jueves, 18 de enero de 2018

EL BULTO



La carretera de montaña se desenredaba en medio de un espeso bosque tropical. Cuesta abajo en curvas que no dejaban ver lo que se venía.  La velocidad de la camioneta era más producto de la inercia que del acelerador. Dejando a pocos centímetros una salida rocosa, nos encontramos de pronto con un bulto que cubría el costado derecho de la estrecha cinta de asfalto. La rápida maniobra me puso la cara contra el vidrio de la ventana, y en esos escasos segundos pude ver que el bulto era un cuerpo; estaba vestido de traje oscuro, tenía calcetines y cerca se encontraban un sobrero y los zapatos. Luque, que iba al volante, lanzó un grito de bronca contra el “borracho ese”.
No dije nada; pero la ropa y la posición del cuerpo indicaban otra cosa. Seguimos a toda velocidad bajando entre sombras de árboles y lianas que formaban una pared verde al costado del camino. Cuando parecía que ya no podía ser más espesa, se abrió para dejar ver la ciudad que se estiraba en la meseta próxima.
Comenté el episodio y la respuesta fue siempre la misma: era lunes y es el día en que más abundan los borrachos. ¡Son una peste!
A la mañana siguiente, durante el recorriendo de las oficinas públicas tras perdidos expedientes de eterna gestión, uno de los pocos momentos rescatables es el de tomar un café. No sé si en el tercero o cuarto me encontré en una repartición de las tantas visitadas leyendo un periódico local. Con o sin intención encontré lo que buscaba. En una de las páginas interiores aparecía una breve noticia necrológica de un hombre que “habría sufrido un accidente” en la misma carretera recorrida el día anterior. No se daba filiación alguna del muerto.
Tal vez, si nos hubiéramos detenido...
Años después, revisando la correspondencia, encontré un documento de la OEA. Me extrañó por no ser común que recibiera este tipo de material. Sin embargo, enseguida comprendí por qué se me había enviado; se trataba de un informe de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) sobre los desaparecidos en Argentina.
Allí se publicaba una lista de las denuncias efectuadas por diferentes organizaciones de derechos humanos, políticas y sindicales durante una visita a Buenos Aires de una delegación de la CDH.
Cada denuncia era acompañada por una fecha, nombres y circunstancias de la desaparición. La casi totalidad de las desapariciones habían ocurrido entre el 76 y el 78. Sin embargo había algunas de años anteriores. Se destacaba una del 72. Me detuve en ella. Se denunciaba la desaparición de un dirigente político sindical de una provincia del interior, miembro de la juventud peronista y vinculado al sindicato azucarero.
La desaparición había ocurrido en un viaje entre Tucumán y Salta.
Esa era la carretera de las “curvas que no dejaban ver lo que se venía”. El bulto tirado que “cubría el costado derecho de la estrecha cinta de asfalto”. El informe daba otros detalles: que estaba vestido (al iniciar el viaje) de “traje oscuro y sombrero de fieltro”.
La lectura me llevó ocho años atrás; al país que había dejado; a la imagen de aquel cuerpo inmóvil que Luque había tomado por un borracho. Recordé la necrológica del periódico local que no daba datos sobre el “hombre que habría sufrido un accidente”.
Pensé en coincidencias o quise justificar mi inacción viendo coincidencia donde no la había.
Pasaron varios años hasta que, en una visita a donde atiende Dios (1) , cruzando una avenida, un enorme cartel me hizo levantar la vista. Era un afiche de las Madres de Plaza de Mayo. Aparecían fotos de los desaparecidos, sus nombres, las fechas. Allí vi la cara que no estaba en el documento de la OEA, ni en el periódico local, ni se podía ver en el bulto.


Era un hombre en los treinta años. De pelo oscuro, ojos saltones, nariz respingada sobre una boca carnosa y pera dividida. Era un rostro del interior.
Ahora podía ponerle cara y nombre al bulto y también sabía que aquella vez, “si nos hubiéramos detenido...” hubiera sido tarde para salvarlo.


[1] Referencia a un chiste de la revista Hortensia. “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires.”

martes, 16 de enero de 2018

LINEA RECTA, la carrera política del Flaco Rodriguez


En el cuarto año nocturno del Colegio Deán Funes se encontraba todo tipo de elemento. Los que por trabajar estudiaban de noche eran apenas la mayoría; muchos eran los desplazados de otras escuelas por motivos tan diversos como “contactos carnales indebidos” (ex-cadetes del Liceo Militar General Paz), “expulsión por asalto a mano armada” (uno que venía de las Escuelas Pías), “desnudarse enfrente de la profesora” (nunca pudimos averiguar de dónde venía este), “asalto en pandilla”, etc.
Finalmente estaban los que se “autoexiliaban” por creerse demasiados viejos, demasiado atletas (se dedicaban a los deportes y a la gimnasia durante el día) o simplemente creían que la iban a pasar más fácil.
En ese año turbulento de 1954, el Flaco Rodríguez ingresó al cuarto año con una ya ganada fama de cuchillero. A poco, como para ratificar su renombre, policías uniformados lo buscaron una noche acusado de haber “causado heridas cortantes en el cuerpo de su oponente”.
Lo volvimos a ver al poco tiempo; con una amplia sonrisa y un dejo de importancia tras el cual apenas si nos respondía con un sí o un no a nuestros interrogatorios.
En el curso, poco se hablaba de política. Sin embargo para entonces el enfrentamiento del gobierno con la Iglesia ya había provocado numerosas manifestaciones de radicales, conservadores e izquierdistas.
Al año siguiente, en el 55, cuando era imposible no estar comprometido, en la clase no se daban las discusiones que eran común en bares, clubes y adonde uno se acercara.
Unos pocos decían intervenir en las pitadas de las 20:35, “hora en que Evita pasó a la inmortalidad”.
Pero llegó Septiembre del 1955; el golpe seguido por el exilio de Perón.
Y regresamos a clase una semana después. Para gran sorpresa de muchos, de repente algunos hacían alarde de sus acciones como comandos civiles revolucionarios.
Hasta uno de ellos, un tal Perpetua, se declaró herido por perdigonada. Un grupo fue a visitarlo al hospital y vino con la noticia de que estaba herido en los glúteos. El disparo accidental de una escopeta sobre la cual estaba sentado.
La mayor sorpresa la causó el cambio sustancial de actitud del Flaco Rodríguez, nuestro cuchillero, ahora era un paladín del golpe; un furioso anti-peronista; contaba a todo el que quisiera escucharlo de sus aventuras en las acciones militares.
Terminado el bachillerato dejé de ver al Flaco Rodríguez.
Pasaron un par de años; estudiaba en un boulin de la Cañada y Colón. Era una facilidad que me daba mi padrino Pablo Bracamonte.
Me solía acompañar a estudiar mi amigo y compañero de ingeniería Payo Gayol. Cuando hacíamos un alto en la lectura, nos poníamos a pelotear en una pared lindera de un tercer piso. En uno de esos recreos la pelota cayó en la terraza vecina que correspondía a una casa habilitada como bar-cabaret.
Al ir a buscarla pasé por el bar en tinieblas para subir por una estrecha escalera hasta la terraza. Al regresar me encontré de frente con una sonrisa. Era del Flaco Rodríguez que me saludaba ostentosamente. Estaba acompañado de una mujer que por su vestido, pinturas y otras artes, pensé pertenecía al elenco estable del cabaret.
El Flaco me saludaba como si fuera dueño de casa; un habitué. En el corto intercambio alcanzó a decirme que en sus tiempos libres estudiaba abogacía.
Y llegó el año 1957 y los votos en blanco ganaron las elecciones; y muchos se dieron cuenta de que más allá de los camiones, había algo más que llevaba a las masas a la Plaza de Mayo, y comenzaron a buscar maneras de manejar a la “negrada”; y llegó Frondizi.
Y entonces, en 1958, lo volví a ver al Flaco. Estábamos en una manifestación convocada clandestinamente por el peronismo. La gente cubría varias cuadras de la General Paz. Fue entonces que apareció un enorme cartel.


Era el dibujo de una gigantesca pera; era decir Perón sin mencionarlo (recordemos que estaba prohibido siquiera mencionar el nombre del "tirano-sangriento" o de su "concubina la Eva”); de inmediato buscamos acercarnos a la pera. Ya cerca pudimos ver que arriba tenía un cartel que decía: “Frondizi con …”.
Era un cartel de la denominada UCRI, el partido de Frondizi, que se adhería así a la manifestación.
Mi sorpresa fue reconocer a quien transportaba la pera; el Flaco Rodríguez.
Cuando me le acerqué con una sonrisa, el ex-comando civil, ex-antiperonista furioso, se puso serio y expresó su solidaridad con el pueblo perseguido.
Poco supe del Flaco en los años siguientes. Mi alejamiento de Córdoba y mi asco por las formas de acción política de la época, no me dejaron seguir la fulgurante carrera política de quien entiendo llegó a ser un destacado dirigente y electo diputado provincial por el peronismo.
De cuchillero a comando civil antiperonista; de antiperonista a frondicista; de frondizista a diputado provincial peronista.
Una carrera que muchos activistas de izquierda del 55 supieron pacientemente recorrer…. y si no hubiera sido por sus aliados del 55 (curas y militares) hasta hubiera sido pacífica.