viernes, 16 de diciembre de 2011

LA CALAVERA

Leopoldo Rodriguez, Enero 1996

El Maverick arrancó y pronto me encontré sobre Avenida Revolución, eludiendo las vías del tranvía. Doblé en Barranca del Muerto y entré en el Periférico; hacia el norte. La oficina estaba en Tacubaya, Avenida del Observatorio. Ya conocía bien el camino. Pero aún me olía todo a nuevo.

Sesenta días. Esa era toda mi experiencia en México, Noviembre de 1975. Mi experiencia en mi nuevo trabajo. Me estaba acostumbrando al medio físico que diariamente recorría para ir a la oficina; al viejo edificio donde está ubicada; al contraste de muebles modernos con colores subidos en un ambiente antiguo de maderas y techos altos. Construído en la década del veinte, inaugurado por un casi olvidado presidente que se llamaba Rodríguez; era una mezcla de estilos que intentaba parecer colonial y lograba engañar en su antiguedad. Patio amplio, a cielo abierto, con una entrada interna monumental que conducía a una escalera de mármol iluminada por un hermoso vitral que realzaba el efecto del conjunto. Me había acostumbrado a subir corriendo; como desafío a los 3000 metros de altura.

Esa mañana de Noviembre todo parecía brillar en un desorden maravilloso. Se acercaba un fin de semana largo con todos los descubrimientos que esto involucraba. Saludando con la alegría/seriedad del novato, a todo el que encontraba, llegué a la puerta de la oficina que se me había asignado. Después de echar una última mirada al salón, ingresé despacito, todabía incrédulo de encontrarme en México, trabajando en un organismo internacional. Me quedé un rato mirando los estantes llenos de libros; la nueva disposión del escritorio y las sillas; las flores, aporte ornamental de mi mujer; el aroma especial del nuevo destino. Me senté.

Y allí estaba. Mirándome desde sus ojos cadavéricos. Con mi nombre en la frente. Quedé paralizado.

Era una pequeña calavera blanca.

Leopoldo...

tenía escrito en la frente.

No supe que hacer. Qué significaba? Alguien que tenía una vendetta contra mí? Algún empleado a quien no le había gustado mi incorporación?

Con aprehensión tomé la calavera y la oculté en un cajón.

A poco apareció Estela, mi secretaria, solicitando unos documentos. A los minutos, nuevamente Estela; esta vez pedía una aclaración en un borrador. Finalmente, en una tercera ocasión, me preguntó si no había visto el "..presente del día de los muertos". La calavera blanca era de azucar. Una ofrenda. Un"...presente del día de los muertos."


Leopoldo Rodríguez, Enero 1996


martes, 25 de octubre de 2011

LOS HUEVOS FRITOS...

Los huevos ya se freían en el escaso aceite. La estufita de gas para camping funcionaba.

Practico calentador para habitaciones de hotel...

Eran nuestros primeros huevos fritos en Europa. La piecita del hotel hacía de living-comedor-cocina-ducha y dormitorio. El ruido de la fritura lo cubríamos con el chorro de agua de la canilla. El lavatorio era la única parte del baño que nos tocaba. Como ví que los postigos de la única ventana estaban demasiado entornados, los abrí de par en par para dejar salir el olorcito que nos podía denunciar si bajaba las escaleras. Me puse a contemplar nuestra comida y con la cuchara le echaba aceite para endurecer los huevos que se estaban dorando.

Ventana de la habitacion...

Al levantar la cabeza me encontré con una mirada. Un hombre colgaba en la parte exterior del hotel. Y estaba justo frente a nuestra ventana. Con los ojos tan grandes como los mismos huevos que se estaban dorando. Y todo por culpa de Malraux! El ministro de Cultura de De Gaulle había tenido la idea de "limpiar" las paredes de todo Paris. El ahora hambriento obrero, luego de contemplar ávidamente nuestro almuerzo, aceleró su bajada para comer su sandwiche.... y comentar su alucinación en el cuarto piso.

Leopoldo Rodríguez, Octubre 1999

domingo, 11 de septiembre de 2011

HOTEL DES ACADEMIES, 1967-1999

El frente era estrecho, no más de dos ventanas por piso. Descascarado el reboque y un cartel que se pierde por su falta de contraste y de algunas letras. Era Abril de 1967. Todavía no había llegado la brocha de Malreaux a la Rue de la Grande Chaumiere. Hacía tiempo que buscabamos un lugar barato y decente donde alojarnos durante los próximos siete meses. Los lugares visitados en los primeros días en París resultaron ser cada vez más sórdidos. Hoteluchos de mala muerte o, en algunos casos, hoteles por hora. No sé cómo supimos del lugar. Pero me recuerdo ir subiendo la empinada escalera ya dispuesto a una nueva descilución. Hasta ese momento, el frente, el hall de entrada y esta empinada escalera dejaban entreveer otro sucucho más. Pero al llegar al primer piso se habrían tres espacios; uno hacia lo que se veía como un cuarto de hotel pobre, pero bien atendido y decente. Otro hacia una sala de estar que tenía la puerta entre cerrada. El tercero daba directamente a un cuarto-oficina adonde se encontraba una pareja que rondaba los cuarenta años. Por la disposición del cuarto-oficina y la sala de estar, deduje que ellos mismos vivían allí. Con el francés que me había permitido obtener la beca que nos trajo a París, les expliqué nuestro calvario y la necesidad que teníamos de acabar con él. No estoy seguro si me comprendieron, pero me acompañaron a un caurto en el tercer piso. Tenía una cama doble, un placard, una ventana y un lavabo. Debíamos compartir el baño. Pero el “baño” era un retrete existente cada dos pisos. Por el momento no había duchas disponibles. El precio se acomodaba a nuestros escasos recursos. La habitación estaba limpia y así se veían la cama y el placard. No dudé en tomarla. Con algunos viajes en el medio, allí viviríamos hasta Noviembre de 1967.
Nuestro cuarto en el Hotel des Academies (1967)

Volvimos a visitar el Hotel des Academies y a sus propietarios Germain y Marcel 19 años después, en 1986. La última visita la hicimos en 1999. Todavía nos recibió la pareja de 1967.
Con Germaine (1999).

 Leopoldo Rodríguez, Abril 2003

sábado, 13 de agosto de 2011

LA TIA CELINA

La tía Celina era la oveja negra de la familia. Al menos eso es lo que nos decía mi madre. Era una hermana mayor de mi padre, que allá por los años treinta tenía la audacia de fumar, separarse de su marido, tener boca sucia y lo que ya parecía el colmo, ser artista de teatro!
Si bien mi padre nunca desmintió abiertamente lo dicho por mi madre, creo que era más generoso en sus apreciaciones.
En la foto vemos a la abuela Elisea Nasso de Rodríguez con su hija Celina y su nieta Bocha en Mayo de 1931.
En sus andanzas artísticas, la tía Celina conoció a una militante y carismática compañera de trabajo quien la llevó al activismo político en un incipiente movimiento que un par de años después tomaría el nombre de Peronismo.
Su amistad con la carismática compañera y la temprana adhesión al Peronismo la propulsó a ser electa Diputada Nacional por ese partido.
Al poco tiempo, su amiga activista fallecía y se convertía en un mito: EVITA.
Tal amistad le valió a la tía Celina el ser utilizada como faceta realista de una conocida novela histórica llena de ficción: SANTA EVITA, de Tomás E. Martínez.(1)
Celina, casada con el escritor Claudio Martínez Paiva, se exiliará luego del golpe del 55 en el Paraguay regresando pocos años después.
Tuve entonces la oportunidad de conocer a Claudio Martínez Paiva. Me emocionó mucho el momento ya que acababa de ver la película “El cañonero de Giles”, nombre que le había sido dado por Martínez Paiva, autor del guión, en homenaje al pueblo adonde habían nacido los hermanos Rodríguez.
En la siguiente foto la vemos ya retirada, en el momento que junto a tía Zulema me despiden en el puerto de Buenos Aires (1962).(2)
En pocos años más, Celina presenció el momento en que su nieto, el único hijo de Bocha, se consagraba ganador del Concurso Odol de preguntas y accedía a un lugar entre los famosos.
En las décadas del ochenta y noventa, ya fallecida Celina, la prima Bocha nos visitaría en México y Washington y nos llevaría noticias de la carrera de Claudio María Domínguez, su hijo único.
En la última visita, Bocha nos trajo un libro de Claudio dedicado a la Madre Teresa. Se había transformado en un conocido periodista y conferencistas de temas espirituales.
Esta parte ya no la pudo ver la tía Celina. Tal vez su espíritu sí, con ayuda de su nieto….


Leopoldo Rodriguez (Enero 2005)

(1) SANTA EVITA, de T.E.Martínez, Edición de Random House, ISBN0-679-77629-X, pág195.
(2) Me había becado el gobierno de Alemania Occidental y viajaba en la manera más económica de la época.

viernes, 22 de julio de 2011

TURNO NOCTURNO

Pura se quedaba sola todas las tardes. Hasta los domingos. Rosendo, su compañero, era policía con horario nocturno. Trabajaba desde la puesta del sol, así decía su horario, hasta el amanecer. Cuidaba la zona de las celdas. De lunes a viernes eran unos pocos borrachos. Sábados y domingos un montón de borrachos. A Rosendo le convenía el horario. Podía dormitar durante la guardia. Cerraba la puerta del sector celdas con llave "por seguridad" decía y así tenía tiempo de despabilarse cuando algún superior aburrido lo visitaba. Pero esto era raro. Lo dejaban hacer. El sabía tratar a los borrachos y sus familiares. Ya era culo y calzoncillo con los "permanentes". Los otros llegaban a dormir. No molestaban. Así Rosendo podía descansar durante la noche y trabajar en la carnicería de los Luna durante el día. Debía presentarse a las diez de la mañana. Deshuesaba hasta las doce. Comía algo que le traía la Pura y luego, hasta las cuatro, preparaba cortes según los pedidos de los clientes. Con dos trabajos tenía suficiente para que la Pura se dedicara a la casa. Esperaba convencerla de tener hijos. A ella le habían metido en la cabeza que como sus padres eran primos, ella o sus hijos serían idiotas. Pero Rosendo estaba seguro de poderla convencer. Todo hubiera sido felicidad para este laborioso personaje; sino fuera por las burlas de sus compañeros de la Comisaría. Todas las mañanas, al terminar su turno, el Flaco Toribio y el Guero Contreras se la tomaban con él.
- La Pura te manda saludos.
Le decía el Flaco abrochándose la bragueta.
- Te felicito gordo - le decía el Guero - la Pura hace unos desayunos bárbaros.
Así me contaba Rosendo mientras caminábamos por el patio.
- Lo hacían por envidia. Para que dejara el turno de noche. Todos lo buscaban. Daban cualquier cosa por agarrarlo. Pero yo no me dejaba.
Si bien Rosendo no se dejaba, tanto hicieron el Flaco y el Guero que al fin lo pusieron en duda. Una noche, un miércoles, el día de su cumpleaños, dejó la guardia al borrachín más confiable y se largó para su casa. Encontró a la Pura dormida y ni la despertó. Se quedó un rato viéndola y se volvió a la comisaría. Siguieron las chanzas y el siguió haciendose algunas escapadas. Cambiaba el día y la hora, pero siempre igual: la Pura dormía. Hasta que ocurrió.
- No es cierto!
Me decía Rosendo mientras trabajábamos en el galpón. Pasábamos mercadería a la cocina.
- No es cierto. Yo no la maté.
Pero dicen que él volvió una noche y vió la luz prendida. Entró con el chumbo reglamentario desenfundado y le pegó dos tiros. Los otros se los tiró al uniformado que salía a medio vestirse. Mató a la mujer pero ni rastros del amante.
- Yo no la maté, la encontré muerta. Estaba tirada al lado de la cama.
- Y por qué encontraron tu revólver en la pieza? Le pregunté.
- Me lo habían robado esa tarde. Yo iba desarmado.
- Le dijiste a alguien lo del robo?
- Al Flaco Toribio. A él se lo dije.
El Flaco Toribio había estado en la Comisaría hasta las 19hs.
Así lo juraba el Guero Contreras. Y a esa hora faltaban al menos dos para que se pusiera el sol.
- El Guero miente. Esos dos siempre me quisieron joder.
Llorisqueaba Rosendo.
Terminado el acarreo de provisiones volvíamos hacia la conserjería. Rosendo era mi ayudante en el control de ingreso de mercadería a la Carcel de Encausados. Al pasar frente a la salita de espera, Rosendo se paró en seco. Señalándome a un gordo que conversaba con un guardia me dijo:
- Ese es el Comisario Almada. El me ayudó en la declaratoria. Tambien me dá una mano en el juicio.
Dejé al atribulado Rosendo en el pabellón, como era de reglamento y me volví. Mi mesita con el libro de control estaba en la oficina del concerje. Al entrar noté que el Gordo Almada conversaba con Tapia. El Gordo, sentado de espaldas a la puerta, no me vió entrar. Siguió hablando en un tono que me permitío escuchar sin problemas. Con gran sorpresa oí cómo solicitaba que al Rosendo lo pusieran en el pabellón séptimo.
- El Rosendo cambió mucho desde que mató a su mujer. Yo no le confiaría tanto.
Tapia, el Concerje, me miraba de reojo, lo noté nervioso.
- Usted escribiente (era mi título) vaya a buscar la agenda a la Dirección.
Era una forma de correrme. Olí que algo feo se cocinaba.
No tuve que esperar mucho para saber de que se trataba; a Rosendo lo acabaron en el séptimo, en su primer día. Un punzazo. Se fue en sangre.
Tiempo después, de visita en el pueblo, me enteré que el Flaco Toribio y el Guero Contreras eran conocidos alcahuetes del Comisario Manuel Almada.
El círculo se cerró cuando me dijeron que Almada era un mujeriego empedernido. Vivía alardeando:
-A mí no hay mujer que se me resista!

Leopoldo Rodríguez, Diciembre 1996

martes, 14 de junio de 2011

EL FEO LABRUNA

Es sabido que el encuentro Boca-River despierta pasiones. Pocos pueden eludir las repercusiones del enfrentamiento futbolero. Un clásico que tenía lugar dos veces al año en los tiempos de un deporte menos comercializado. Desde temprano, el domingo del partido, comenzaba el encuentro a nivel familiar. Mi hermano mayor, boquense por adopción, daba inicio desde las primeras horas, aún antes de ir a misa, a sus consabidos gritos de victoria anticipada. Lo que yo, de River por oposición fraternal, tomaba como un insulto desde no sé que tierna edad. A los cantos del mayor, el menor contestaba con lamentaciones y finalmente lloros. Allí, al primer moco, aparecía la parcialidad afectiva evidente de la tía Adelita.

Quien nos daba alojamiento desde mi primer año de vida, salía a defender a su "Polito" y para ello no paraba en alentarme y gritar conmigo, sino que llegaba a extremos sacrílegos. En un altar ad-hoc colocaba un retrato del goleador de la época, el "feo" Labruna y le prendía una vela…. para que haga goles!

Leopoldo Rodríguez, 1996

domingo, 8 de mayo de 2011

OBSERVATORIO PECNY

“Vaya nomás, si nosotros no dejamos de ir a las bien servidas reuniones a que ellos nos invitan”.
Esas palabras me permitieron aceptar la invitación.
Había conocido a los checos en el seminario sobre Geodesia Espacial organizado por el Institute Geographique National que tuvo lugar apenas arribados a Paris en Abril del 1967. La invitación la recibí poco después; fue una sorpresa esperada fruto de insinuaciones sobre lo interesante que sería conocer a un país de detrás de la cortina de hierro.
Durante el seminario, realizado en la sede del instituto en la Rue Grenelle, me había tocado compartir una mesa con Jan Rambousek, un miembro de la delegación checa y con quien podía conversar en francés, idioma que resultó ser bastante conocido por los checos.
Pensaba aprovechar la ida a un congreso en Lucerna para “pasar” al regreso por Praga.
Como becario de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales de Argentina, me creí obligado a consultar con el agregado militar sobre la conveniencia de aceptar la invitación.
Obtenido el visto bueno, ayudado por los franceses con los viáticos y el pasaje, salimos de recorrida a mediados de Septiembre del 1967. Luego de un par de semanas en Lucerna, para asistir al congreso de la Asociación Internacional de Geodesia; un paso por el Instituto Geográfico en Florencia y una corta estadía en Viena, el 5 de Octubre tomamos el tren a Praga. Como el vagón tipo pullman al que subimos estaba casi completo, tuvimos que sentarnos separados. A poco de andar Mery me llamó y me ofreció cambiar el asiento, ya que con ella viajaba un señor con quien, ella estaba segura, me gustaría conversar. Se trataba de un médico checo que regresaba de un congreso en Viena. Enseguida retomó la conversación iniciada con Mery. Al enterarse de que viajábamos juntos con una beca, se quejaba de cómo cambiaron las cosas en su país; Checoslovaquia.
- Cuando eramos jóvenes, siempre viajabamos juntos con mi señora y mi hija; ahora no nos permiten salir sino de a uno. Pero eso no es lo peor, el año pasado mi hija rindió el exámen para ingresar a medicina; a pesar de sus buenas notas no logró el ingreso. Cuando preguntó, se le informó que por ser hija de médico tenía de por sí una condición negativa. Preferían hijos de obreros o empleados no universitarios. Estos sucedidos me alejan cada vez más de mi vieja adhesión al partido. Porque todo esto y otros sin sentidos me ocurren a pesar de que soy miembro del partido comunista.Frontera
Esta conversación fue la introducción a mi experiencia en Checoslovaquia.
Allí, en la estación de trenes, nos esperaba nuestro conocido Jan Rambousek. Sonriente, de traje y corbata, saludo formal de bienvenida en checo y francés. Al dirigirnos hacia la salida alcanzó a decirnos que dado que su auto estaba en el taller, deberíamos tomar un taxi.
Nos había reservado un hotel de buena categoría sin ser de muchas estrellas. Me explicó que al día siguiente nos vendría a buscar para acompañarnos al observatorio Pecny, adonde podíamos participar en las observaciones satelitarias que se estaban realizando. Siendo ya tarde salimos del hotel para comprar algo para comer y evitar gastos en restaurantes. Nos encontramos con una ciudad obscura, pero elegante. Con mucha gente caminando en calles barrocas y con escazas vidrieras.
Nos descepcionó la pobreza de ofertas en los mercaditos. A lo cual se sumaba una cierta dejadez en la exposición de la mercadería; en especial los productos lacteos y huevos. Sin llegar a considerarse falta de higiene, el desórden y el descuido daba muy pobre impresión.
Tambien nos llamó la atención la forma de abonar el pasaje en los ómnibus; uno debia depositar el costo en una caja, bajo el único control de las miradas de los otros pasajeros. Claro que más nos sorprendió cuando en hora pico, con el vehículo colmado de pasajeros, un checo nos dijera que “ahora no se paga” porque “no se puede llegar a la caja”!
Así como encontramos este pasajero que nos habló en inglés, tambien encontramos una pobre mujer de unos sesenta años, con ropas y traza de sin hogar, que nos habló en francés. En realidad, el alemán había sido el segundo idioma por siglos, pero ahora había sido sustituído por el ruso, que se enseñaba en las escuelas. Sin duda estabamos en un país europeo; aún cuando en ese entonces estuviera del otro lado de la cortina.Paseando por Praga
Pasear por calles y plazas con un mínimo de tránsito, visitar museos sin tener que pagar entrada, caminar a orillas del Vltava y cruzar el puente Carlos con la vista de las torres de la Vieja Plaza de la Ciudad, fueron una de las tantas cosas que nos encantaron en esta estadía en el entonces estado comunista de Checoslovaquia.
El que se nos acercaran a ofrecernos comprar nuestros zapatos (justo frente a una tienda catalogada sólo para extranjeros); la pobreza de la oferta en librerías; la falta del bullicio propio de las ciudades de donde veníamos (Roma, Paris) nos indicaba el tipo de control que existía en esta Praga del 1967. Sin mencionar el estricto control de cambio; que nos obligó más de una vez a sortear a quienes nos ofrecían cambio en el mercado negro.
Al día siguiente, luego del desayuno en el Hotel, fuimos con Jan al Observatorio Pecny. Esta visita era la razón de nuestra venida a Praga. Jan nos llevó en taxi hasta tomar un ómnibus que nos dejó en el poblado de Ondrejov. De allí caminamos hasta el Obervatorio. Luego de las presentaciones formales y un recorrido de las instalaciones, quedamos en que nosotros volveríamos al día siguiente para estar presente durante una práctica de las observaciones satelitarias que allí se realizaban.
A medio día estabamos invitados a visitar las oficinas del Instituto de Geodesia y Cartografía. Pero Jan me informó que por refacciones que se realizaban en el edificio del Instituto, se modificaba el programa, y el Director (el otro checo a quien yo había conocido en París) me invitaba a almorzar. Confieso que nos quedó la duda sobre si el cambio de programa de debía realmente a una refacción del edificio.
El restaurant estaba ubicado en pleno centro. Comimos lo que me presentaron como auténtico goulash húngaro que era la especialidad de la casa. Hablamos sobre mi trabajo en Argentina y mi estadía en el Instituto Gegráfico Francés. Poco pude preguntarles sobre los planes actuales y futuros en el campo que me interesaba. En retrospectiva pienso que ellos estaban poco interiorizados de las actividades satelitarias realizadas en Pecny.
Esa tarde, caminando por las tranquilas calles de la ciudad, nos sorprendió ver un cartel en español: “Casa de Cuba”. Entramos encantados de encontrar un lugar adonde hablaran nuestro idioma. Nos atendió una empleada que nos paró diciendo que estaba por cerrar por duelo. El duelo se debía la muerte del Che (1).
Alcanzamos a ver que la “Casa de Cuba” tenía unos pocos títulos en exposición y todos ellos se referían a la revolución cubana. De lo acontecido en Bolivia recién nos enteraríamos en Munich; nuestro próximo destino.
Al tercer día nos tocaba movernos solos. Luego del desayuno muy temprano tomamos el mismo ómnibus del día anterior; luego cambiamos la ruta desde el pueblo al observatorio. Tomamos un sendero que se introducía a un denso bosque. Allí la luz del sol de la mañana dejaba verse en rayos que a duras penas se filtraban por la copa de los árboles. Alcanzamos a ver algunos cervatillos y gozamos de la frescura y la belleza propios de los cuentos de hadas europeos. Lamentablemente esta enriquecedora experiencia duró muy poco tiempo ya que enseguida arribamos al claro adonde se encontraba un conjunto de edificios, uno de los cuales era el observatorio adónde nos dirigíamos.Pecny, cerca de Praga
Esta vez el personal técnico a cargo de las observaciones nos guió en una gira detallada de los equipos utilizados y las operaciones que se realizaban a fines de la obtención de datos geodésico satelitales. Aprovechamos la libertad que se nos brindaba para sacar las fotos que se nos habían recomendado obtener y anotamos detalles de los procedimientos e instalaciones.(2)
Pasado el medio día tomamos un ligero almuerzo en la cafetería del lugar y regresamos a Praga con un material que justificaba nuestra visita.
Como al día siguiente teníamos previsto partir hacia Munich, durante la tarde hicimos una rápida visita a la iglesia San Nicolás y respondiendo a una invitación de Jan, nos encontramos con él en un bar donde pudimos escuchar música viva y gozar de un ambiente justamente bohemio.
Luego de algunas copas y contando con la ayuda de la atmósfera del lugar, dejamos las formalidades de lado y empezaron las confesiones.
Jan comenzó diciendo que en realidad él hubiera querido seguir estudios de Ingeniero Hidráulico, pero que por problemas de “cuota” no lo habían dejado seguir dicha carrera. Que por ello había finalmente tenido que tomar los cursos para Ingeniero Geodesta. Nosotros le contamos las peripecias en que vivíamos para hacer que la pobre beca que nos habían dado nos permitiese vivir. Lo poco que ganábamos en Argentina y la circunstancia de que todavía no teníamos auto. Allí nos confesó que en realidad él tampoco tenía auto. Que nos había hecho creer que tenía auto pensando que todos los del lado capitalista tienen uno.
En general, sin intercambiar una sola palabra de política, nuevamente se podía ver el descontento existente sobre las condiciones de vida en la Checoslovaquia de 1967.
Nos despedimos pensando que sería muy difícil volvernos a ver.
Hoy, Agosto del 2005, de nuevo en contacto con Jan, existe la posibilidad de que nos volvamos a encontrar. (3) (4)

(1) Ver cuento UNA PECULIAR MANERA DE CAMINAR
(2) Sospechamos que las “instrucciones” recibida junto a la ayuda de los franceses era casi un caso de espionaje.
(3) Acabamos de intercambiar e-mail con nuestro viejo conocido.
(4) No pudo ser en 2005 ni 2006 y volvimos a perder contacto con Jan.

Leopoldo Rodríguez, Agosto 2005 / Mayo 2011