Rubia, ojos azules, flaca, despareja por donde se la vea, narigona, de elegancia en decadencia.
Sí, era lo que Genaro buscaba. Desde que había llegado la veía. Todos los días, a la misma hora caía por Starbucks. Parecía que se citaban. Desde el primer día se sonreían.
Para Genaro, era lo que buscaba; una mina solitaria. Se decidió a seguirla. De lejos, para no asustarla.
- Cuando entre a la casa, me le tiro cuando salga. Pensó mientras se arreglaba el ya deteriorado sobretodo.
La siguió a media cuadra. Pero allí, a media cuadra, la mina se paró al lado de un Chevy, bastante venido a menos. Se metió al coche. Estaba sola.
- Aquí todos tienen auto. Se dijo desalentado.
No podría seguirla. Cuando ya se volvía notó que la mina continuaba en el auto. Titubeó. Se acercó. Estaba tomando el café con sus facturas.
- Cosas de yanquis. Mascuyó regresándose.
Entonces pensó que en Starbucks nunca la había visto sentada. Llegaba, pasaba al baño, ordenaba, pagaba, recogía y se rajaba. Siempre con la sonrisa. Como él.
Gerardo vivía con la sonrisa. Como pidiendo perdon por algo.
Cuando estaba ya frente al café, se volvió para ver que el auto arrancaba despasito y se alejaba.
Genaro puteó a su suerte y se puso a pensar en alguna variante. Cómo salvar la diferencia? Qué hacer si todas las minas tienen auto?
Ya tenía casi un mes de haber llegado y todavía nada. Caminó un rato sin rumbo fijo. Genaro creía que este deambular le traía suerte. Tal vez en una de esas tropezaba con un verde de 100. Pero hasta el momento, en lugar de tropezar con verdes, tropezaba seguido con vagos durmiendo debajo de montículos de diarios que los protegían del frío.
- Las ventajas de la libre expresión. Si no fuera por lo barato y cantidad de páginas impresas, que sería de estos muertos de hambre?
Lo que al principio había sido solidaridad intelectual, ahora comenzaba a ser solidaridad fáctica. En un par de semanas se le acababa la guita. Chau hotelucho.
Buscó un banco sin inquilino. A lo lejos alcanzó a ver uno ocupado por alguien sentado. Ocupación parcial. Le daba posibilidad de compartir. En realidad él buscaba compartir para intentar practicar su rudimentario inglés. Desde el comienzo pensó que en un par de meses lo tenía en el bolsillo. Lo necesitaba para chamuyar a las minas. Pero le era difícil encontrar con quien hablar. Todos mantenían su distancia. Su rudimentario inglés le parecía todavía mas rudimentario por falta de uso. Si se hubiera ido a la Florida. Allí por lo menos tendría los cubanos con quien hablar. No en inglés, pero al menos en castilla.
Ya estaba cerca del inquilino parcial cuando se dió cuenta que la sentada era la mina. Allí estaba terminando sus facturas y dando migajas a unos pajaros.
- Qué pegada! Pensó y se apresuró a tomar asiento.
Se sentó en la punta opuesta. Para no asustarla y poderla relojear. Miró hacia la calle cercana y no vió al auto. Dónde lo habría estacionado?
Rumió una forma de iniciar la conversación. Comenzó por acercarse un poco. Apenas había intercambiado la estúpida sonrisa cuando ella habló. De los pajaritos. De lo libre que eran. Genaro atinó a sumar un movimiento afirmativo de cabeza a su ya estable sonrisa. Cuando ella paró se animó y soltó un
- How are you?
La mujer, que mientras hablaba miraba a los pajaros, dió vuelta y pareció sorprendida de que él estuviera allí.
- Hi. Hello! Alcanzó a escucharse Genaro.
Ella recuperó su sonrisa y volvió a su tarea. Hablaba sobre cada uno de ellos. Con nombres.
Genaro continuó arrastrando su posadera; cada vez más cerca.
Cuando de pronto ella cambió el tema. Ahora hablaba de lo caro que estaba todo.
Genaro, que entendía sólo parcialmente, esperó un hueco en la cháchara de la Rubia para introducirse con alguna frase largamente practicada. Pero la Rubia dale que dale. Siempre atenta a los pajaritos; sus estúpidos saltitos, picoteos y aleteos.
Finalmente hubo un segundo de silencio, la Rubia estaba por cambiar de tema.
Genaro aprovecho y le salió un
- Where do you live?
La Rubia se paró como un resorte. Como picada por una víbora. Desde su desgarbada altura lo miró con terror un instante y con profundo odio después. Sin decir una palabra, la pobre mujer caminó apresuradamente hacia una calle lateral.
Genaro, sorprendido por semejante reacción, no se movió. Recién cuando la desteñida figura se perdía en la esquina, se levantó y la siguió corriendo. Corría por primera vez en meses. Al llegar a la esquina alcanzó a verla. Estaba a no más de veinte pasos, se subía al destartalado Chevy.
Genaro, sin pensarlo, se acercó al auto. A través de los vidrios sucios pudo verla moviendo cosas. El interior estaba lleno cajas, bultos, una muñeca. Hasta un reloj de pared!
La mujer lo tendría que haber visto; Genaro estaba con la cara pegada al vidrio!
Pero ella se comportaba como si nadie estuviera allí. Sumida en su permanente soledad. Acomodó unas cajas, recostó el asiento. Luego, con delicadeza, extendió una colcha y se tendió en ella, tomó otra para taparse y cerró los ojos.