sábado, 17 de marzo de 2012

MONTIEL


El auto apenas si llegó a superar la cuesta. El radiador escupía vapor herrumbroso. Era un viejo Dodge. Venía cargado hasta más no poder. El techo se asemejaba a tienda de pueblo. Había de todo. Adentro del auto la carga apenas si dejaba espacio para el safricado volante. Cajas y más cajas. El choffer, sudando por el esfuerzo de la cuesta, parecía haber empujado al viejo cacharro en lugar de conducirlo.
Abrió la puerta. Sacó los pies y se tomó la cabeza entre las manos.
- Cansancio y sueño, mala combinación.
Se dijo apenas.
Caminó hacia el capote y lo abrió. El vapor saltó con fuerza y lo obligó a dar un paso atrás.
- Mierda.. si me agarra!
Gritó luego de tomar aliento.
Ahora necesitaría agua. Y algo con que acarrearla.
Miró hacia la construcción iluminada. Estaba a unos 100 metros.
- Tendré que caminar. Me vendrá  bien.
La oscuridad era total. Caminó recto hacia la luz y la pared iluminada.
- Carajo, ni linterna traje.
Protestó en esa voz deja del que está solo.
Ya cerca de la luz vió una cruz en la penumbra. Y otra. Y muchas más. La pared iluminada era un Cementerio.
Se paró.
- Que los parió.
¡Justo acá  me vengo a quedar!
Musitó en una voz que denotaba cierto temblor.
A lo lejos escuchó el silbato de un tren.
-El carguero de las cinco.
Un pájaro chilló en la oscuridad.
Despacito siguió caminando.
-Aquí suele haber agua. La usan para las flores. 
Trató de animarse mientras seguía acercándose a la pared. Ya se notaba un portón. Era la entrada al Cementerio.
-
¿Donde mierda estará  la canilla?
Ahora hablaba en voz alta. Quería darse confianza.
- Adentro, al ladito de la puerta. Ahí nomás. 
Se escuchó una voz que venía del camposanto.
-
¿Quién es Ud? ¿Dónde está? ¿Es el cuidador?
No obtuvo respuesta.
-Algún bromista.
Pensó en voz baja y decididamente temblorosa.
Con cuidado se asomó y vió en la penunbra la canilla que buscaba.
Dió unos pasos con dificultad. Le temblaban las piernas.
-
¿Y ahora dónde habrá un tarro?
Creyó pensar mientras el miedo le secaba la garganta y le humedecía los ojos.
-Tomá uno sin flores.
De nuevo la voz de adentro, ronca, lo espantó.
Después de titubear un poco, con las piernas que casi no le respondían, hizo el gesto de tragar saliva y respiró hondo.
 -Por qué me metí en esta.
Se dijo bajito para que el otro no lo oyera.
Miró a los lados sin mover la cabeza. Apenas unos metros y todo era oscuridad. Tumbas cerca y lejos. Tumbas por todos lados. Pasó unos segundos paralizado. No se escuchaba nada.
-Silencio y oscuridad... y en un cementerio. Pucha mi suerte.
Lo dijo en un murmullo de protesta. Que no lo oyera.
Tenía que moverse. Había venido por el agua. Y se acordó: ”uno sin flores.” Se animó y dió un paso y otro.
Allí estaba. Había un tarrito y... sin flores. Sobre una tumba cercana. Unos metros. Ya jadeaba. Se sentía mal. Le venía de nuevo esa acidez…. y el dolor en el pecho.
-Debo adelgazar.
Se dijo entre suspiros.
Un paso más. Ya estaba al alcance del tarrito. Sobre la tumba. Las piernas le temblequeaban.
Vió a ambos lados. La transpiración le empañaba los anteojos. Estiró la mano temblorosa y humedecida.
-
¡Ese no! ¡Es el mío!
Salió el grito de la tumba.
Montiel, el borrachín del pueblo, se despertó ya con el sol subido, movió la lápida a un costado y se sentó.
Allí estaba. Un hombre que lo miraba fijo. Con ojos aguachentos, llorosos. Estaba tirado. Tieso. Frío.
 

Leopoldo Rodriguez, 1994