Fue apenas terminó el secundario; en realidad ya había comenzado antes. De "aprendiz" le decía el viejo; pero bien que venían los pesos que el Polaco le pasaba.
Recién cuando le tocó la colimba se dieron cuenta de que el taller perdía un buen mecánico; además se había vuelto un especialista en motores grandes. Los que más le gustaban eran los tractores; solía entregarlos él mismo. Se sentía manejando un tanque; iba orondo por la angosta carretera aguantando los bocinazos de los apurados motoristas.
Pasada la colimba lo esperaban varias ofertas; y el Polaco no quiso darle el lugar que él creía merecer. En el regimiento había podido encargarse de los camiones, montacargas y moto niveladoras; ahora quería asociarse y estar a cargo de un turno o algo parecido.
Lo logró gracias a la plata que esta vez le tocó poner al viejo; no era mucho, pero alcanzó para cerrar el trato. En poco tiempo se encontró al frente del taller y comenzó la compra-venta de partes. Cuando las circunstancias lo llevaron al casamiento tuvo lo suficiente para comprar una casita con mucho lote en Alta Gracia. El taller le quedaba cerca; en el lote construyó un galpón para las partes y así se fue ampliando el espectro de sus actividades.
Su casita en Alta Gracia lo puso en contacto con la realidad de los viejos loteos abandonados en medio de las sierras; y con ello la oportunidad de ocuparlos. Así, de a poquito, fue aprendiendo esa palabra que luego le serviría tanto: la usucapión.
Sin dejar el taller y sus negocios, comenzó a poner unos pesitos, cada vez más, en la legalización de sus ocupaciones. Ya no eran lotes perdidos en las sierras; ahora picaba más alto, había descubierto que en el norte, había hectáreas de campo que nada sabían de sus propietarios. Pacientemente averiguó sobre quien tenía o había tenido titulo; buscó a sus dispersos herederos o supuestos herederos y así, hectárea aquí, hectárea allá, fue acumulando un patrimonio interesante. En el norte, allá por Mar Chiquita, las tierras tenían poco o ningún valor; pero el impuesto a pagar eran monedas.
No se acuerda bien cómo empezó, pero de a poco comenzó a integrar las propiedades sueltas; al oriente de la laguna acumuló varios cientos de hectáreas en un sólo lote. Y eso fue al principio de los noventa; al final de la década ya pasaban las mil.
Cuando el testaferro de la General Deheza lo contactó él apenas si le sacaba unos pesos a sus hectáreas; cobraba por dejar pastar algunos animales, por algo de leña de la mucha que se llevaban, algunas cabras y pollos que le daban en reconocimiento unos treinta puesteros (alguno de ellos ex-propietarios) que estaban desparramados en el campo. Los pocos intentos de hacer maíz le habían enseñado que eso era tirar la plata en un esfuerzo inútil.
Pero lo que le ofrecía el testaferro era increíble; dudó, consultó a clientes de su taller, visitó a un amigo abogado y cuando meses después volvió el testaferro, ya tenía un escribano que se prestaba a hacer el contrato de alquiler.
Así, eran las cosas ahora y a él le convenía. Leyendo el contrato antes de firmarlo se dio cuenta de que en un año de alquiler le daban el equivalente al total que había gastado en escriturar sus tierras.
Sus hijos se harían cargo del taller; él se dedicaría a controlar que los de la aceitera no lo jodieran.
Su primer trabajo fue rajar a los puesteros ex-propietarios; a unos les tiró unos pesos, a otros los entusiasmó con trabajos en el taller y en el galpón de las representaciones, finalmente a los otros les pidió que se fueran.
Más problemas tuvo cuando a los del desmonte se les fue la mano; allí necesitó coimear fuerte para eludir el pago de un multón por cada hectárea y hasta por cada árbol.
Por fin llegaron los de la siembra. Se emocionó mucho cuando vio llegar las máquinas sembradoras; eran de más de treinta metros de ancho y se movían dirigidas por una luz laser; se sentía por primera vez que había llegado.
Los primeros años le fue muy bien y estaba empezando a juntar plata en serio; cuando el valor del alquiler subía con los precios de la soja. Justo entonces vino el despelote de la 125.
"No hay caso - se decía - cada vez que suben mis ganancias el Gobierno me aumenta los impuestos. ¿Y para qué? Para llenarse los bolsillos de plata; esos políticos son insaciables. Con el pretexto de ayudar a los pobres, nos roban a los que nos rompemos el lomo."
Comentaba que lo había comprobado con uno de los puesteros; lo había encontrado limpiando los parabrisas en una esquina. Según él, era prueba de que no recibían nada, que eso de los planes de trabajo eran puras mentiras; que por eso andaban robando. Pero llegó lo de la crisis internacional, debida a lo que él creía era culpa del Gobierno, cuando cayó el precio de los granos y con eso se enfriaron los alquileres. Entonces pasó momentos de duda y gran rabia; pero por suerte duró poco. El precio del yuyo rebotó y los alquileres también.
Lo que obtuvo el año pasado no sólo le permitió terminar la casa en el nuevo lote, sino que comenzó a hacer planes para viajar a Europa.
Era su sueño desde el comienzo del milagro; porque le parecía un milagro. "Por esas tierras de mierda me pagan un dineral."
Puso a su vieja a preparar el viaje; ella era de familia que había aprovechado los "deme dos" de los 70' y los "uno por uno" de los 90'.
Ahora le tocaba a él. Le dijo a la vieja que se iban por tres meses; equivalía a medio alquiler pero valía la pena, les mostraría a todos que no había sido una locura lo de rejuntar lotes.
Ella se puso a trabajar con una agencia de viajes del centro; la utilizada por los copetudos.
Y a poco; allí estaban partiendo del aeropuerto en su primera aventura internacional. Sin experiencia, sin saber idiomas, sin conocimientos de adónde iban pero con mucha plata y ganas de pasarla bien. De sentirse parte de los de arriba.
Comenzaron por España; no escatimaban propinas y les gustaba ver lo servicial que eran los gallegos. El tour por España e Italia estaba lleno de argentinos; muchos primerizos como ellos. Lo único malo era que los guías parecían no dar abasto en contestar tantas preguntas y muchas veces les disgustaba quedarse en blanco. Además, toda la vida en la mecánica y el campo no les había dado muchas herramientas para poder ubicarse entre los reyes, las ciudades, los castillos, los museos, los ríos..., se les hacía un menjunje tal que se terminaban riendo a carcajadas. Pero lo que les valía era el estar; sea como sea; el haber podido llegar.
¡Pero todo cambió cuando pasaron al tour de Egipto!
Ya no había tour de argentinos. Apenas parejas sueltas que juntos no hacían más de cuatro a seis personas. Aquí cambió todo, nadie o casi nadie les hablaba en Español. Sólo cuando llegaba la hora de alguna visita guiada le ponían un guía que apenas si les entendía. Hasta los menús de los restaurantes y en el barco, porque habían tomado un crucero por el Nilo, estaban en cualquier idioma menos en español.
Día de disfraces en el crucero por el Nilo...
Un tipo que los esperó en un aeropuerto con un cartelito, no sabía nada de español; y ellos dudaron en seguirlo. Luego de mucho buscar dieron con alguien que hizo de intérprete.
Pero el colmo de la desgracia fue cuando la visita a las pirámides. Se suponía sería la culminación del viaje a Egipto.
Les tocó sumarse a un grupo brasileño; el grupo era enorme y hablaban entre ellos como cotorras. El guía le explicaba al grupo en Portugués y cuando se acordaba se los traducía.
Para colmo y como figurita repetida, se les hacía un zafarrancho lo de las dinastías, faraones, templos, tumbas y como si fuera poco, les metían reyes griegos y emperadores romanos. Si hasta la Cleopatra de Elizabeth Taylor la metieron en el asunto.
Pero lo peor era cuando ante cualquier necesidad querían preguntar algo; nadie, pero nadie, nadie les entendía. Parecía que lo hacían a propósito; el no entenderlos. Cómo podían ser tan brutos y desconsiderados. No los entendían y no hacían ningún esfuerzo por ayudarlos. Estaban siempre atentos a ver si había alguien que hablara el español; hasta se alegraban si un mozo egipcio intentaba un buen día o un ¿cómo están?
Y pensar que la desgraciada de la agencia de viajes en Córdoba les había dicho que siempre tendrían un guía en Castellano al lado. Ahora, con rabia que le hacía soltar lágrimas, redactaban una nota de reclamo, de protesta, que al menos les hacía sentirse bien.
¡Y lo peor es que todavía les faltaba ir a Jerusalén! Comenzaron a tener miedo a viajar; a tener que hacer preguntas; a depender de todos para todo.
"¿Cuándo terminaría este calvario?"
Leopoldo Rodriguez, Enero 2011