martes, 7 de marzo de 2017

NICOS POULANTZAS

A Carlos, al igual que a la mayoría de los directivos y docentes de la Universidad del Salvador, los echaron y la materia quedó sin profesor. Yo, que hacía poco había recibido el diploma de Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas fungía, junto a dos colegas también recién recibidas, como ayudante de cátedra y encargado de la lectura de textos peronistas y comentarios de las clases de Carlos.
Tal vez haya sido mi entusiasmo en las lecturas del texto de Perón sobre Conducción, o tal vez que solía hacer críticas (confieso que suaves) sobre acciones del gobierno dictatorial de turno (1972-1973), la cosa es que no me echaron; por efecto transitorio tampoco echaron a mis compañeras de cátedra (aún cuando luego juraban que habían renunciado de inmediato).
El nuevo designado profesor por la tan irregular intervención universitaria, era un Senador de clara (en ese entonces ya no era tan claro, pero estando vivo Perón, todavía podía hacerse cierta distinción) tendencia peronista que representaba a la Provincia de Santa Cruz. El mismo confesaba que era la primera vez que se dedicaba a la docencia universitaria y lo hacía sobre todo buscando transmitir su experiencia de lucha. Por ello (o por algo decidido con antelación) el interventor en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador (un sacerdote) había designado un profesor adjunto que hasta la fecha se había desempeñado como periodista en un diario dedicado a informar sobre finanzas. Al recomenzar las clases, el Sacerdote-Interventor, a quien yo ya conocía, nos presentó al Senador-Profesor y a su adjunto, el Periodista-Profesor.
Hasta allí todo parecía propio de una irrupción de un sector del peronismo en el Gobierno sobre este centro católico de enseñanza.
Las primeras clases del Senador confirmaron lo que prometió; se trataba de historias, experiencias y consejos prácticos con un cierto ropaje teórico, todo fruto de su experiencia en la actividad política y con claro deseo de colaborar con la intervención.
La segunda sorpresa (la primera fue la intervención en sí) la tuvimos cuando el Profesor Adjunto anunció que la parte del curso que él dictaría tendría como texto un libro de Nicos Poulantzas sobre el Estado.
Dado que en los cursos tomados en la misma Universidad del Salvador no habíamos leído al autor mencionado, pero teniendo conocimiento de su clara identificación con el pensamiento marxista, de inmediato me fui a adquirir el texto de marras.
La lectura del texto me convenció que aquí había gato encerrado. No podía creer esto de que el texto de un conocido autor marxista sea el que guiara a los alumnos de una cátedra dictada por un Senador Peronista. Claro que había que averiguar ahora si el Senador-Profesor sabia de la elección de este texto. Por las dos clases que le había escuchado, era claro que leía los libros de Perón, pero poco o nada conocía los de Poulantzas.
Señalicé parte del texto y en la tercera clase en que el Senador-Profesor nos ofrecía una charla sobre su experiencia como peronista entre el 55 y el 73, le solicité reunirnos por algunos minutos después de clase. Mi idea era investigar si conocía el texto elegido por el Periodista-Profesor Adjunto y sobre el cual nosotros, sus asistentes, tendríamos que trabajar.
Apenas terminada la clase, a la cual el Periodista-Profesor Adjunto no asistió, el Senador-Profesor me pidió eligiera un lugar adónde hablar.
Fuimos a un café existente a una cuadra de la Facultad.
Allí, luego de darle a conocer mis antecedentes (que el desconocía) le presenté el libro de Poulantzas como si supiera de qué se trataba.
Abrió el libro y alcanzó a leer unas pocas líneas introductorias sobre la lucha de clases y las visiones revolucionario-teóricas de Lenin y Gramsci; su cara comenzó a ponerse lívida. Entonces ante el estupor que lo embargaba le pregunté si había sido informado del texto elegido para “complementar” sus clases sobre peronismo y política.
Mordiéndose los labios me contestó que había sido sorprendido en su buena fe.
Le ofrecí quedarse con el ejemplar del libro que había puesto en sus manos; me agradeció y aceptó la oferta sin titubear.

 
                             
Molesto, inquieto, me dijo que leería con más cuidado el contenido del texto y luego hablaría con el Sacerdote-Interventor sobre lo ocurrido.
Me volvió a agradecer el libro y la circunstancia de que me acercara a comentar el texto con él. Nos despedimos; no volvimos a vernos. Renuncié al día siguiente; luego me enteré que el Senador-Profesor lo hizo poco más tarde con un portazo en la cara del Sacerdote-Interventor... quien  luego supe se exiliaría en Perú.
En el 1976, nuevamente un golpe de estado derrocaría a un gobierno popular electo, acorralado por los factores de poder de siempre: FFAA, Iglesia, los grupos armados (ERP, Montoneros, etc.) y algunos sectores de la clase media.
Elegían el caos y la violencia de una nueva intervención militar y de la gran burguesía, antes que las urnas. Nadie parecía acordarse de que en pocos meses habría elecciones.
Como siempre, el temor a ser derrotados o quedar demostrado que eran minorías, volvía a unir al espectro ideológico de los privilegiados y sus compañeros de ruta, la izquierda pequeño burguesa.
Pero no termina aquí esta historia, que es solamente una más en el largo proceso en que la militancia de izquierda hizo maravillas disfrazando sus ideas con tal de “ganarse” los votos con que contaba el movimiento popular.
Años después (1981) trabajando en mi tesis de Maestro de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México, Atilio Borón, el director de la misma, me hizo notar de que el autor de uno de los textos que yo utilizaba estaba exiliado en México y que sería conveniente de que lo entrevistara.
Munido del teléfono del susodicho intelectual argentino, me comuniqué con él y quedamos en reunirnos en la taquería Taco-Teca.
Una noche, bastante después del atardecer, concurrí a la reunión cuyo lugar y hora había elegido mi entrevistado cuyo apellido era Carranza.
Nos saludamos y nos sentamos en una mesa arrinconada y a media luz; apenas pasado el primer minuto, noté que Carranza me miraba fijamente.
De pronto me preguntó si yo había estado alguna vez en la Universidad del Salvador; le respondí que si, a comienzos de los setenta.
"- Vos sos entonces el que me jodió!"
Me sorprendió enormemente lo dicho y la forma en que lo dijo; pero no caía en identificar a qué se refería.
Entonces agregó:
"- Vos y tus dos asistentes, la japonecita y la otra, me pudrieron la vida."
Recién entonces me di cuenta de que tenía en frente al Periodista-Profesor Adjunto del Senador-Profesor de 1973.
Nos olvidamos de su libro y de mi tesis y comenzamos a discutir civilizadamente el tema de la relación de la izquierda con el movimiento popular.
No insistió en eso de hacerse el peronista, y en eso lo vi sincero; para él era lo de menos. Tampoco creía que había engaño en lo referente a la falta de conocimiento que el Senador-Profesor tenia del texto elegido; pero insistió en lo que él consideraba “trabajo de zapa” que le habían hecho las dos compañeras de la cátedra y lo que llamaba mi traición por haber hablado con el Senador-Profesor “a sus espaldas”.
La reunión no duró mucho pero finalizó en buenos términos; nunca más me volví a cruzar con él, ni supe del destino de Carranza.

N. Poulantzas

Leopoldo Rodriguez
Febrero 2009