lunes, 4 de junio de 2012

MISION EN LA ANTARTIDA (ISLA DESCEPCION)

HISTORIAS DETRAS DE ALGUNAS FOTOS... La triste realidad de la logística recibida durante una corta estadía en Antártida.

A mediados del año 1972 se me solicitó presentar un plan de mediciones gravimétricas a realizar en la Isla Decepción. La Isla Decepción se encuentra al noroeste de la Península Antártica. Es el principal volcán activo de la cuenca del estrecho Mar de la Flota. Es un foco de actividad sísmica y volcánica de la Antártida Argentina. Siendo la cima de un cráter volcánico, su forma es aproximadamente circular, con un diámetro medio de 15 km; tiene 18 km de norte a sur y 16 km de este a oeste. Su altitud máxima es de 540 metros. La isla alberga en su interior una gran bahía que tiene una estrecha abertura de unos 150 metros, llamada Fuelles de Neptuno, que la comunica con el exterior.

La Isla Descepción

Se encuentran en la isla numerosas lagunas termales y la temperatura del agua de la bahía es muy superior a la del mar al exterior de la isla. Nuestra tarea seria la de llevar a cabo mediciones topograficas y gravimétricas en condiciones extremas. Se me asignó al  sargento Toconas, de gendarmeria, como ayudante de comisión. Llevariamos un equipo Lacoste & Romberg, un teodolito y un altimetro. La marina se encargaria del aspecto logistico y estariamos acompañados en la Isla por tres geólogos, un ornitólogo (cordobeses y salteños) y un cocinero. La estadia seria de aproximadamente cuarenta y cinco dias.
Personal y equipo de la comisión
A fines del año 1972 salimos en misión hacia el Sur. Para el viaje Buenos Aires a Ushuaia me embarque con el gravimetro en un C-130. Toconas se habia embarcado con el resto del intrumental en el transporte antartico Bahia Aguirre; barco que nos llevaria a la Isla.

El rompehielos San Martin y el buque de apoyo Bahia Aguirre en Ushuaia
El primer inconveniente se presentó cuando arribado a Ushuaia me dirigi al Bahia Aguirre en busqueda de mi asistente y del camarote en que viajaria a la Isla.
El Sargento Toconas no estaba en la lista del personal a bordo!
Cuando me encontraba a punto de llamar a Buenos Aires para preguntar que habia pasado con mi asistente, un suboficial del barco me dijo que durante el viaje habia estado conversando con un personal de gendarmerie, pero no se acordaba el nombre.
El joven oficial que compartiria conmigo el camarote durante el cruce del Drake se movilizó en busqueda del perdido Toconas a quien ya todos llamaban “el polizón”.
Poco despues apareció con el consternado Toconas quien explicaba una y otra vez que el habia abordado el buque en el puerto de Buenos Aires y que le habian asignado un lugar entre la marineria adonde habia estado muy bien tratado. Los instrumentos los acababa de recuperar y estaban en perfectas condiciones. La circunstancia de que pudiera alguien abordar el barco sin luego figurar en la lista de embarcados me dejo preocupado; pero por el momento era solo un evento sin consecuencias.
Esa tarde salimos hacia la Isla y cruzamos el Drake durante la noche. El viaje fue muy movido como era de esperar y al despertar ya nos encontramos con los primeros icebergs.

Primer tempano al cruzar el Drake

Al llegar a la Isla Decepción tuvimos la sorpresa de que el hielo de la bahia estaba mucho mas compacto de lo que normalmente se encontraba en esta epoca. Esperamos afuera de la bahia mientras una partida estudiaba el espesor del hielo y las viabilidad de entrar con el Bahia Aguirre.
La Bahia de Isla Descepción todavia con hielo
Finalmente se decidió ingresar atraves de los Fuelles de Neptuno y desembarcar utilizando el helicóptero. Primero fueron oficiales de la marina a fin de revisar el estado de la base y tomar las primeras medidas para que ocuparamos nuestro alojamiento. A poco comenzaron el embarque de mas personal y equipo para remover la nieve y el hielo que tapaba los edificios de la base. Finalmente me tocó el turno y ocupe el helicoptero con el Lacoste & Romberg en mi falda y un par de geólogos.

El total del personal a quedarse en la isla

Desembarque en helicóptero

 Al llegar me encontré con la novedad de que ocupariamos el galpón de la tropa. El que seria nuestro jefe de comisión, un profesor de geologia de Salta, estaba confundido y preocupado ya que el chalet para la oficialidad era mucho mas cómodo y alcanzaba perfectamente para los siete integrantes del grupo. Preguntamos cual era la razón de destinarnos un galpón de tamaño desproporcionado para nosotros. Se trataba de un edificio de madera y chapas que podia albergar entre 20 y 30 personas. Insistimos que este galpón seria mucho mas dificil de mantener calefaccionado e iluminado. Nos contestaron que nos dejarian suficientes garrafas como para cubrir todas las necesidades de calefacción e iluminación.
Abriendo camino hacia el galpón

Por último le dijeron a nuestro jefe de misión que por reglamento, dado que habia un suboficial y un personal civil no profesional, no podian dejarnos utilizar el chalet.
Por supuesto que este detalle nos lo dieron cuando ya el helicóptero habia levantado vuelo dejándonos solos en la base.
Terminada la limpieza del exterior y acomodado algo el equipaje en el interior, se distribuyó la tarea a realizar en el montaje de botes, revisión del material de apoyo, radios, botiquines, garrafas con faroles y calentadores, alimentos, etc.
Junto con Toconas comenzamos a ver el material de primeros auxilios. Apenas habiamos comenzado a abrir las primeras cajas escuchamos un primer grito de angustia.
El personal encargado de revisar las garrafas que nos darian luz y calefacción habian descubierto que las roscas de las garrafas y los faroles y/o calentadores que se debian enroscar no coincidian. Es decir, como descubrimos a continuación, solamente un 40% del equipo de luz y calefaccion nos iba a ser de utilidad. El resto era inutil ya que las roscas no coincidian.
Pasado el mal rato reinició cada grupo su tarea, pero no tardo en sentirse otro grito de angustia. Esta vez eramos nosotros que acababamos de descubrir que contabamos con cerca de cinco cajas con bisturies y otros equipos de cirujia, pero no contabamos con elementos de primeros auxilios. Nada de gasas, alcohol, cinta adhesiva, etc.
Ya todos nos mirabamos sorprendidos; incredulos de que fallas tan serias se pudieran dar en el apoyo de una comisión tan pequeña.
Pero las malas noticias no pararon alli. Los geólogos que estaban revisando las radios vieron como la primera se fundia lentamente apenas conectada a la bateria correspondiente. Era una de las dos que teniamos como todo medio de comunicación con el exterior. Ellos no se explicaban cómo podia haber ocurrido ya que habian operado siguiendo al pie de la letra las instrucciones. Dada la importancia de lo ocurrido, todo el grupo rodeó a los operadores que con el mayor de los cuidados procedieron a conectar la segunda radio. Para horror de todos, la segunda radio se comportó como la primera, las viejas valvulas se fundian en cuanto sentian la electricidad.
Apenas horas despues de que el Bahia Aguirre dejara la isla, estabas incomunicados.
La rabia era ya indescriptible. En un galpón enorme sin suficientes garrafas para calefaccionarlo e iluminarlo; sin elementos de primeros auxilios en caso de que alguien se accidentara; sin radio para comunicarse con exterior. Ya nadie pensaba sino como realizar la denuncia de semejante desastre de apoyo logistico.
La unica persona que parecia no alterada por tanta mala noticia era el cocinero de la comisión. Este era un empleado del Instituto Antartico y no era nuevo en la Antartida y como nos dijo, no era nuevo en esto de aguantar los horroros que producia la pesima logistica de apoyo de la Marina. Por ello habia insistido y logrado revisar los alimentos que desembarcarian para nuestro sosten. Por ello es que nos daba la buena noticia de que teniamos el almuerzo listo.
Los primeros dias en la base fueron de un comportamiento sumamente conservador, no solo por la falta de elementos de apoyo, sino tambien porque el hielo seguia impidiendo nuestra navegación en la bahia.
Con el tiempo nos volvimos mas confiados y en cuanto el hielo nos dió un respiro comenzamos la preparación de los botes de goma. Para ello desempacamos los motores fuera de borda y una vez listo este paso, encaramos la mezcla del combustible. De acuerdo a las instrucciones recibidas por el grupo responsable y por el cocinero mil usos, se consultó a los manuales correspondientes. Si estos manuales hubieran estado en castellano, tal vez hubieramos sabido de inmediado cuales eran los porcentajes correctos de aceite y nafta. Lamentablemente estaban en ingles y en una terminologia tecnica que parecia escrita con el solo efecto de confundir.
Se decidió probar con distintos porcentajes de mezcla segun recordaban los que habian recibido instrucción. Finalmente, luego de nuevos momentos de preocupación, arrancaron los motores y con ellos se puso en marcha el trabajo.
Al fin con los motores funcionando...
Durante el tiempo que estuvimos en la Isla Decepción, sufrimos un fuerte temblor, un viento huracanado helado, y lo que consideramos la mas increible e incompetente logistica que se pudiera pedir.
Preludio a las Malvinas?

sábado, 17 de marzo de 2012

MONTIEL


El auto apenas si llegó a superar la cuesta. El radiador escupía vapor herrumbroso. Era un viejo Dodge. Venía cargado hasta más no poder. El techo se asemejaba a tienda de pueblo. Había de todo. Adentro del auto la carga apenas si dejaba espacio para el safricado volante. Cajas y más cajas. El choffer, sudando por el esfuerzo de la cuesta, parecía haber empujado al viejo cacharro en lugar de conducirlo.
Abrió la puerta. Sacó los pies y se tomó la cabeza entre las manos.
- Cansancio y sueño, mala combinación.
Se dijo apenas.
Caminó hacia el capote y lo abrió. El vapor saltó con fuerza y lo obligó a dar un paso atrás.
- Mierda.. si me agarra!
Gritó luego de tomar aliento.
Ahora necesitaría agua. Y algo con que acarrearla.
Miró hacia la construcción iluminada. Estaba a unos 100 metros.
- Tendré que caminar. Me vendrá  bien.
La oscuridad era total. Caminó recto hacia la luz y la pared iluminada.
- Carajo, ni linterna traje.
Protestó en esa voz deja del que está solo.
Ya cerca de la luz vió una cruz en la penumbra. Y otra. Y muchas más. La pared iluminada era un Cementerio.
Se paró.
- Que los parió.
¡Justo acá  me vengo a quedar!
Musitó en una voz que denotaba cierto temblor.
A lo lejos escuchó el silbato de un tren.
-El carguero de las cinco.
Un pájaro chilló en la oscuridad.
Despacito siguió caminando.
-Aquí suele haber agua. La usan para las flores. 
Trató de animarse mientras seguía acercándose a la pared. Ya se notaba un portón. Era la entrada al Cementerio.
-
¿Donde mierda estará  la canilla?
Ahora hablaba en voz alta. Quería darse confianza.
- Adentro, al ladito de la puerta. Ahí nomás. 
Se escuchó una voz que venía del camposanto.
-
¿Quién es Ud? ¿Dónde está? ¿Es el cuidador?
No obtuvo respuesta.
-Algún bromista.
Pensó en voz baja y decididamente temblorosa.
Con cuidado se asomó y vió en la penunbra la canilla que buscaba.
Dió unos pasos con dificultad. Le temblaban las piernas.
-
¿Y ahora dónde habrá un tarro?
Creyó pensar mientras el miedo le secaba la garganta y le humedecía los ojos.
-Tomá uno sin flores.
De nuevo la voz de adentro, ronca, lo espantó.
Después de titubear un poco, con las piernas que casi no le respondían, hizo el gesto de tragar saliva y respiró hondo.
 -Por qué me metí en esta.
Se dijo bajito para que el otro no lo oyera.
Miró a los lados sin mover la cabeza. Apenas unos metros y todo era oscuridad. Tumbas cerca y lejos. Tumbas por todos lados. Pasó unos segundos paralizado. No se escuchaba nada.
-Silencio y oscuridad... y en un cementerio. Pucha mi suerte.
Lo dijo en un murmullo de protesta. Que no lo oyera.
Tenía que moverse. Había venido por el agua. Y se acordó: ”uno sin flores.” Se animó y dió un paso y otro.
Allí estaba. Había un tarrito y... sin flores. Sobre una tumba cercana. Unos metros. Ya jadeaba. Se sentía mal. Le venía de nuevo esa acidez…. y el dolor en el pecho.
-Debo adelgazar.
Se dijo entre suspiros.
Un paso más. Ya estaba al alcance del tarrito. Sobre la tumba. Las piernas le temblequeaban.
Vió a ambos lados. La transpiración le empañaba los anteojos. Estiró la mano temblorosa y humedecida.
-
¡Ese no! ¡Es el mío!
Salió el grito de la tumba.
Montiel, el borrachín del pueblo, se despertó ya con el sol subido, movió la lápida a un costado y se sentó.
Allí estaba. Un hombre que lo miraba fijo. Con ojos aguachentos, llorosos. Estaba tirado. Tieso. Frío.
 

Leopoldo Rodriguez, 1994

lunes, 6 de febrero de 2012

BARRA DE NAVIDAD

Recorriendo la costa del Pacífico llegamos a Barra de Navidad. Un amigo nos había hablado de este lugar. Claro que se refirió a él como un paraje rústico, sin facilidades, en medio de dunas. Nos contó que fué allí donde el alacrán lo picó. Se le hinchó el brazo; punciones con extracción de líquido; inyecciones; calmantes y muchas noches de mal dormir. Pagó caro la rusticidad y primitivismo del lugar. Rusticidad y primitivismo que en su momento fué el principal atractivo para visitarlo. Claro que eso había ocurrido al comienzo del anterior sexenio.

Ahora llegábamos nosotros para ver su evolución. Dónde había quedado su aislamiento? La primera impresión fué que la ola de desarrollo turístico le había pasado al costado; casi sin tocarlo. Poco o ningún asfalto, sin veredas que pudieran llamarse tales; pocos negocios y menos turistas. Buscamos alojamiento. Era difícil. Los veíamos poco higiénicos; poco mantenidos; poca luz. Y nos acordábamos que aquí era el lugar del alacrán. Al fin decidímos por el menos malo de los pocos hoteles existentes. Con el antecedente de la picadura pusimos mucha precausión al entrar en la habitación; abrir las camas; entrar al baño.

Luego de ubicarnos fuimos por comida. Ya anochecía. Recorrimos el pequeño pueblo; casi nadie en las calles. La rusticidad de que nos habían hablado seguía vigente. Un puerto diminuto. Se veían botes y lanchones de pesca. Al menos la actividad pesquera continuaba. Esto nos dió la idea de comer fruto de mar con iodo fresco. Revisamos varios comederos. Unos más deteriorados que otros. Todos con escasa limpieza y menos iluminación. En todo momento teníamos en mente al alacrán. Buscar lugares limpios y bien iluminados; nos decíamos sin pronunciar palabra. Finalmente, en una esquina de lo que hacía como centro del pueblo, vimos sentados alrededor de una mesa un grupo de yanquis. El restaurante se distinguía de los otros por el sólo hecho de tener gente en una mesa. Sabría esta gente dónde estaba? Me pareció reconocer en el grupo a esos americanos desteñidos que uno encuentra en los lugares más insólitos. Siempre tuve la idea de que esta gente sabía buscar lugares baratos y buenos. Como los camioneros.

Subimos a la veranda donde estaban las mesas y nos sentamos. En ese momento vimos que ya servían los platos ordenados. Era una enorme fuente de camarones. Estudiamos la posibilidad de copiarles la orden. Al preguntar el precio (la razón principal de nuestra duda) tuvimos la impresión de que era un regalo. Viendo que los del lado se daban la gran comilona y que seguían gesticulando y hablando, decidimos ordenar lo mismo: una fuente de camarones.

Cuando la trajeron, con los colorados bichos humeantes y de delicioso aroma, pusimos manos a la obra. Apenas había alcanzado a tomar el bigote del primero cuando lo ví. Colorado de sufrir el calor, pero todavía vivo. Fué entonces que me acordé cuándo y cómo el alacrán había picado a mi amigo.

Leopoldo Rodriguez (NOviembre 1995)