domingo, 25 de agosto de 2013

LA PORTERIA

Allá, en los tiempos que al conserje se le llamaba portero, ya casado y viviendo en Buenos Aires, tuve que viajar a Córdoba y como siempre en aquellos primeros años, lo hice en ómnibus. Me tocó un compañero de asiento muy acicalado y conversador. Si me preguntan de qué hablamos, no lo podría decir, pero de lo que voy a contar es evidente que el ocasional compañero de viaje sabía que temas necesitaba tocar. Pasó un tiempo, tal vez un par de semanas, cuando estando en mi oficina en el IGM, recibí una llamada telefónica de una persona que al principio no pude reconocer; pero al recordarme del viaje a Córdoba, volvió a mi memoria el mencionado personaje. Era evidente que le había dicho adónde trabajaba. ¿Que mas sabría? Luego de hacerse reconocer me dijo que me tenía una extraordinaria oferta de trabajo y que quería verme ese mismo día ya que no podía dejar pasar 24 horas sin tener una repuesta. De aquí deduje que algo le había transmitido de mi descontento con mi trabajo. Como la conversación llevaba ya un tiempo más largo de lo recomendable, intenté cortarla sin llegar a ofenderlo y confieso también que me intrigaba. ¿En qué andaba este fulano? Por ello decidí citarlo en la pensión adonde estábamos alojados, en la calle Céspedes. Así creí deshacerme del cada vez más sospechoso intruso. ¿Me volví a preguntar qué andaría buscando? Digo esto porque era evidente su intención de que nos encontráramos a medio día o a más tardar entre las 2 y las 3 de la tarde; al negarme y citarlo recién después de las 7 horas noté se despedía sin el entusiasmo del principio. Eran pasadas las 20 horas cuando regresamos a la pensión; totalmente olvidado del ex-compañero de viaje. A poco de estar en nuestra habitación, escuchamos un golpe en la puerta; al abrirla encontré al que fungía como administrador del alojamiento, el que me manifestó quería hablarme sobre mi amigo. Antes de continuar con el relato, debo advertir que este personaje tiene su parte risible. Al ingresar por primera vez a la pensión, nos advirtió con toda seriedad de que "... él tenía medios eléctricos capaces de detectar si nosotros enchufábamos una plancha." Fue la forma en que nos dejó saber que no podíamos usar dicho artefacto durante nuestra estadía. Volviendo al relato, me sorprendió que me pidiera hablar sobre mi amigo; "..el que vino a buscarlo a medio día." Recordando al sujeto parlanchín, le dije que una persona estaba citada para después de las 19 horas, pero que el mismo de manera alguna podía llamarse amigo; apenas un conocido ocasional. De inmediato noté algo raro en su expresión. Fue como si su gesto hubiera sufrido una súbita distorsión. Sin decir una palabra se retiró; sólo alcanzó a dar unos pasos hasta donde se encontraban su esposa acompañada por un par de personas que identifiqué como familiares. Me mantuve en la puerta de la habitación contemplando al grupo que hablaban con una mezcla de pánico, frustración y rabia.

A poco el que llamamos "administrador" de la pensión, acompañado de su esposa se acercó nuevamente; ambos tenían la cara congestionada. Casi al mismo tiempo me dijeron que cómo podía decir que ese era un conocido ocasional si sabía tanto sobre mi familia. "Que tenía un primo en la policía; que trabajaba con los militares; que... que..." Se miraron y creo que recién se dieron cuenta que no había mucho que contar. Les advertí que el primo ya no estaba en la policía y que también ellos sabían que yo trabajaba en el IGM. Que por favor se calmaran y me explicaran que había pasado. A todo esto se habían acercado los otros que consideraban parientes e intervinieron en la conversación. Hablaban todos juntos; me contaron que el fulano de tan finos modales había estado esa tarde buscándome y que al no encontrarme comenzó a hablar con el administrador y su señora. Allí es cuando se mostró un gran amigo mío, que conocía de mi necesidad de cambio de trabajo y que "... yo vengo a ofrecerle una portería. Se acaba de abrir la oportunidad y mis amigos del gremio me dijeron que me esperaban hasta mañana para aceptar." Entrecortándose el grupo siguió contándome que "...siendo tan amigo suyo nos interesó el tema de la portería." Sin tomar conciencia de que la oferta de trabajo era para mí, el necesitado, me dijeron de que le habían preguntado si no había alguna posibilidad para ellos. Yo les interrumpí diciéndoles que me extrañaba no sólo que el individuo hubiera fingido una amistad inexistente, sino también que se hubiera presentado a medio día cuando habíamos quedado en vernos "..después de las 19 horas." Luego de esta observación, el grupo entró en total estado de pánico. Volvieron a hablar todos juntos y a los tropezones siguieron contando lo que les había ocurrido: "Ante la circunstancia de que Usted no parecía interesado, nosotros insistimos en si no podía ser la vacante para uno de nosotros." Allí volví a pararlos y preguntarles quién les había dicho que yo no estaba interesado. Nuevas muestras de pánico en el grupo; pero finalmente un poco de vergüenza en alguno de ellos. - "Nos dijo que si nosotros estábamos interesados, el podía hablar con gente del sindicato y ver si había una posibilidad. Hizo unas llamadas telefónicas y nos dijo que si cerrábamos esa misma tarde, no había problemas. Que para guardar el lugar el sindicato pedía una seña a ser pagada en las oficinas del sindicato." Allí me quedó clarito que el fulano era un estafador. La seña era lo que buscaba. Para pagarla, el administrador y su esposa habían tenido que recurrir a un cuñado que también entusiasmado los había acompañado a las "oficinas del sindicato." Allí habían firmado un contrato de trabajo y pagado la "seña". Ahora, pocas horas después, se daban cuenta de que el contrato no especificaba nada, que la "oficina del sindicato" no se encontraba en el sindicato sino en un edificio de oficinas. Tuve la impresión de que ya antes de hablar conmigo habían comenzado a sospechar de que habían sido estafados. Delante mío comenzaron a acusarse; ya sin referirse a la falsa amistad y olvidándose de mi presencia. Al día siguiente por la noche me volvieron a visitar y con gran vergüenza y congoja me contaron de que fueron a la oficina adonde habían pagado la seña y la misma estaba cerrada con un cartel de "Se Alquila." Nadie en el edificio sabía del "sindicato de porteros." Poco tiempo después dejamos la pensión; creo que todavía seguían sospechando que este cordobés tenía algo que ver con el cuento del tío en que habían caído.

 Leopoldo Rodríguez, Marzo 2012.