lunes, 8 de marzo de 2010

LA TIA ADELITA

La veía llegar en su traje sastre claro. Sus largas trenzas recogidas en un rodete. Sus zapatos negros de tacones gruesos. Una carpeta que revalsaba de papeles y su cartera con mucho uso en su brazo izquierdo. En el derecho, un paquete. El paquete! En él venían juguetes, revistas, libros; un tesoro de regalos.

Mi grito era compartido por mi hermano y mis amigos.



El Pato Donald, Patoruzito y Billiken para los más chicos; El Gráfico y El Hogar para los grandes. El Mono Relojero, Cenicienta, Pinochio, libros para pintar… y las pinturas. Qué pinturas! Lápices de colores Faver. Comprados en la juguetería Kaussel. Que yo gastaría antes del próximo viaje. Y juguetes. Autitos Dinky Toy; juegos de Meccano; grandes camiones de madera, con carteles en italiano que denunciaban su procedencia.

Y esto sucedía cada mes. Durante años. Mientras nos alojabamos en su casa. En Cruz del Eje Sur. Cerca de la Estación, en la calle Leandro Alem. En el viejo barrio que alguna vez se llamó Turella.

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