martes, 24 de septiembre de 2013

VIENNA

Un día cualquiera, sentado en un Starbucks en Vienna, población en la sureña y conservadora Virginia, tomando café y haciendo cuentas que no cerraban, entró con gran bullicio un grupo de chicas, que tomaron asiento en dos mesas frente al ventanal que daba a la avenida, buscando luz y lucir su juventud. 
A poco entró un chico de lo mas pintón vestido como galán de tele y se sentó en la única mesa libre que daba sobre la avenida, buscando luz y lucir su juventud.
A las chicas se les enturbió el habla ante semejante ingreso; intercambiaron miradas y gestos que decían del impacto causado por la entrada del galán. Comenzaron a gesticular y levantar la voz chillona tratando infructuosamente de llamar la atención del recién llegado, el que ensimismado en sus propias preocupaciones, preparó su bebida, se acomodó en su asiento, sacó de un bolso un par de madejas de lana, unas agujas y continuó con su tejido de un par de medias.




Leopoldo Rodríguez, Julio 2004

domingo, 8 de septiembre de 2013

EL SEGURO PAGA

Con total concentración bajaba las cajas de libros siguiendo las instrucciones de la terapeuta. Si bien todavía faltaba para que el sol se pudiera llamar primaveral, ya se sentía su presencia. Menos abrigos, sin guantes, no más hielo.
El baúl del auto quedaba vacío. Silver Spring, su parte de la avenida Georgia, posaba tranquilo para que lo transiten los miles de vehículos que parecían no ir a ninguna parte. Puse la última caja sobre el carrito, suspiré profundo, trabajo concluido, al menos el pesado. Extraje las llaves del auto; para asegurarme que no estaban en el baúl. Recuerdo verlas con cuidado, como con nostalgia.
Estaba estacionado de tal forma que me encontraba trabajando en la vereda. Entre el auto y la avenida. Esto me permitía cargar directamente en el carrito y transportar las cajas de libros a la oficina, a unos veinte metros en línea recta. Ya eran varios los viajes. Este sería el último.
Me di vuelta para cerrar la tapa del baúl. En frente, cerrándome el camino, estaba una figura de mayor estatura, color oscuro subido, sombrero e impermeable. Mirándome fijo me hizo una pregunta en inglés. Si bien hacía cuatro años que estaba en USA, el inglés de la cultura de gente de color de Washington no me era accesible.
Le pregunté con mi mejor sonrisa sobre lo que quería. Generalmente, al no entender, me salgo con esa sonrisa. Como pidiendo disculpas.
El morocho[1] me miró con cara de pocos amigos y levantando el brazo me puso una pistola a dos centímetros de mi nariz. La vi de tamaño descomunal.
“G’ve me the keys”.
En ese momento el agujero negro del caño me pareció mayor que el del aljibe en que me caí en San Marcos Sierra. 

Siguiendo la línea del caño alcancé a ver que el gatillo ya estaba subido. Creo que mi mano fue más rápida que su dedo. Con gran presencia de ánimo y aún mayor terror le puse las llaves entre mi nariz y la pistola.
Pienso qué hubiera pasado si dudo un milisegundo. El tipo en realidad parecía un caballero. Los autos pasaban a nuestro costado y nadie se paraba, ni tocaba bocina, ni parecían darse cuenta. Lo mismo los comerciantes vecinos. Éramos invisibles. Tan elegante en su impermeable; definitivamente era un sujeto capaz de matar a sangre fría.
Con las llaves en la mano el morocho cerró el baúl y sin prestarme atención se dirigió a la puerta frente al volante.
Como un zombi me di vuelta, tomé el carrito (que me roben el auto pero no los libros) y comencé lentamente a caminar hacia la oficina. No actuar en forma precipitada, había escuchado decir.
La vereda estaba vacía. Hacía unos minutos había gente esperando el ómnibus, otros paseando. Ahora, justo ahora, nadie. Caminé unos pasos. Los autos pasaban a mi lado y nadie notaba el incidente. Después de unos segundos me di vuelta y vi que el auto seguía con el asaltante adentro, sin moverse.
 Salí corriendo como un resorte. Entre los autos estacionados a mi izquierda alcancé a ver un policía, el custodio del Banco allí existente. Sin dejar de correr empecé a gritarle en mi más que regular inglés. Le pedía ayuda porque me robaban el auto; simultáneamente señalaba el lugar del hecho y además le advertía que el ladrón estaba armado. Si hubiera preparado con tiempo lo que tenía que decir no lo hubiera hecho tan bien.
Creo que di justo con un agente nuevo en el oficio. Listo para su primera acción. Demostraría por qué estaba allí!
Se lanzó con gran impulso hacia adelante, desenfundó su revólver y en un par de saltos estuvo frente al auto, con el morocho todavía adentro. Y ahí se armó.
El ladrón, sin inmutarse, sacó la mano con su pistola y le hizo un par de disparo a mi héroe. Este le contestó sintiéndose explosiones y el ruido de los rebotes.
Yo, como un idiota, estaba parado, como viendo filmar una película. De pronto el auto arrancó e intentó atropellar al policía. Este seguía disparando.
Recién entonces me tiré al suelo. Desde esa posición alcancé a ver al auto prácticamente saltando a la calle, pasando sobre cordones, un banco y volteando un cartel. El policía corría detrás pero ya no efectuaba disparos.
Me sorprendí pensando cómo podía hacerle eso a un auto nuevo. Hacía justo treinta días que lo habíamos comprado.
Cuando finalmente me levanté, el policía regresaba con una sonrisa; alardeando de haberle pegado varios tiros… a mi auto. Seguíamos siendo los únicos en el estacionamiento. A poco apareció una cabeza atemorizada en la puerta del banco. Preguntaba qué habían sido esos tiros.  Que ya habían llamado a la policía. Que entremos para nuestra seguridad. Que si quería un café. Que si me encontraba bien. Que tomara el teléfono que la policía quería saber sobre el auto.
El del teléfono era muy profesional. Me hizo tres preguntas secas sobre la patente, la marca y el color. Luego me dirigió a llamar a mi seguro. Lo hice de inmediato y allí me prometieron que en un par de horas debía recoger un auto de repuesto y me dieron la dirección.
No había podido terminar el café cuando arribaron los policías. En una media docena de autos. Recién entonces me di cuenta del gentío en el estacionamiento. ¿Dónde estaba esa gente cuando todo ocurrió?
Cuando finalmente los policías entraron al banco, lo que primero preguntaron fue
"- ¿Dónde está el que efectuó los disparos?"
Allí me enteré que mi héroe se llamaba Shaw y que reglamentariamente no le estaba permitido usar su arma fuera del perímetro del Banco. ¡Se había excedido!
El pobre Shaw me miraba con gran pena. Como pidiéndome ayuda. Le quitaron el arma. Lo esposaron y se lo llevaron.
Recién entonces se acordaron de la víctima.
Me pidieron mi filiación, que muestre documentos, datos más precisos sobre el auto, que diera un informe por escrito sobre lo ocurrido, etc. Con gran esfuerzo escribí el informe solicitado; lo entregué pidiendo disculpas por las faltas de ortografía que podía tener y me quedé esperando el próximo paso.
En realidad no había próximo paso. Ya estaba todo hecho. Los autos policiales se fueron retirando. El comisario que parecía a cargo se aprestaba a irse. De pronto, como acordándose que algo le faltaba, se paró un momento y regresó. Se dirigió a mí en voz alta y medio socarrona.
"- Usted provocó un peligroso tiroteo. Alguien podría haber muerto. Tantos disparos que se hicieron por su culpa. Y todo para qué. ¡Si total el seguro le va a pagar el auto!"

Leopoldo Rodriguez, 2001

Lugar del hecho.




[1] Eufemismo utilizado para referirse a personas de color... sin mencionar el color.

domingo, 25 de agosto de 2013

LA PORTERIA

Allá, en los tiempos que al conserje se le llamaba portero, ya casado y viviendo en Buenos Aires, tuve que viajar a Córdoba y como siempre en aquellos primeros años, lo hice en ómnibus. Me tocó un compañero de asiento muy acicalado y conversador. Si me preguntan de qué hablamos, no lo podría decir, pero de lo que voy a contar es evidente que el ocasional compañero de viaje sabía que temas necesitaba tocar. Pasó un tiempo, tal vez un par de semanas, cuando estando en mi oficina en el IGM, recibí una llamada telefónica de una persona que al principio no pude reconocer; pero al recordarme del viaje a Córdoba, volvió a mi memoria el mencionado personaje. Era evidente que le había dicho adónde trabajaba. ¿Que mas sabría? Luego de hacerse reconocer me dijo que me tenía una extraordinaria oferta de trabajo y que quería verme ese mismo día ya que no podía dejar pasar 24 horas sin tener una repuesta. De aquí deduje que algo le había transmitido de mi descontento con mi trabajo. Como la conversación llevaba ya un tiempo más largo de lo recomendable, intenté cortarla sin llegar a ofenderlo y confieso también que me intrigaba. ¿En qué andaba este fulano? Por ello decidí citarlo en la pensión adonde estábamos alojados, en la calle Céspedes. Así creí deshacerme del cada vez más sospechoso intruso. ¿Me volví a preguntar qué andaría buscando? Digo esto porque era evidente su intención de que nos encontráramos a medio día o a más tardar entre las 2 y las 3 de la tarde; al negarme y citarlo recién después de las 7 horas noté se despedía sin el entusiasmo del principio. Eran pasadas las 20 horas cuando regresamos a la pensión; totalmente olvidado del ex-compañero de viaje. A poco de estar en nuestra habitación, escuchamos un golpe en la puerta; al abrirla encontré al que fungía como administrador del alojamiento, el que me manifestó quería hablarme sobre mi amigo. Antes de continuar con el relato, debo advertir que este personaje tiene su parte risible. Al ingresar por primera vez a la pensión, nos advirtió con toda seriedad de que "... él tenía medios eléctricos capaces de detectar si nosotros enchufábamos una plancha." Fue la forma en que nos dejó saber que no podíamos usar dicho artefacto durante nuestra estadía. Volviendo al relato, me sorprendió que me pidiera hablar sobre mi amigo; "..el que vino a buscarlo a medio día." Recordando al sujeto parlanchín, le dije que una persona estaba citada para después de las 19 horas, pero que el mismo de manera alguna podía llamarse amigo; apenas un conocido ocasional. De inmediato noté algo raro en su expresión. Fue como si su gesto hubiera sufrido una súbita distorsión. Sin decir una palabra se retiró; sólo alcanzó a dar unos pasos hasta donde se encontraban su esposa acompañada por un par de personas que identifiqué como familiares. Me mantuve en la puerta de la habitación contemplando al grupo que hablaban con una mezcla de pánico, frustración y rabia.

A poco el que llamamos "administrador" de la pensión, acompañado de su esposa se acercó nuevamente; ambos tenían la cara congestionada. Casi al mismo tiempo me dijeron que cómo podía decir que ese era un conocido ocasional si sabía tanto sobre mi familia. "Que tenía un primo en la policía; que trabajaba con los militares; que... que..." Se miraron y creo que recién se dieron cuenta que no había mucho que contar. Les advertí que el primo ya no estaba en la policía y que también ellos sabían que yo trabajaba en el IGM. Que por favor se calmaran y me explicaran que había pasado. A todo esto se habían acercado los otros que consideraban parientes e intervinieron en la conversación. Hablaban todos juntos; me contaron que el fulano de tan finos modales había estado esa tarde buscándome y que al no encontrarme comenzó a hablar con el administrador y su señora. Allí es cuando se mostró un gran amigo mío, que conocía de mi necesidad de cambio de trabajo y que "... yo vengo a ofrecerle una portería. Se acaba de abrir la oportunidad y mis amigos del gremio me dijeron que me esperaban hasta mañana para aceptar." Entrecortándose el grupo siguió contándome que "...siendo tan amigo suyo nos interesó el tema de la portería." Sin tomar conciencia de que la oferta de trabajo era para mí, el necesitado, me dijeron de que le habían preguntado si no había alguna posibilidad para ellos. Yo les interrumpí diciéndoles que me extrañaba no sólo que el individuo hubiera fingido una amistad inexistente, sino también que se hubiera presentado a medio día cuando habíamos quedado en vernos "..después de las 19 horas." Luego de esta observación, el grupo entró en total estado de pánico. Volvieron a hablar todos juntos y a los tropezones siguieron contando lo que les había ocurrido: "Ante la circunstancia de que Usted no parecía interesado, nosotros insistimos en si no podía ser la vacante para uno de nosotros." Allí volví a pararlos y preguntarles quién les había dicho que yo no estaba interesado. Nuevas muestras de pánico en el grupo; pero finalmente un poco de vergüenza en alguno de ellos. - "Nos dijo que si nosotros estábamos interesados, el podía hablar con gente del sindicato y ver si había una posibilidad. Hizo unas llamadas telefónicas y nos dijo que si cerrábamos esa misma tarde, no había problemas. Que para guardar el lugar el sindicato pedía una seña a ser pagada en las oficinas del sindicato." Allí me quedó clarito que el fulano era un estafador. La seña era lo que buscaba. Para pagarla, el administrador y su esposa habían tenido que recurrir a un cuñado que también entusiasmado los había acompañado a las "oficinas del sindicato." Allí habían firmado un contrato de trabajo y pagado la "seña". Ahora, pocas horas después, se daban cuenta de que el contrato no especificaba nada, que la "oficina del sindicato" no se encontraba en el sindicato sino en un edificio de oficinas. Tuve la impresión de que ya antes de hablar conmigo habían comenzado a sospechar de que habían sido estafados. Delante mío comenzaron a acusarse; ya sin referirse a la falsa amistad y olvidándose de mi presencia. Al día siguiente por la noche me volvieron a visitar y con gran vergüenza y congoja me contaron de que fueron a la oficina adonde habían pagado la seña y la misma estaba cerrada con un cartel de "Se Alquila." Nadie en el edificio sabía del "sindicato de porteros." Poco tiempo después dejamos la pensión; creo que todavía seguían sospechando que este cordobés tenía algo que ver con el cuento del tío en que habían caído.

 Leopoldo Rodríguez, Marzo 2012.

jueves, 8 de agosto de 2013

¡AH... PARIS!

¡AH...  Paris! Por fin en la ciudad luz. Instalados en el Hotel des Academies, en la rue de la Grand Chaumiere. Tercer piso (sin ascensor) con ventana a la calle. El cuartito que nos tocó era típico. 

Nuestro cuarto en el Hotel des Academies

No se distinguía en su arreglo de los muchos visitados en nuestra búsqueda del lugar ideal para establecernos por ocho meses. Una cama doble contra la pared con respaldo amplio. Mesita de luz pinina. Un placard y la suerte de una cómoda en miniatura. Un lavatorio como sucedáneo al baño (toilette) que se encontraba piso de por medio. Un par de copias de pinturas famosas en marcos económicos. La ventana con cortinas metálicas y una puerta que daba al pasillo estrecho y oscuro. Además del precio, la ubicación, la higiene y la amplitud de la ventana nos habían decidido en favor del Hotel des Academies.
¡AH...  Paris! Creo que fue el segundo o tercer día de instalados. Leyendo Le Monde en la Alianza Francesa. En primera página aparecía una foto de nuestra piecita. Bueno, viendo con cuidado no era nuestra piecita. Era una pieza como la nuestra, en un hotel como el nuestro, en un barrio como en el que vivíamos; en Paris. La foto señalaba el respaldo de la cama, la que al moverse descubrió un escondite propio de las novelas de terror. En la piecita de la foto, igual a la nuestra, se había cometido un crimen. Una joven turista había sido asesinada en su primera noche en París. La mucama que encontró el cadáver juraba que la puerta estaba con llave y las ventanas cerradas. El estrangulador tenía la llave de la habitación o era conocido e ingresó al cuarto con la víctima. Así se especulaba al comienzo. Pero alguien recordó que la policía había concurrido a ese mismo cuarto hacía dos días. Buscaban a un fugitivo de la justicia. El conserje del hotel informó que la pieza no se ocupó de inmediato. Se había limpiado y dejado lista para un nuevo cliente. La turista asesinada fue la primera ocupante después de la primera visita policial. Durante días el caso se centró en la búsqueda del fugitivo. De alguna manera se lo consideraba vinculado al asesinato. Fue entonces que al limpiar la piecita, esta vez con mayor cuidado, se corrió el respaldo de la cama. Allí se descubrió el escondite. Como todos los edificios de la vieja ciudad Luz éste había sido renovado en varias oportunidades. En este caso se había tapado con paneles el lugar que serviría de escondite al asesino. Detrás de la cama. Allí había permanecido el fugitivo durante la búsqueda frustrada. Allí había estado durante una noche y el día siguiente, cuando llegó la víctima. El fugitivo esperó que ésta se durmiera y salió de su escondite. Pero al tener que empujar la cama, o tal vez al hacer ruido, despertó a la desafortunada. La turista se encontró así, en medio de la oscuridad, en un lugar desconocido, con su asesino que la estaba estrangulando.
Registramos el placard, corrimos el respaldo de la cama y hasta movimos la mini-cómoda. Golpeamos las paredes buscando paneles flojos. No encontramos escondites.
¡Pero nuestra piecita era tan parecida!
¡AH...  Paris!

Mery. Mayo 1967... el mes del crimen.


Leopoldo Rodríguez, 2001


domingo, 28 de julio de 2013

EL SABLE


 
Recién llegado de Córdoba se me abría todo un abanico de posibilidades. Las circunstancias de un trabajo profesional con serias limitaciones salariales me daba como contrapartida una amplia discrecionalidad en mi horario de trabajo. Era el año 1963; ya estábamos en Agosto y yo cursaba las materias correspondientes a un "Certificado de Sociología para Graduados" en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. No recuerdo cómo me enteré de estos cursos; pero me entusiasmó saber que eran dictados en la Cátedra de Gino Germani. Para entonces, yo me encontraba en los tramos finales de mi carrera de Ingeniero Agrimensor en la Universidad de Córdoba y esto me obligaba a un constante ir y venir entre la Capi y la Docta; lo que complicaba seriamente mi participación regular en los cursos y sobre todo en los exámenes parciales. En una oportunidad tuve que pedir de rendir uno de dichos parciales en una fecha posterior a la señalada; afortunadamente, la informalidad que existía en la Cátedra me permitió postergar dicho exámen. La Asistente de Cátedra en la materia que cursaba se mostró sumamente amable y me ofreció rendirlo la semana siguiente. El exámen tendría lugar en su domicilio particular. En la fecha convenida me encontré tocando el timbre en su departamento. Confieso que no me extrañó mucho esta forma extemporánea de actividad académica ya que en mis estudios en Córdoba, en más de una oportunidad, llegábamos a terminar clases o prácticas en confiterías de los alrededores de la facultad. Volviendo a mi encuentro con la amable asistente, luego de un cordial saludo me hizo pasar al comedor de su amplio y muy bien amueblado piso; allí tendría lugar el exámen. De inmediato comencé a trabajar siempre en presencia de la asistente, una socióloga del equipo de Germani quien me instruía sobre los temas a desarrollar. No tardé mucho en percibir, en el amplio comedor, un sable que colgaba de la pared que tenía en frente. Estuve a punto de preguntar si el mismo pertenecía a su padre; afortunadamente, ella que seguía mi mirada, se adelantó y me dijo que pertenecía a su marido, el General Rosas. En el momento, la figura del General era bastante conocida. No olvidemos que se trata del año 1963, época que nuestra democracia se reducía a seguir los designios de quienes se declaraban salvadores de la patria; es decir los militares. Pero que una asistente de la cátedra de Gino Germani estuviera casada con un General de la Nación; esto me parecía una paradoja demasiado fantasiosa. Hasta que años después, siguiendo la carrera de este activo militar, comencé a sospechar que la socióloga,  jóven y atractiva esposa, tuvo una gran influencia en la constante deriva del General Rosas hacia posiciones de izquierda[1].




[1] Luego de pasar a retiro en 1966, el General Rosas "..preside el Movimiento de Defensa del Patrimonio Nacional (MODEPA), constituído por el Partido Comunista y sectores de izquierda del peronismo y radicalismo. Sobre el MODEPA se constituye el Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA) durante el gobierno de Levingston. Rosas hubiera sido el candidato a presidente de esta coalición de iquierda, de no haber muerto en 1971". Esto explicaría que quien "..apoya un memorándum como el presentado por Toranzo Montero en octubre de 1960, de corte "maccarhtista""; llegue a estar "..adscripto a ideas que podríamos denominar de "izquierda nacional"".
Lo entre comillas lo obtuve de: EL EJERCITO Y FRONDIZI, 1958-1962, por Rosendo Fraga, Editorial Emecé, página 174. Libro que podriamos llamar de "memorias de padre/hijo" y además, de pésima y vergonzosa encuadernación.

viernes, 31 de mayo de 2013

DE CRUZ DEL EJE A WASHINGTON, VOLUMEN 1 DE "RELATOS CASI BIOGRAFICOS" DE LEOPOLDO RODRIGUEZ

Luego de mucho pensarlo, decidimos publicar en papel impreso y e-book, los relatos de nuestro blog.
Poco a poco iremos dando a conocer en otro formato nuestros viejos y nuevos relatos. Por ahora, la foto de la portada y contraportada del Volúmen 1 de "Relatos casi biográficos de Leopoldo Rodriguez": DE CRUZ DEL EJE A WASHINGTON.



El Indice:



Tambien incluimos en esta puesta al dia, el libro "INMIGRACION, FUERZAS ARMADAS Y NACIONALISMO. Antecedentes del Golpe de 1930". Podría llamarse "EL PRINCIPIO DEL FIN"; en el sentido de que ese primer golpe de estado exitoso desencadenaría una ristra de intentos, planteos y nuevos golpes que lograron la total desestabilización del todavía incipiente sistema político de 1930. Y esta desestabilización llevó a un casi total falta de respeto a las leyes, decretos, gobiernos y cualquier forma de convivencia política; desde el nunca parar en un cartel de PARE, hasta considerar un enemigo a quien piense distinto.


Esperemos que el gobierno actual y los que sigan piensen dos veces antes de tratar de cambiar las reglas con tal de perpetuarse en el poder. Con un pasado como el nuestro, los politicos deben saber que la historia no debe repetirse; buscar las coincidencias para superar los conflictos. No superar los conflictos aniquilando al contrario.