domingo, 8 de septiembre de 2013

EL SEGURO PAGA

Con total concentración bajaba las cajas de libros siguiendo las instrucciones de la terapeuta. Si bien todavía faltaba para que el sol se pudiera llamar primaveral, ya se sentía su presencia. Menos abrigos, sin guantes, no más hielo.
El baúl del auto quedaba vacío. Silver Spring, su parte de la avenida Georgia, posaba tranquilo para que lo transiten los miles de vehículos que parecían no ir a ninguna parte. Puse la última caja sobre el carrito, suspiré profundo, trabajo concluido, al menos el pesado. Extraje las llaves del auto; para asegurarme que no estaban en el baúl. Recuerdo verlas con cuidado, como con nostalgia.
Estaba estacionado de tal forma que me encontraba trabajando en la vereda. Entre el auto y la avenida. Esto me permitía cargar directamente en el carrito y transportar las cajas de libros a la oficina, a unos veinte metros en línea recta. Ya eran varios los viajes. Este sería el último.
Me di vuelta para cerrar la tapa del baúl. En frente, cerrándome el camino, estaba una figura de mayor estatura, color oscuro subido, sombrero e impermeable. Mirándome fijo me hizo una pregunta en inglés. Si bien hacía cuatro años que estaba en USA, el inglés de la cultura de gente de color de Washington no me era accesible.
Le pregunté con mi mejor sonrisa sobre lo que quería. Generalmente, al no entender, me salgo con esa sonrisa. Como pidiendo disculpas.
El morocho[1] me miró con cara de pocos amigos y levantando el brazo me puso una pistola a dos centímetros de mi nariz. La vi de tamaño descomunal.
“G’ve me the keys”.
En ese momento el agujero negro del caño me pareció mayor que el del aljibe en que me caí en San Marcos Sierra. 

Siguiendo la línea del caño alcancé a ver que el gatillo ya estaba subido. Creo que mi mano fue más rápida que su dedo. Con gran presencia de ánimo y aún mayor terror le puse las llaves entre mi nariz y la pistola.
Pienso qué hubiera pasado si dudo un milisegundo. El tipo en realidad parecía un caballero. Los autos pasaban a nuestro costado y nadie se paraba, ni tocaba bocina, ni parecían darse cuenta. Lo mismo los comerciantes vecinos. Éramos invisibles. Tan elegante en su impermeable; definitivamente era un sujeto capaz de matar a sangre fría.
Con las llaves en la mano el morocho cerró el baúl y sin prestarme atención se dirigió a la puerta frente al volante.
Como un zombi me di vuelta, tomé el carrito (que me roben el auto pero no los libros) y comencé lentamente a caminar hacia la oficina. No actuar en forma precipitada, había escuchado decir.
La vereda estaba vacía. Hacía unos minutos había gente esperando el ómnibus, otros paseando. Ahora, justo ahora, nadie. Caminé unos pasos. Los autos pasaban a mi lado y nadie notaba el incidente. Después de unos segundos me di vuelta y vi que el auto seguía con el asaltante adentro, sin moverse.
 Salí corriendo como un resorte. Entre los autos estacionados a mi izquierda alcancé a ver un policía, el custodio del Banco allí existente. Sin dejar de correr empecé a gritarle en mi más que regular inglés. Le pedía ayuda porque me robaban el auto; simultáneamente señalaba el lugar del hecho y además le advertía que el ladrón estaba armado. Si hubiera preparado con tiempo lo que tenía que decir no lo hubiera hecho tan bien.
Creo que di justo con un agente nuevo en el oficio. Listo para su primera acción. Demostraría por qué estaba allí!
Se lanzó con gran impulso hacia adelante, desenfundó su revólver y en un par de saltos estuvo frente al auto, con el morocho todavía adentro. Y ahí se armó.
El ladrón, sin inmutarse, sacó la mano con su pistola y le hizo un par de disparo a mi héroe. Este le contestó sintiéndose explosiones y el ruido de los rebotes.
Yo, como un idiota, estaba parado, como viendo filmar una película. De pronto el auto arrancó e intentó atropellar al policía. Este seguía disparando.
Recién entonces me tiré al suelo. Desde esa posición alcancé a ver al auto prácticamente saltando a la calle, pasando sobre cordones, un banco y volteando un cartel. El policía corría detrás pero ya no efectuaba disparos.
Me sorprendí pensando cómo podía hacerle eso a un auto nuevo. Hacía justo treinta días que lo habíamos comprado.
Cuando finalmente me levanté, el policía regresaba con una sonrisa; alardeando de haberle pegado varios tiros… a mi auto. Seguíamos siendo los únicos en el estacionamiento. A poco apareció una cabeza atemorizada en la puerta del banco. Preguntaba qué habían sido esos tiros.  Que ya habían llamado a la policía. Que entremos para nuestra seguridad. Que si quería un café. Que si me encontraba bien. Que tomara el teléfono que la policía quería saber sobre el auto.
El del teléfono era muy profesional. Me hizo tres preguntas secas sobre la patente, la marca y el color. Luego me dirigió a llamar a mi seguro. Lo hice de inmediato y allí me prometieron que en un par de horas debía recoger un auto de repuesto y me dieron la dirección.
No había podido terminar el café cuando arribaron los policías. En una media docena de autos. Recién entonces me di cuenta del gentío en el estacionamiento. ¿Dónde estaba esa gente cuando todo ocurrió?
Cuando finalmente los policías entraron al banco, lo que primero preguntaron fue
"- ¿Dónde está el que efectuó los disparos?"
Allí me enteré que mi héroe se llamaba Shaw y que reglamentariamente no le estaba permitido usar su arma fuera del perímetro del Banco. ¡Se había excedido!
El pobre Shaw me miraba con gran pena. Como pidiéndome ayuda. Le quitaron el arma. Lo esposaron y se lo llevaron.
Recién entonces se acordaron de la víctima.
Me pidieron mi filiación, que muestre documentos, datos más precisos sobre el auto, que diera un informe por escrito sobre lo ocurrido, etc. Con gran esfuerzo escribí el informe solicitado; lo entregué pidiendo disculpas por las faltas de ortografía que podía tener y me quedé esperando el próximo paso.
En realidad no había próximo paso. Ya estaba todo hecho. Los autos policiales se fueron retirando. El comisario que parecía a cargo se aprestaba a irse. De pronto, como acordándose que algo le faltaba, se paró un momento y regresó. Se dirigió a mí en voz alta y medio socarrona.
"- Usted provocó un peligroso tiroteo. Alguien podría haber muerto. Tantos disparos que se hicieron por su culpa. Y todo para qué. ¡Si total el seguro le va a pagar el auto!"

Leopoldo Rodriguez, 2001

Lugar del hecho.




[1] Eufemismo utilizado para referirse a personas de color... sin mencionar el color.