viernes, 16 de diciembre de 2011

LA CALAVERA

Leopoldo Rodriguez, Enero 1996

El Maverick arrancó y pronto me encontré sobre Avenida Revolución, eludiendo las vías del tranvía. Doblé en Barranca del Muerto y entré en el Periférico; hacia el norte. La oficina estaba en Tacubaya, Avenida del Observatorio. Ya conocía bien el camino. Pero aún me olía todo a nuevo.

Sesenta días. Esa era toda mi experiencia en México, Noviembre de 1975. Mi experiencia en mi nuevo trabajo. Me estaba acostumbrando al medio físico que diariamente recorría para ir a la oficina; al viejo edificio donde está ubicada; al contraste de muebles modernos con colores subidos en un ambiente antiguo de maderas y techos altos. Construído en la década del veinte, inaugurado por un casi olvidado presidente que se llamaba Rodríguez; era una mezcla de estilos que intentaba parecer colonial y lograba engañar en su antiguedad. Patio amplio, a cielo abierto, con una entrada interna monumental que conducía a una escalera de mármol iluminada por un hermoso vitral que realzaba el efecto del conjunto. Me había acostumbrado a subir corriendo; como desafío a los 3000 metros de altura.

Esa mañana de Noviembre todo parecía brillar en un desorden maravilloso. Se acercaba un fin de semana largo con todos los descubrimientos que esto involucraba. Saludando con la alegría/seriedad del novato, a todo el que encontraba, llegué a la puerta de la oficina que se me había asignado. Después de echar una última mirada al salón, ingresé despacito, todabía incrédulo de encontrarme en México, trabajando en un organismo internacional. Me quedé un rato mirando los estantes llenos de libros; la nueva disposión del escritorio y las sillas; las flores, aporte ornamental de mi mujer; el aroma especial del nuevo destino. Me senté.

Y allí estaba. Mirándome desde sus ojos cadavéricos. Con mi nombre en la frente. Quedé paralizado.

Era una pequeña calavera blanca.

Leopoldo...

tenía escrito en la frente.

No supe que hacer. Qué significaba? Alguien que tenía una vendetta contra mí? Algún empleado a quien no le había gustado mi incorporación?

Con aprehensión tomé la calavera y la oculté en un cajón.

A poco apareció Estela, mi secretaria, solicitando unos documentos. A los minutos, nuevamente Estela; esta vez pedía una aclaración en un borrador. Finalmente, en una tercera ocasión, me preguntó si no había visto el "..presente del día de los muertos". La calavera blanca era de azucar. Una ofrenda. Un"...presente del día de los muertos."


Leopoldo Rodríguez, Enero 1996