veces; pero ella no era Juana de Arco y comenzó a acostarse con ese vejestorio que se esforzaba para ocultar su panza y tratar de tener una erección.
Pasados algunos meses y ya con pocos montoneros que torturar y tirar al río, la Marina de Massera comenzó a aflojar la disciplina y sus planes de exterminio. En lugar de ello, las viejas aspiraciones presidenciales renacieron y comenzaron a tratar de buscar colaboradores entre los ex-torturados.
Así, de pronto, Gabriela se encontró transitando la Avenida Córdoba, y como sobrina del Almirante Freyre, almorzando en el Círculo Naval. Lo ocurrido en apenas unos pocos meses, desde que Freyre le permitiera escribir a su madre, desde que saliera a recorrer la ciudad en auto al principio y caminando después, habían sido un torrente de acontecimientos que apabullaron a Gabriela dejándola mareada, perdida, sin saber qué pensar o hacer. Cuando luego del almuerzo en el Círculo caminaron por Florida hacia el Sur, ella pensaba solamente en respirar profundo el aire sucio de la ciudad, mirar la gente que tan tranquila y ordenadamente, olvidada de los muertos, las bombas, los desaparecidos, las torturas, transitaba apresuradamente sumida en sus propios y (tal vez, pensaba Gabrielita) mezquinos pensamientos. Poco a poco, cuadra tras cuadras, esta indiferencia comenzó a herir la memoria de tortura y muerte que Gabrielita había vivido hacia tan poco. Y cuando llegaron a Plaza de Mayo, sin saber por qué, soltó de la mano a su tío el Almirante y salió corriendo.
Cuando Cecilia se enteró de que su Gabrielita había muerto en un intento frustrado de atentar contra la vida del Almirante Freyre, héroe de la Marina, amigo cercano de Massera, supo que la historia se movía en círculos.
Fin del proceso:1983.
Lo que no supo Cecilia es que pocos años después, el amante/asesino de su hija, se pegaría un tiro antes de ser arrestado en 1984. Hasta último momento, juraba a sus hijos que él sólo había seguido órdenes; que había tirado las bombas sobre Plaza de Mayo porque así era el plan de vuelo que le habían dado. Que los verdaderos culpables de la masacre eran Massera y Olivieri.
Sus apesadumbrados parientes y amigos no entendían por qué insistía en eso; ya nadie recordaba lo del 55.
Así, Freyre se pegó un tiro sin enterarse de que se lo buscaba por las torturas y desapariciones ocurridas en la Escuela de Suboficiales de la Armada. Los crímenes del 55 podían olvidarse, pero los del 76 en adelante habían castigado fuerte a la clase media; a muchos de los hijos de los golpistas del 55. Esos, no podían olvidarse.
Cuando Cecilia, ya octogenaria en 2007, supo de la inauguración del monumento a las víctimas del 16 de junio de 1955, sabía que allí figuraban seguramente la madre y tal vez hasta el padre y hermanitos de Gabrielita....pero siguió guardando su secreto.
1. 1 Tte. Emilio Eduardo Massera, asistente del ministro de Marina, Almirante Aníbal Olivieri.
2 Bombas terroristas lanzadas contra una manifestación peronista con numerosas víctimas.