Tuvo casa, marido y algunos animales. Tres hijos y dos hijas. Dió ayuda a su madre y a su suegra. Leía y llevaba sus cuentas. Segura de si misma en su humildad. Hasta que le quitaron la tierra y con ello el techo y con ello su mundo. Fue a la muerte de su hombre. Se dispersaron los hijos. Sólo quedó a su lado la menor. La tontita que tanto le costó criar.
Pretendió pelear. Vivir en el rancho abandonado en tierra fiscal. A poco también la hecharon del lugar. Se fue a una enrramada lejos del pueblo. Juntó leña, frutos de algarroba y lo cambió por comida. Con buenas y malas mañas pasó varios inviernos. El buen trato que les daba a las gallinas que se le acercaban le permitió ir juntando algunas. Con el paso del tiempo comenzó a vender lo que las gallinas, el algarrobo y el monte producian. Con los primeros pesos que tuvo en años se compró unos vinitos. Para recordar a su hombre. Con él lo hacían. Como él, empezó a acercarse a lo del tano. Vendió la algarroba un día, leña el otro. A veces, además del pago recibió una damajuana. Comenzó a ir a lo del tano más seguido. Además de leña y algarroba les llevaba huevos y algún pollo. No siempre le daban la yapa. Y ella comenzó a esperarla. Se dió cuenta que cuando estaba el viejo era seguro le tocaba algo. Pero cuando salian las hijas, sabía que no le darían nada. Le buscó la vuelta. El gringo no siempre iba a misa. Las mujeres sí. Los domingos eran día de no faltar. Comenzó a llegarse los domingos a la mañanita. Muchos pasaban hacia la plaza y ella hacia la bodega. Logró estabilizar la oferta y la demanda. Su damajuanita semanal con algunos agregados de suerte en el medio. Así logro permanecer dias enteros perdida en la borrachera. "Mientras las bordalezas den leche", solía decirse en voz alta. Le gustaba ver cuando le llenaban la gordita. Esos domingos tan redondos. El tano o el maestranza ponían la damajuana debajo de la pipa. Abrian y salía el tintillo que alegremente iba subiendo hasta rebozar. Se le hacía agua la boca de ver ese maná; era todo para ella.
Entonces pasó la desgracia. El gringo se enfermó serio. A poco el domingo dejó de ser día de feria. Las hijas se turnaban para quedarse al lado del tano. Pasaron un par de semanas y su desesperación la hizo tomar lo que encontraba. Del tintillo tan nutritivo, al vino-vinagre más barato; al alcohol; a lo que venía. A poco ya no le quedaron gallinas, ni fuerzas para cortar y acarrear leña, ni recoger frutos. La tontita comenzó a dejarla sola e irse a buscar frutos del monte o a que algún carrero aprovechado le diese un poco de pan.
Un día patrio en que escuchaba las bombas de estruendo que tiraban en la plaza, alcanzó a pararse y le exigió a la hija la llevase al pueblo, a la bodega. Golpeó el portón hasta que le abrieron. Era una de las gringitas. La miró con su mirada perdida que ahora siempre la acompañaba. "Mirada de borracha", le decían. Con humildad que no le era propia, alcanzó a pedir su ración con voz plañidera. Tuvo fuerzas hasta para intentar entregar el envase. La hija del tano le gritó,
- "Vaya a trabajar, borracha".
Ella le alcanzó a decir,
-"Claro, Ud. dice eso porque se puede prender de la pipa sin que nadie la vea, borracha Usted."
La tanita, sintiendose insultada, le cerró con fuerza el portón. La tontita se asustó y salió corriendo. Se quedó sola, vacía, como olla de pobre. Se sentó en el cordón, al lado de la entrada, como esperando un milagro... y el milagro ocurrió. El portón se entreabrió. Ella se animó de a poco. Como no creyendo que podía ser. Se inclinó y pispeó hacia el interior de su paraíso. Vió el camino de piedras que la llevaría hasta el galpón. No había
nadie. Se paró vacilante. Con miedo pero decidida empujó el portón, entró y lo cerró detrás de ella. Comenzó a caminar hacia el templo. Allí estaba su salvación. Cuando llegó se paró como en trance. Vió primero una, la que siempre usaba el tano para llenarle la damajuana en aquellos días felices. Luego vió las otras. Le parecieron una fila interminable de altares donde podía postrarse.
Hizo lo que soñó tantas veces. Lo que envidió que otros podrían hacer. "Tanita, me dejaste la puerta abierta, ahora es mi turno". Se arrodilló, abrió la boca debajo de la pipa y dejó correr el tintillo.
La encontraron al día siguiente, estaba tirada, casi a la mitad de la fila de bordalezas. No pudo terminar de ordeñarlas.
Leopoldo Rodriguez (Marzo 1997)
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