EL LENTO PROCESO DE
ASIMILACION
Del
pescado a la veracruzana al bife a la pimienta.
1977. Luego del largo viaje a las playas e islas
frente a Campeche nos encontrábamos regresando hacia la ciudad de México.
Pararíamos en Veracruz para almorzar. Era nuestra primera visita a la ciudad
porteña. Sus suburbios eran similares a los vistos en otras ciudades mexicanas.
El centro mostraba una arquitectura chata y poco atractiva. Buscamos el puerto.
Tampoco encontramos allí algo destacable; pero nos llamó la atención la buena
ubicación (frente a una de las radas portuarias) de una casona colonial donde
funcionaba un restaurant.
Los parroquianos atestiguaban una clientela lugareña.
Al ingresar al local nos enfrentamos con un mesero solícito que nos ofrecía su
total y exclusiva atención. Elegimos una mesa junto a la ventana, con vista de
barcos y pescadores. Nuestro mesero nos trajo de inmediato los clásicos totopos
que acompañamos con cerveza. Aún antes de pedirle consejo nos lanzó el especial
de la casa y de la ciudad: huachinango a la veracruzana.
-
"Sabroso. Para chuparse
los dedos."
Di una ojeada al lugar, su mexicanidad, y le
pregunté sobre cuán sabroso lo preparaban.
-
"No pica señor. Lo
hacemos para extranjeros."
Después de una andanada de explicaciones decidí
ordenarlo. Fui el único de la familia en animarse.
Cuando llegó el plato, de buena presentación y
abundante, se lo dije. Me contestó con una amplia sonrisa.
En algo tenía razón el mesero; el huachinango
estaba sabroso y tentaba el comerlo. Pero cada pedazo parecía una brasa que se
iba deslizando por el aparato digestivo. Piqué por todo el plato…..buscando
alguna zona "para extranjeros". No la había.
Nunca olvidaré el huachinango a la veracruzana.
Me quedó la duda si en la oferta hubo una emboscada o franca inocencia. Durante
mucho tiempo sospeché de su amplia sonrisa.
Demos un salto de diez años. 1987.
Al final de nuestra primera década en México,
viajamos al Uruguay para asistir a una reunión internacional. Después de la
clausura del evento, los anfitriones uruguayos ofrecieron un almuerzo de
despedida a los delegados. Nos llevaron a Punta del Este. En el viaje hacia
Punta compartimos transporte con la delegación Argentina, nuestros
compatriotas.
En Punta del Este...
Ahora en el almuerzo, decidimos con mi esposa sentarnos con los
miembros de la delegación mexicana y empleados de la Secretaría donde trabajábamos
en la ciudad Azteca. No lejos estaban los rioplatenses discutiendo
acaloradamente de futbol. Que Peñarol, que River, que Boca. Claramente
hermanados en sus contrarias afiliaciones. Comenzó el servicio; menú fijo. Como
entrada: jamón con melón; alcancé a escuchar los acostumbrados chistes sureños
de sandía con mortadela. Se siguió con un bife a la pimienta.
Se comía con
apetito; el aire de mar seguramente. Estaba en lo mejor del bife, que me
parecía delicioso, cuando escuché que alguien se quejaba; y otros lo
acompañaban en la queja. Las voces de protesta nacían del grupo de argentinos.
A ellos se sumaron los uruguayos. Ya no hablaban de futbol. Se quejaban de la
comida. Pronto
se extendió a otros sectores de comensales.
-
"Esta carne está
imposible; pica como el diablo!"
-
"Tengo fuego en la
boca; y comí un par de bocados solamente!"
-
"Se le fue la mano en
el picante al cocinero."
La protesta era general. Solamente unos pocos no se quejaban (los mexicanos entre ellos); estaban acostumbrados al
picante.
Para mi sorpresa, yo tampoco había notado el
picante.
La asimilación culinaria había sido lenta pero
estaba consumada.
Del pescado a la veracruzana al bife a la
pimienta habían pasado diez años.
Ahora ya no veo malicia en la sonrisa de
nuestro mesero veracruzano.
Leopoldo
Rodríguez, 1994.