jueves, 8 de abril de 2010

TRABAJO INSALUBRE

Impresiona por lo joven que se vé. Cerca de los sesenta apenas si se le da cincuenta de edad. Morocho de piel blanca. Ojos pardos, indefinidos. Flaco y de movimientos vacilantes. Boca y nariz mas bien grandes. Propias para una cara alargada. Flequillo. Casi siempre de traje o con camisa blanca mangas largas; arremangada en días de calor. Zapatos formales, de suela, marrones o negros.
Podría tratarse de un personaje de la narrativa británica. Le faltaría el paraguas y tal vez un sombrero. No es de los que hacen señas a la izquierda y doblan a la derecha. Es de los que no hacen seña alguna. Protesta en voz alta......en privado. Promete escribir reclamos...... que nunca envía. Escribe para que lo lean....pero luego no se anima a publicar lo que escribió. Tímido. Tal vez. Hace planes para que otros lo disuadan de llevarlos a cabo. Gran tragedia personal si los otros no lo tratan de disuadir! El tiene que salir a buscar un pretexto dentro de sí mismo. Coleccionista por carácter, pinta y ganas de hacer algo con el menor esfuerzo.
El lugar donde trabajaba era el apropiado: la Catacumba de los Tribunales. Donde se archivan los expedientes de miles de desgracias. Por sus manos pasaban todas ellas. El no las leía. Solamente las trasportaba de sus anaqueles a las manos de los leguleyos que las pedían. Su principal problema residía en la inmoralidad de tales leguleyos. Hacían cualquier cosa para aumentar - o disminuir - las tragedias. Robaban hojas, capítulos y hasta expedientes completos - si es que los había completos. Controlar que las tragedias siguiesen intactas. Pelear con los insolentes, desviados, corruptos leguleyos. Y hacerlo en ese sótano infame. Cada día era un nuevo suplicio. Expedientes roídos, cubiertos de polvo, llenos de manchas que solían ser firmas y sellos ilegibles. Sentía que día a día moría un poco. Como los expedientes comidos por las ratas y los leguleyos. Cada pelea con los leguleyos o sus mandaderos; con las tragedias cada vez más insoportables y apolilladas. Un día dijo BASTA!!! Se quedó en casa. Se sentía lleno. Sintió que tenía surmenage. Además de ser una linda palabra, era un buen pretexto para no ir a trabajar. Dió parte de enfermo....por cansancio, por surmenage. Los médicos le dieron unos días de descanso.....pero no se tragaron lo de surmenage. Estuvo así un total de diez días escurriéndole el bulto al trabajo. Lo llamaban cuando se vencía la licencia médica......y volvía a insistir con su surmenage. Estuvieron a punto de despedirlo. Haciendo tripas corazón volvió a la catacumba. Pero esta vez no aguantó ni un día. A media mañana se retiró con un intolerable dolor de cabeza. El olor en el sótano. El olor a los expedientes, a los leguleyos sudorosos. El olor a rata lo percudía todo. Se sintió perdido. Buscó consuelo en la lástima que le daba su miserable situación. De su incapacidad para librarse del sótano, de las ratas, del trabajo. Alguien le sugirió buscar alivio en un psicólogo. Le ayudaría a superar la fovia que le hacía tanto daño. Luego de muchos trámites y tiras y aflojas le autorizaron a consultar al psicólogo. Una psicóloga en realidad. Enviada por la oficina de personal de los Tribunales. Al principio desconfiaba. Como con todos los que lo veían como con una enfermedad pasajera. "Pronto se recuperará y volverá a trabajar". Como si él lo quisiera!! Pero la profesional que le tocó supo ver más lejos. Sabía cuál era el remedio para la fovia. Tenía que ver con el lugar de trabajo. Las condiciones higiénicas eran inaceptables. El se entusiasmó. Vió una luz al final del camino. Pero no era tan fácil. Todo se vino abajo cuando se habló de cambiarlo a otra sección. Volvieron los dolores de cabeza; más fuertes. Sus problemas mentales aumentaron. A dichos problemas los tenía o se había dado cuenta que los tenía desde que empezó las sesiones. Apenas si se levantaba y caminaba del dormitorio al living. Solo escuchaba música suave. Ni podía leer. No tenía capacidad para concentrarse. Comía poco y su debilidad se tornaba peligrosa. La profesional notaba la declinación. Sagaz, buscó y encontró otro camino para salvar a su cliente. El ya se había transformado en su cliente, le pagaba horas extras en cada sesión. "El trabajo insalubre durante tantos años había causado daños irreparables." Eso era! El trabajo insalubre había afectado sus funciones psíquicas. No había recuperación posible. Su salud mental perdida le impedía volver al trabajo. Estaba incapacitado de por vida. Ahora debía convencer a la junta médica para que a esta víctima del trabajo insalubre le dieran una jubilación anticipada por invalidez. Y se logró. Lo lograron! El y la psicóloga. Socios. Ambos hicieron su parte. Ambos festejaron el triunfo.
Ahora todo era cuestión de cuidarse. No salir de la casa en los primeros años. Luego, hacerlo sólo de noche. No acercarse a los tribunales, ni a los bares frecuentados por los leguleyos y sus mandaderos. Debía olvidarse la razón de su jubilación: incapacidad mental.
Pasaron esos años. Comenzó a animarse a dar la cara. Era tiempo de que fuera "mejorando". Todos lo comprenderían. Por otra parte alguno de sus compañeros se habían jubilado antes de la edad correspondiente. Y hasta habían obtenido "compensaciones" por retiro forzado. El ni siquiera eso había costado. Casi se convence que con su acción había favorecido al Estado.
Ahora estaba en la calle de nuevo. Ya no sentía miedo de que lo vieran. Ni verguenza de que lo creyeran loco. Los locos habían sido ellos. Quedarse a trabajar en esa catacumba llena de ratas y leguleyos!



Leopoldo Rodriguez, 1998